jueves, 24 de septiembre de 2015

PLURALIDAD CULTURAL E INTERPRETACIONES PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando comenzamos a revolear en nuestra cabeza sobre las cosas que nos rodean iniciamos nuestros choques frontales con ese o esos modelos en los que hemos vividos. Modelos que nos van marcando y dominando sin saberlo, que dejan su impronta en nuestro pensar-hacer. Por ejemplo, esos modos sociales por la competitividad y el individualismo.

Todos sabemos que la comunidad es el lugar en que nos reconocemos, aunque en muchos casos se da la negación de este hecho, en ese momento estamos escindido de nuestro yo individual y nuestro yo social. Es en la comunidad (familia, trabajo, escuela…) donde el nosotros como realidad es palpable de nuestras identidades; allí se fijan, de diversas maneras, nuestra individualidad con los grupos con los cuales coexistimos.

Por ello, debemos trabajar para potenciar el uso de instrumentos que favorezcan los proyectos comunes, los cuales hacen posible nuestro protagonismo en cada comunidad que participamos. Para ello, debemos respetar la pluralidad cultural y las interpretaciones para participar en ese desarrollo social. Eso nos lleva a tomar conciencia de nosotros mismos y de los otros, lo que facilita el camino de ese trabajo social. Acá me refiero a nuestras interacciones sociales, no me refiero a trabajo comunitario como políticamente se conoce.

Nuestras interacciones socioculturales son prácticas sociales, culturales y educativas;  que manejadas adecuadamente se pueden convertir en un instrumento fundamental para nuestro desarrollo personal y social. Ya que podemos actuar como mediadores en medio de los cambios constantes en que estamos inmersos, para ello es necesario la diversidad de nuestros puntos de vistas, los cuales nos permiten sentirnos o no corresponsables del quehacer cultural cotidiano. Por medio de éstos podemos trabajar en el favorecimiento de actitudes y comportamientos que potencien la capacidad creativa de nuestras expresiones, en tanto realización individual y social.

En este sentido, es necesario creer que podemos convertirnos en un recurso social capaz de proyectar y desarrollar capacidades y potencialidades capaces de llegar a las personas, que son, a la vez, espectadores-receptores de esas capacidades y potencialidades. Esta posibilidad de contemplarlos como agentes activos constructores transformadores de su propia realidad cultural como elemento patrimonial.

Para ello, tenemos que abogar por una perspectiva distinta a nuestro modelo taciturno de vida, basado en una sociedad del hastío, de la indiferencia ramplona. Debemos interceder por un hacer individual y social que intente desarrollar entre las personas la comunicación, el uso de la palabra, el diálogo, la interacción hacia la construcción de una comunidad que está destruida, la cual hay que reconstruir. Relaciones laborales destruidas, vecindades destruidas, escolaridades destruidas e igual familiaridades destruidas.

Hay que aupar aquello que una comunidad ha sido capaz de producir a lo largo de su hacer; al entorno tal y como es percibido y considerado por las personas que participan de él. Hay que distinguir las formas de relacionarnos que surgen en nuestro hacer cotidiano y que están basadas en un modelo social de comportamiento; con el objeto de saber si éste contribuye a poner de manifiesto y ensalzar los signos de identidad y las prácticas colectivas de nuestros grupos sociales.

De hecho, nuestras relaciones sociales deben estar signadas por la reflexión, para destacar que este hacer responde a nuestras necesidades de estructurar un quehacer social al mismo tiempo que conservar nuestra personalidad; por lo que se pueden convertir en un núcleo permanente de nuestra formación.

Desde esa perspectiva, nuestras relaciones interpersonales no son meras relaciones sino que son un proceso de formación personal y social. Es un instrumento favorable para nuestro pensar-hacer, ya que ofrece la posibilidad de interactuar y participar de manera activa, al poner en práctica estrategias que promueven la posibilidad de expresarnos para atender nuestras necesidades y la de los otros.

En este intercambio, surgen experiencias en las que se conjugan nuestros modos de ser hacer y ser; las cuales se visibilizaban en el desarrollo cultural y social de nuestro entorno. De este modo, podemos llegar a identificar nuestros problemas, que nos afectan y determinan nuestra vida en comunidad.

Para ello, es necesario formar nuestros criterios en relación con esos espacios en que nos desenvolvemos, dado que lo social ha de entenderse como algo que se construye y no está dado. Por lo que tiene significados que definen en ese conjunto de relaciones en las que estamos inmersos. Que, a la vez, construimos y nos construyen como sujetos.

El trabajo hacia nuestro desarrollo social contribuye a ofrecer la posibilidad de transformación de las condiciones que obstaculizan nuestra vida, en este contexto debemos reivindicar esos procesos reflexivos sobre las prácticas cotidianas, los cuales nos permitan hacer evidente la íntima relación entre lo individual y lo social como un hecho de formación. Por ello, es necesario crear espacios para el diálogo y libertad, ya que éstos se convierten en los principios organizadores que nos permiten estructurar nuestras relaciones entre ese yo que somos y los demás que nos conforman.



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