Si en el
conjunto de nuestras acciones lo que buscamos es tanto la felicidad individual
como la colectiva, las
emociones serán favorables o desfavorables con relación a tal meta; ya que éstas contribuirán a acrecentar
nuestro bienestar, la justicia o cualquiera de los valores morales, o, por el
contrario, a disminuirlos.
Los deberes
que denominamos virtudes cívicas consisten en el conjunto de obligaciones que comprometen nuestra
individualidad con lo público o con el interés general;
tales virtudes hacen
de nosotros, interesados en principio por nosotros mismos y los nuestros, unas
personas dotadas de civilidad, es decir, interesados en los otros.
Con respecto a
las virtudes cívicas hay que observar, por una parte, cuáles emociones son
apropiadas al fin de la civilidad; por otra, hay que reflexionar por qué lo son
para que nuestro compromiso con lo público se produzca, se mantenga y no
desfallezca.
Defender
nuestras emociones en la vida moral no es incurrir en un mero sentimentalismo o
en un moralismo fatuo y sin fundamento. Es poner de manifiesto la importancia
moral de tener emociones apropiadas en el grado apropiado y en las situaciones apropiadas, como señalaba Aristóteles.
Para gobernar
nuestras emociones hay que analizar éstas, y decidir la conveniencia de las
mismas para desarrollar una personalidad que tenga principios morales y valores
éticos. De allí que es importante saber el significado de las emociones y el
lugar que ocupan en nuestra conciencia. Por cuanto a través de ellas nos
conducimos en un mundo de acciones prácticas.
Sartre, por su
parte, entiende las emociones como «una forma de aprehender el mundo» y como una
«transformación del mundo»; ya que sin ser nosotros plenamente consciente de lo
que hacemos nuestra cambiamos la dirección de nuestra perspectiva para ver las
cosas de otra manera. El mundo se transforma ante nuestros ojos porque nuestras
emociones alteran el mundo, esto es, nuestro mundo.
Por ello,
Sartre señala que la emoción es un modo de existencia, una de las formas que
comprende el «Ser-en-el-mundo». Por lo cual, un sujeto reflexivo puede
dirigirse hacia su emoción e interpretar, desde su reflexión, lo que está
ocurriendo. Puede hacer un giro en su existencia que está constituida por
emociones.
Nuestras
emociones forman parte de nuestra historia individual; aunque también hay
emociones universales que son propias de la condición humana en general. A partir de ambas emociones se da nuestra
forma de enjuiciar el mundo o de valorarlo al tiempo que lo percibimos. No somos dueños de la mera
percepción de la realidad que, en principio, se nos impone; sólo somos dueños
de los juicios que acompañan nuestra percepción del mundo. Por esta razón, hay que aprender a transformar los juicios inconvenientes.
Para Nussbaum,
«las emociones son la expresión del verse necesitado, de la falta de
autosuficiencia». En este sentido, las emociones muestran la vulnerabilidad
esencial del ser que somos. Las cosas que nos afectan nos afectan porque escapan a nuestro
control, y por ello suelen afectarnos desfavorablemente. Tenemos miedo de
perder lo que hemos alcanzado, extrañamos lo que ha
desaparecido, nos asusta lo que no conocemos.
Las emociones ponen de manifiesto nuestra
forma de ver el mundo. Por ello, es conveniente tomar
conciencia de que esto es así y de que es posible actuar sobre nuestras
emociones. No
habla del dominio de las emociones al modo exigido
por los estoicos. Pues un ser sin emociones,
porque ha conseguido conjurarlas todas y librarse de las que le perturban, no
es un ser humano.
La vulnerabilidad emocional nos constituye
de un modo esencial, eso es algo que nos ocurre, nada de extraño tiene en
nuestras vidas. Es imposible que un ser vulnerable,
tal como somos, deje de sentir y de temer o de compadecerse. Es en el aprender a
emocionarme como mi yo se va llenando de sentidos y contenidos, que desde mis
valoración son apropiados o inapropiados en función de mis metas.
El interés
actual por las emociones en cuanto a la conformación de nuestro comportamiento da
importancia a esta vulnerabilidad que nos constituye. El reconocimiento de nuestra vulnerabilidad
es lo que nos hace sociales. Pues como Aristóteles
señala “aquel
que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene
necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios”.
En medio de esta vulnerabilidad es el cuerpo el que nos hace vulnerables, de allí que ahora se
presta mayor atención al cuerpo. Nuestra vulnerabilidad se nos aparece, a la
vez, como un problema y como un recurso para nuestra moralidad. Es un problema cuando no nos
controlamos y las emociones nos sobrevienen, esto es, somos pasivos ante ellas. Pero
son una oportunidad si podemos reflexionar sobre ellas y redirigirlas cambiando
voluntariamente nuestra forma de ver las cosas. Lo
que inicia siendo algo que provoca en el sujeto reacciones inadecuadas puede
convertirse en actividad reflexiva-creativa igualmente emocionante.
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