martes, 15 de septiembre de 2015

FELICIDAD Y ÉXITO EN LA CONFIGURACIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

            En el mercado del éxito y de la felicidad, éste nos convierte en objeto-mercancía o en signo-mercancía a través del ritual de la transparencia. Y con esto nos llevan al estereotipo de la simulación. De la simulación del éxito y de la felicidad, en donde todo debe cambiar. Irrumpe la felicidad tratada de una manera ascética y simplificada. El genio de la mercancía nos suscita un efecto engañoso.

            En esta simulación que configura la felicidad como una mercancía caemos en la estilización del sujeto, y de la felicidad. Y el dilema es este, ¿no hay nada más allá de la simulación? ¿Es la felicidad un acontecimiento o una banalización en nuestro mundo mercantilizado? Nos preparamos para la repetición de fórmulas, en una cultura que espera un acontecimiento que se diluye vertiginosamente.

            La felicidad se constituye en una cualidad que resucita las apariencias. El éxito se ensaña contra el sujeto. Se añade lo mismo a lo mismo, como si fuese otra cosa. En esto hay una doble postulación, una de anonadamiento, y otra de borrar todos los rasgos del mundo en que nos encontramos, mera negación. Cualquier resistencia se culpa de no querer salir de una zona de tranquilidad que nos ata al pasado.

            En mercado construye imágenes sobre imágenes, hasta la saturación donde ya no hay nada que ver y sentir. Solo la nueva imagen que fabrica. Una felicidad, un éxito que no dejan rastros, que no tiene consecuencia duraderas porque siempre hay que recomenzar; no hay lugar para la contemplación, menos para la reflexión.  

            Esta producción de imágenes hace desaparecer nuestro entorno real; no ninguna pregunta sobre su existencia. Solo se centra en el individuo aislado. Al intentar representar la felicidad y éxito para mayor glorificación de éstos, se termina por disimular el problema de su existencia. Cada imagen es un pretexto para no plantear el problema de la existencia de la felicidad, de la existencia del éxito, esto es, su problemática. Solo es un jarabe que hay que tomar por cucharadas.    

            Detrás de cada imagen de la felicidad y del éxito desaparece el problema o no se plantea la existencia de éstos. Tal problema queda resuelto por la simulación. Esta es la estrategia desaparecer y desaparecer detrás de cada imagen feliz y exitosa. En cada desaparición, hay la ausencia del rastro. Así queda realizada la máxima: vivimos en un mundo de felicidad y éxito. Donde la más alta definición de éstos es hacer que desaparezca la realidad y, a la vez, esconder tal desaparición. El destino es uno: felicidad y éxito.     

            Algo debe esconderse en esta exuberancia. Tal vez otra forma de ilusión o de desilusión. Tal vez la ironía misma de la vida, del querer arrancarnos de lo real. Queremos inventar otra escena, otra puesta de la realidad, inventarnos otro juego y otra regla para esa nuestra realidad. Pero esto no es posible porque las imágenes forman parte de nuestra construcción social, y no podemos escapar de ellas. Éstas son, a la vez, espejo y centro de nuestro pensar-hacer. Hemos llegado a ello.

            Aparentemente no otro destino, el éxito y la felicidad. Cualquier otro es un paria. Siempre nos ponen dentro de esa realidad. La realidad es el éxito, la realidad es la felicidad. Pero extrañamente eso no es lo que vemos, pero si lo que deseamos. Ahora bien, será un deseo nuestro o algo que nos ha sido puesto como deseo. Ya que el éxito y la felicidad han pasado a formar parte de nuestro patrimonio sociocultural. Una imagen de nuestro pensar-hacer. Tenemos que transfigurarnos, soñarnos en función de éstos. Porque la imagen se ha convertido en la realidad.

            Las imágenes se han tragado a los sujetos. Aquellas se han vuelto tan transparentes que dudamos de nosotros, no de ellas. Nosotros no tenemos transparencia, la tienen la posesión de esas imágenes. No tenemos secretos, pues somos esa imagen. Éstas nos dan visibilidad, virtualidad o nos transcriben en un mundo en que nos inscriben. El mercado de la felicidad y el éxito se convierte en sujeto y objeto. Es la totalidad.

            Toda atopía es excluida de este mercado, solo hay una realidad. La que él determina. Una realidad que ahuyenta la realidad. Una hiper-realidad que en última instancia está vaciada de sentido, o saturada de un único sentido. En la cual toda perspectiva es absorbida y digerida. Que deja una especie de superficialidad carente de profundidad. Es representación de representación. Fin en sí misma. Donde hay un efecto paradójico; la felicidad se aleja de sí misma, lo mismo le pasa al éxito. No obstante, escenificamos una carrera en un anillo de moebius tras de éstos.

            A la contrapartida de la perdida de la ilusión aparece la objetividad de lo feliz, como forma espiritual que es posible alcanzar, pero que es inalcanzable por nuestra torpeza. Espiritualidad que termina por surgir de la banalidad misma de las imágenes y los objetos. Que nos entrampa en esta búsqueda, como el galgo que corre tras la liebre en el canódromo.                  



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