Esa maravilla cinematográfica llamada
«Alien» siempre nos acecha. Irrumpe en nuestras vidas sin mediación. Solo hace
su aparición y nos deja sin aliento. ¿Qué es el Alien? Son los miedos que nos
constituyen. Todos aquellos temores que nos rodean en nuestra vida. Es lo
indeterminado, lo no definido ni controlado de nuestro existir. Ese ser que
repta permanentemente por nuestras entrañas.
El
Alien se nos aparece en esa nuestra aparente vida controlada. Cuando pensamos
que nada nos puede pasar. Es lo otro. Lo afuera y oscuro. Sin embargo, anida en
nuestro interior; allí se alimenta y va creciendo. Es la madre que le dice al
niño allí viene el coco, allí está loco. Cada miedo que se nos inculca y cada
miedo que desarrollamos a lo largo de nuestra vida. No tenemos escapatoria. El
Alien siempre está allí.
En
tanto es el afuera que nos inquieta, éste es la vida en la calle; el motorizado
que tememos nos robe o mate; quedar despedido del trabajo que tenemos; ser
aplazados en el examen. Es lo otro, lo desconocido, lo que no tiene forma. Son
nuestras relaciones confusas e imprecisas. La enfermedad, la vejez, la soledad;
cada una de ellas se va convirtiendo en ese Alien que nos persigue y del cual
huimos. La muerte del ser querido, que nos es arrebatado de un zarpazo. El niño
que teme la ausencia de la madre.
Cada
miedo que está allí acechando. Nuestras ciudades se han convertido en nuestro
Alien más preciado. Nos movemos por ellas sin saber que nos espera y que nos
puede suceder. A veces, decimos sabemos que salimos pero no sabemos si
regresamos. Allí está lo otro, eso desconocido. Porque ante lo preciso y
determinado, siempre está la otra cara; el lado oscuro al cual tememos.
E
incluso, nuestra primera relación con el mundo, según el texto sagrado
judeo-cristiano, se establece a través del miedo. En éste se dice: “Y llamó
Jehová Dios al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Y él respondió: Oí tu voz en el
huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”. La salida del
Paraíso Terrenal se inicia con el miedo, porque acá el dios se ha hecho otro, a
quien hay que temer. Este miedo nos acompaña, y siempre se fomenta.
Las
leyendas y cuentos de misterios acrecientan el temor por lo desconocido. Por lo
que está allá, por lo ominoso. El miedo que instiga el político de un bando
sobre el otro, del cristiano por el judío, de Occidente por el Islam, del
blanco por el negro. El miedo nunca es inocente. Siempre nos consigue desnudos
porque algo hemos hecho. Siempre hay una razón para temer. Es la pasión por
excelencia de todo hombre, de toda mujer. El temer.
Ese
nuestro tejido social se construye en gran parte sobre el miedo. Sobre nuestros
temores fundados o infundados, no importa cómo sean están allí. Por ello
peleamos por abandonarlos, superarlos, hacerles trampas; pero nos acechan como
el Alien a través de todos los intersticios de nuestro pensar-hacer. No hay
maneras de hacerle trampa, siempre está allí de una u otra manera; incluso, a
veces, muta.
Cuando
no está en nuestro consciente, está en nuestro inconsciente. Espera nuestro
sueño, para hacerse presente. ¿Qué hacer? Esa es la interrogante. ¿Entregarnos
a él y que nos devore? ¿Hacerle frente, cuando no tenemos fuerza suficientes
para resistirnos? ¿Huir? Entonces siempre será una carrera interminable, sin
cuartel. ¿Cuando en el fondo de nuestro ser vemos temor y vemos sospecha? Es
más fuerte que nosotros, porque tiene muchas maneras y modos de ser.
No
podemos evadirlo, siempre estará en nuestro presente incierto. No importa
cuanta certeza digamos que tenemos, siempre lo indeterminado hará su presencia.
Un cambio de política en el trabajo, en el país; un suceso telúrico; cualquier
incidente enciende nuestros miedos. Y como siempre está presente, entonces para
nosotros no es extraño. Por ello, como dice Charly García “yo no voy a correr,
yo no voy a correr ni a escapar de mi destino, yo no pienso en peligro”.
No
importa si el Alien está allí, porque siempre estará. Aunque no sepamos que es
debemos confiar en nosotros. Porque al final no es un problema. ¿Por qué
Sigourney Weaver vence al monstruo desnuda? Es algo extraño en esa escena
final. No tiene armas, ni equipo especial cuando al fin solo están ella y él.
Pensando en este desenlace, algo me recordó el cuadro de Eugène Delacroix «La
Libertad guiando al pueblo». Ésta está desnuda.
Así
como el hombre adánico se planta desnudo ante dios para decirle que tuvo miedo;
la libertad desnuda con todos sus miedos e indeterminaciones guía al pueblo. Lo
mismo hace la mujer desnuda ante el Alien. Solo desnudos con nuestros miedos,
con nuestra fragilidad podemos enfrentarnos a nuestros miedos internos y
externos. Tenemos que despojarnos de todos nuestros haceres, para plantarnos
cara a la vida. Desnudos con todos nuestros sentires podemos verle la cara a
nuestros temores.
Así, en
nuestra desnuda libertad tenemos que llegar a saber que al final el miedo no es
un problema. Y con una nueva fascinación, saber qué placer esta pena del miedo
que es solo eso, miedo. Que no nos puede devorar porque somos nosotros quienes
lo alimentamos. Y nos debemos más que eso. Nos debemos toda la posibilidad de
ser nuestra libertad, de plantar cara y decir ya, hasta acá está bien. Y saber
que algo ha cambiado.
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