Tener
actitudes desfavorables a nuestras metas tiene sus consecuencias y, a veces por
alguna razón o razones, no nos damos cuenta de ello. Cuando no actuamos sin que
medie nuestra reflexión sobre esa no-actuación, nos sentimos indignos de
nuestra pasividad. De allí, que la indignidad nos tironea hasta caer en el
nuestro propio desmerecimiento y llegar a un sentimiento de culpa.
En esta
situación damos marcha hacia la ansiedad, y de ésta a la parálisis de nuestro
pensar-hacer, y así caemos en un círculo indefinido. Si fallamos porque no
hemos actuado de acuerdo a nuestras metas, ocasiona que nos encontremos en el
sendero de considerarnos víctimas porque no hemos podido ser consecuentes con
nosotros mismos. Esto nos causa mucho pesar. Nos recriminamos permanentemente
por esta actitud blandengue ante nosotros y la vida.
El proceso de
nuestro desarrollo personal y social depende de que tengamos el valor y la
fortaleza de actuar favorablemente, en primera instancia, para nosotros; luego
para con los demás. Cuando iniciamos nuestra re-construcción personal y social,
comenzamos a tener cierto control sobre nuestras acciones y reacciones ante
nosotros y el mundo. Comenzamos a dar respuestas adecuadas a nuestro
pensar-hacer ante cualquier evento que se nos presente en la vida cotidiana. A
partir de acá, obtenemos resultados, aunque no siempre son los esperados, se
conforman con nuestra responsabilidad y nuestro hacer.
Al
arriesgarnos a acometer nuestra vida vamos adquiriendo seguridad a medida que
vamos dominando las herramientas de nuestro hacer. El hacer no es algo
meramente espontáneo, tenemos que aprender a ser-hacer lo que somos.
Indudablemente aumenta nuestra estima hacia nosotros, nos vemos y percibimos de
otra manera; porque el tomar decisiones y hacer compromisos nos da un valor
personal y social. De aquí que se produzca ese cambio en nuestra percepción
sobre lo que somos y hacemos.
Cuando no actuamos
adecuadamente a los fines que nos hemos propuesto, sentimos que hemos fallado y
esto nos puede llevar a convertirnos en víctimas. Fracaso tras fracaso, sin
reflexión, nos dirige por este sendero. Al percibirnos como víctimas comenzamos
por agredirnos a nosotros mismos, luego los demás lo harán. En muchos casos,
nuestra re-construcción debe darse a partir de las agresiones que hemos sufrido
de los demás y de las situaciones adversas del mundo que nos rodea. No nos
inventamos que somos víctimas, esa es una posición criticable en este
individualismo del mercado de la felicidad; el cual quiere culpar al individuo
de su propia condición, como si no existiese o no perteneciéramos a un entorno
que es hostil.
Toda la culpa
está en el individuo que no arriesga y que está constantemente retrocediendo. Él
es culpable de su propia condición. Esta es una posición sesgada e
individualista en la sociedad del triunfalismo. Yo como entidad aislada del
mundo tengo toda la culpa de lo que me pasa: el jefe no tiene culpa por su
abuso, igual mis padres; no los que hacen acoso permanentemente. Solo yo soy
culpable. El sujeto sin contexto social. La pura abstracción del sujeto.
El individuo,
él solo ha generado su complejo de víctima; nada ha influido sobre él. Cuando
mucho nos dicen que todos «tenemos en cierto grado de víctimas». Como el caso,
de la muchacha que fue violada porque ella (ella culpable) se puso una falda
corta, no porque hay un depredador que la violó. Este mercado del triunfalismo,
nos dirá que nosotros sentimos que las experiencias de nuestra vida, sean
agradables o desagradables, son responsabilidad de otras personas o de las circunstancias
de la vida. Nos no valoramos, porque nos consideramos víctimas, el esfuerzo que
hemos hecho. Como si ese sentir fue algo meramente personal sin relación alguna
con nuestra vida.
Tenemos que
quitarnos, nos dicen, esa actitud de víctimas. Como si fuese algo como
bañarse. Además, nos conminan a que
tenemos que tomar una decisión, entre elegir la «acción positiva» o permitir
que la duda y la desconfianza sobre nosotros influyan en nuestra mente. Como si
todo lo que nos sucede fuese un hecho mental, que nos lo podemos quitar
diciendo una cuantas palabras. Estas concepciones del éxito son instrumentales,
por eso siempre insisten en el cómo; no en el qué ni en el por qué. Todo lo
quieren resolver de manera instrumental.
En la vida no jugamos
ningún juego. Lo que hacemos es vivir una compleja, con muchos matices. No es
algo positivo o negativo, éstas son simplificaciones banales. Para llegar a ser
dueños de nuestro propia pensar-hacer y así tomar nuestras decisiones, debemos
reflexionar, pensar sobre lo qué somos, sobre lo qué han hecho de nosotros,
como bien decía Sartre. De este modo, podremos avanzar en la re-configuración
de nuestro hacer personal y social, porque ambos van conjugados en una unidad
múltiple.
Nuestra vida
puede desplegarse si le hacemos frente a nuestros miedos, que casi siempre nos
han sido inculcados o hemos heredados de otros miedosos. Porque cuando nos
damos cuenta de nosotros ya han pasado varios años de nuestra vida. En este
nuestro pensar sobre nuestras circunstancias interiores y exteriores podemos resistirnos
o aceptar la responsabilidad de nuestra vida. Responsabilidad que debe darnos la
emoción de confianza, porque no hay otro que decida por nosotros. Y en esto
está el compromiso con nosotros mismo,
lo que no siempre acarrea una vida fácil, pero si propia.
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