martes, 8 de septiembre de 2015

ILUSIÓN, SIMULACIÓN Y DESILUSIÓN DE LA VIDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Formular una interrogante adecuada, indicar una carencia, un olvido, una meta alcanzada o por alcanzar puede llegar a ser una tarea crucial, cuando las circunstancias en que vivimos producen en nuestra vida gran incertidumbre, desencanto y confusión. Pues éstas pueden conducir a una reflexión productiva que encause nuevamente nuestro pensar-hacer de manera productiva.

            La vida se realiza en todas partes, no tiene que ser la nuestra necesariamente. La vemos por allí, se manifiesta de múltiples maneras. E incluso en la banalidad misma. El mundo es una totalidad de vida. La cual se enfrenta, se opone o se entrega a la materialización burocrática, a la materialización tecnológica, a la mediatización publicitaria de la vida como mercancía. Nos enfrentamos o estamos ante una cosificación semiótica de la vida.

            La vida, a veces, es entendida como la oficialización de signos y de los intercambios de estos signos. Nos quejamos de la comercialización de la vida, y, sin embargo, sin darnos cuenta participamos de éste. Ya esto se está haciendo historia vieja. Hacer natural. Debemos temer, sino lo tememos ya, de esa transcripción oficial de la vida. Que nos conduce a una reproducción cultural de un inventario semántico más o menos planificado. La cual nos conduce a una re-simulación permanente de todas las formas de hacer en que vivimos.         

            Nos preguntamos ¿existe una ilusión o una alucinación de la vida? ¿Hay lugar para el acontecimiento, para la potencia de ésta? Para una estrategia de formas y apariencias ante tal ilusión. La vida mercantilizada está abocada a la tarea de la disuasión entre la imagen y la ilusión. Un duelo casi siempre fallido entre la pulsión y la simulación. Este duelo trae consigo una pseudo-nostalgia que nos conduce a un reciclaje absurdo de nuestra historia y sus vestigios, la cual nos empuja a una depresión generalizada. Nos dedicamos a una retrospectiva de lo que nos precedió, aunque no nos pertenece como hecho de nuestra existencia.

            Nos queremos apropiar de un pasado que no es nuestro, allí comienza nuestra simulación existencial. Porque es una apropiación artificiosa, una apropiación kitsch de las formas con la cual queremos determinar nuestra vida, y generar un pasado glorioso. Este reciclaje de la vida es irónico, pero una ironía desgastada como un trapo viejo. Tal reciclaje es la simulación de la ilusión. El resultado de la desilusión de nuestro pensar-hacer.

            Una desilusión y simulación que nos muestra como un fósil. Somos en este estado un efecto engañoso, un mal chiste. Estamos enclavados entre el arrepentimiento y el resentimiento con respecto a nuestra vida. Este enclavamiento constituye la forma última de nuestro manifestarnos, el estadio supremo de nuestro pensar. Somos, en última instancia, una parodia característica de nuestra desilusión.

            En esta desilusión, hurgamos en los basureros con el fin de redimirnos en los desechos de este nuestro hacer. Y entonces nos mostramos como en alta definición, pero esto no es nada más que el desvanecimiento de la ilusión. El desvanecimiento de nuestra personalidad. El retiro a nuestra propia oscuridad. En la medida que las redes sociales dominan, la ilusión se va. No hay ni ilusión ni alusión; solo simulacro de vida. Pues, hay un modo hiper-sofisticado que aparenta hiper-visibilidad, donde ya no hay vacío. Donde lo que nos confunde es este eclipse de la vida. 

            Nos acercamos cada vez más a través del ciberespacio de la imagen; de la perfección inútil del simulacro. A fuerza de querer ser real vamos perdiendo la ilusión, y nos vamos entregando al poder de la desilusión. Hay una especie de obscenidad en ese intento de querer añadir realidad a lo irreal, con el propósito de querer recrear una ilusión perfecta; que no es nada más que un estereotipo de la realidad. No obstante, termina acabando con los últimos jirones de la ilusión.

            Este estereotipo de la realidad nos elimina la dimensión del deseo, y descalifica toda seducción por la vida. Es la des-imaginación de todo nuestro hacer. La pérdida de nuestro pensar, imagen desdoblada de nosotros. Una imagen que no es imagen. Un ser que no es ser. El mundo sin dimensión. La virtualidad sin posibilidad de nuestras acciones. No hay ilusión productora, es solo simulación de un algo. Exterminación de nuestra vida.

            Ese efecto engañoso nos quita la dimensión de la realidad, y lo suplanta por algo otro. Indefinido, pero hiperreal. La irrealidad misma se apodera, sin darnos cuenta, de nuestra vida. Y en ella naufragamos. Somos entonces mera imagen, un holograma; extasiados por los encantos de la desilusión y la simulación. En ese éxtasis radica el encanto del señuelo, del engaño en que nos enredamos cotidianamente.  En la cual perdemos la idea de nuestra presencia, porque somos pura ausencia. Incapaces, por demás, de agregar lo simbólico a esa nuestra ausencia. Nos hundimos en una ilusión desencantada, de la proliferación del objeto, de la palabra y la emoción vana.  


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