Formular una interrogante adecuada,
indicar una carencia, un olvido, una meta alcanzada o por alcanzar puede llegar
a ser una tarea crucial, cuando las circunstancias en que vivimos producen en
nuestra vida gran incertidumbre, desencanto y confusión. Pues éstas pueden
conducir a una reflexión productiva que encause nuevamente nuestro pensar-hacer
de manera productiva.
La
vida se realiza en todas partes, no tiene que ser la nuestra necesariamente. La
vemos por allí, se manifiesta de múltiples maneras. E incluso en la banalidad
misma. El mundo es una totalidad de vida. La cual se enfrenta, se opone o se
entrega a la materialización burocrática, a la materialización tecnológica, a
la mediatización publicitaria de la vida como mercancía. Nos enfrentamos o estamos
ante una cosificación semiótica de la vida.
La
vida, a veces, es entendida como la oficialización de signos y de los
intercambios de estos signos. Nos quejamos de la comercialización de la vida,
y, sin embargo, sin darnos cuenta participamos de éste. Ya esto se está
haciendo historia vieja. Hacer natural. Debemos temer, sino lo tememos ya, de
esa transcripción oficial de la vida. Que nos conduce a una reproducción
cultural de un inventario semántico más o menos planificado. La cual nos
conduce a una re-simulación permanente de todas las formas de hacer en que
vivimos.
Nos
preguntamos ¿existe una ilusión o una alucinación de la vida? ¿Hay lugar para
el acontecimiento, para la potencia de ésta? Para una estrategia de formas y
apariencias ante tal ilusión. La vida mercantilizada está abocada a la tarea de
la disuasión entre la imagen y la ilusión. Un duelo casi siempre fallido entre
la pulsión y la simulación. Este duelo trae consigo una pseudo-nostalgia que
nos conduce a un reciclaje absurdo de nuestra historia y sus vestigios, la cual
nos empuja a una depresión generalizada. Nos dedicamos a una retrospectiva de
lo que nos precedió, aunque no nos pertenece como hecho de nuestra existencia.
Nos
queremos apropiar de un pasado que no es nuestro, allí comienza nuestra
simulación existencial. Porque es una apropiación artificiosa, una apropiación kitsch de las formas con la cual
queremos determinar nuestra vida, y generar un pasado glorioso. Este reciclaje
de la vida es irónico, pero una ironía desgastada como un trapo viejo. Tal
reciclaje es la simulación de la ilusión. El resultado de la desilusión de
nuestro pensar-hacer.
Una
desilusión y simulación que nos muestra como un fósil. Somos en este estado un
efecto engañoso, un mal chiste. Estamos enclavados entre el arrepentimiento y
el resentimiento con respecto a nuestra vida. Este enclavamiento constituye la
forma última de nuestro manifestarnos, el estadio supremo de nuestro pensar. Somos,
en última instancia, una parodia característica de nuestra desilusión.
En
esta desilusión, hurgamos en los basureros con el fin de redimirnos en los
desechos de este nuestro hacer. Y entonces nos mostramos como en alta
definición, pero esto no es nada más que el desvanecimiento de la ilusión. El
desvanecimiento de nuestra personalidad. El retiro a nuestra propia oscuridad. En
la medida que las redes sociales dominan, la ilusión se va. No hay ni ilusión
ni alusión; solo simulacro de vida. Pues, hay un modo hiper-sofisticado que
aparenta hiper-visibilidad, donde ya no hay vacío. Donde lo que nos confunde es
este eclipse de la vida.
Nos
acercamos cada vez más a través del ciberespacio de la imagen; de la perfección
inútil del simulacro. A fuerza de querer ser real vamos perdiendo la ilusión, y
nos vamos entregando al poder de la desilusión. Hay una especie de obscenidad
en ese intento de querer añadir realidad a lo irreal, con el propósito de
querer recrear una ilusión perfecta; que no es nada más que un estereotipo de
la realidad. No obstante, termina acabando con los últimos jirones de la
ilusión.
Este
estereotipo de la realidad nos elimina la dimensión del deseo, y descalifica
toda seducción por la vida. Es la des-imaginación de todo nuestro hacer. La
pérdida de nuestro pensar, imagen desdoblada de nosotros. Una imagen que no es
imagen. Un ser que no es ser. El mundo sin dimensión. La virtualidad sin
posibilidad de nuestras acciones. No hay ilusión productora, es solo simulación
de un algo. Exterminación de nuestra vida.
Ese
efecto engañoso nos quita la dimensión de la realidad, y lo suplanta por algo
otro. Indefinido, pero hiperreal. La irrealidad misma se apodera, sin darnos
cuenta, de nuestra vida. Y en ella naufragamos. Somos entonces mera imagen, un
holograma; extasiados por los encantos de la desilusión y la simulación. En ese
éxtasis radica el encanto del señuelo, del engaño en que nos enredamos
cotidianamente. En la cual perdemos la
idea de nuestra presencia, porque somos pura ausencia. Incapaces, por demás, de
agregar lo simbólico a esa nuestra ausencia. Nos hundimos en una ilusión
desencantada, de la proliferación del objeto, de la palabra y la emoción vana.
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