En
el mercado del éxito y de la felicidad, éste nos convierte en objeto-mercancía
o en signo-mercancía a través del ritual de la transparencia. Y con esto nos
llevan al estereotipo de la simulación. De la simulación del éxito y de la
felicidad, en donde todo debe cambiar. Irrumpe la felicidad tratada de una
manera ascética y simplificada. El genio de la mercancía nos suscita un efecto
engañoso.
En
esta simulación que configura la felicidad como una mercancía caemos en la
estilización del sujeto, y de la felicidad. Y el dilema es este, ¿no hay nada
más allá de la simulación? ¿Es la felicidad un acontecimiento o una
banalización en nuestro mundo mercantilizado? Nos preparamos para la repetición
de fórmulas, en una cultura que espera un acontecimiento que se diluye
vertiginosamente.
La
felicidad se constituye en una cualidad que resucita las apariencias. El éxito
se ensaña contra el sujeto. Se añade lo mismo a lo mismo, como si fuese otra
cosa. En esto hay una doble postulación, una de anonadamiento, y otra de borrar
todos los rasgos del mundo en que nos encontramos, mera negación. Cualquier
resistencia se culpa de no querer salir de una zona de tranquilidad que nos ata
al pasado.
En
mercado construye imágenes sobre imágenes, hasta la saturación donde ya no hay
nada que ver y sentir. Solo la nueva imagen que fabrica. Una felicidad, un
éxito que no dejan rastros, que no tiene consecuencia duraderas porque siempre
hay que recomenzar; no hay lugar para la contemplación, menos para la
reflexión.
Esta
producción de imágenes hace desaparecer nuestro entorno real; no ninguna
pregunta sobre su existencia. Solo se centra en el individuo aislado. Al
intentar representar la felicidad y éxito para mayor glorificación de éstos, se
termina por disimular el problema de su existencia. Cada imagen es un pretexto
para no plantear el problema de la existencia de la felicidad, de la existencia
del éxito, esto es, su problemática. Solo es un jarabe que hay que tomar por
cucharadas.
Detrás
de cada imagen de la felicidad y del éxito desaparece el problema o no se
plantea la existencia de éstos. Tal problema queda resuelto por la simulación.
Esta es la estrategia desaparecer y desaparecer detrás de cada imagen feliz y
exitosa. En cada desaparición, hay la ausencia del rastro. Así queda realizada
la máxima: vivimos en un mundo de felicidad y éxito. Donde la más alta
definición de éstos es hacer que desaparezca la realidad y, a la vez, esconder
tal desaparición. El destino es uno: felicidad y éxito.
Algo
debe esconderse en esta exuberancia. Tal vez otra forma de ilusión o de
desilusión. Tal vez la ironía misma de la vida, del querer arrancarnos de lo
real. Queremos inventar otra escena, otra puesta de la realidad, inventarnos
otro juego y otra regla para esa nuestra realidad. Pero esto no es posible
porque las imágenes forman parte de nuestra construcción social, y no podemos
escapar de ellas. Éstas son, a la vez, espejo y centro de nuestro pensar-hacer.
Hemos llegado a ello.
Aparentemente
no otro destino, el éxito y la felicidad. Cualquier otro es un paria. Siempre
nos ponen dentro de esa realidad. La realidad es el éxito, la realidad es la
felicidad. Pero extrañamente eso no es lo que vemos, pero si lo que deseamos. Ahora
bien, será un deseo nuestro o algo que nos ha sido puesto como deseo. Ya que el
éxito y la felicidad han pasado a formar parte de nuestro patrimonio
sociocultural. Una imagen de nuestro pensar-hacer. Tenemos que transfigurarnos,
soñarnos en función de éstos. Porque la imagen se ha convertido en la realidad.
Las
imágenes se han tragado a los sujetos. Aquellas se han vuelto tan transparentes
que dudamos de nosotros, no de ellas. Nosotros no tenemos transparencia, la
tienen la posesión de esas imágenes. No tenemos secretos, pues somos esa
imagen. Éstas nos dan visibilidad, virtualidad o nos transcriben en un mundo en
que nos inscriben. El mercado de la felicidad y el éxito se convierte en sujeto
y objeto. Es la totalidad.
Toda
atopía es excluida de este mercado, solo hay una realidad. La que él determina.
Una realidad que ahuyenta la realidad. Una hiper-realidad que en última
instancia está vaciada de sentido, o saturada de un único sentido. En la cual
toda perspectiva es absorbida y digerida. Que deja una especie de
superficialidad carente de profundidad. Es representación de representación.
Fin en sí misma. Donde hay un efecto paradójico; la felicidad se aleja de sí
misma, lo mismo le pasa al éxito. No obstante, escenificamos una carrera en un
anillo de moebius tras de éstos.
A
la contrapartida de la perdida de la ilusión aparece la objetividad de lo
feliz, como forma espiritual que es posible alcanzar, pero que es inalcanzable
por nuestra torpeza. Espiritualidad que termina por surgir de la banalidad
misma de las imágenes y los objetos. Que nos entrampa en esta búsqueda, como el
galgo que corre tras la liebre en el canódromo.
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