Cuando
comenzamos a revolear en nuestra cabeza sobre las cosas que nos rodean
iniciamos nuestros choques frontales con ese o esos modelos en los que hemos
vividos. Modelos que nos van marcando y dominando sin saberlo, que dejan su
impronta en nuestro pensar-hacer. Por ejemplo, esos modos sociales por la
competitividad y el individualismo.
Todos sabemos
que la comunidad es el lugar en que nos reconocemos, aunque en muchos casos se
da la negación de este hecho, en ese momento estamos escindido de nuestro yo
individual y nuestro yo social. Es en la comunidad (familia, trabajo, escuela…)
donde el nosotros como realidad es palpable de nuestras identidades; allí se
fijan, de diversas maneras, nuestra individualidad con los grupos con los
cuales coexistimos.
Por ello,
debemos trabajar para potenciar el uso de instrumentos que favorezcan los
proyectos comunes, los cuales hacen posible nuestro protagonismo en cada
comunidad que participamos. Para ello, debemos respetar la pluralidad cultural
y las interpretaciones para participar en ese desarrollo social. Eso nos lleva
a tomar conciencia de nosotros mismos y de los otros, lo que facilita el camino
de ese trabajo social. Acá me refiero a nuestras interacciones sociales, no me
refiero a trabajo comunitario como políticamente se conoce.
Nuestras
interacciones socioculturales son prácticas sociales, culturales y educativas; que manejadas adecuadamente se pueden convertir
en un instrumento fundamental para nuestro desarrollo personal y social. Ya que
podemos actuar como mediadores en medio de los cambios constantes en que
estamos inmersos, para ello es necesario la diversidad de nuestros puntos de
vistas, los cuales nos permiten sentirnos o no corresponsables del quehacer
cultural cotidiano. Por medio de éstos podemos trabajar en el favorecimiento de
actitudes y comportamientos que potencien la capacidad creativa de nuestras expresiones,
en tanto realización individual y social.
En este
sentido, es necesario creer que podemos convertirnos en un recurso social capaz
de proyectar y desarrollar capacidades y potencialidades capaces de llegar a
las personas, que son, a la vez, espectadores-receptores de esas capacidades y
potencialidades. Esta posibilidad de contemplarlos como agentes activos constructores
transformadores de su propia realidad cultural como elemento patrimonial.
Para ello,
tenemos que abogar por una perspectiva distinta a nuestro modelo taciturno de
vida, basado en una sociedad del hastío, de la indiferencia ramplona. Debemos
interceder por un hacer individual y social que intente desarrollar entre las
personas la comunicación, el uso de la palabra, el diálogo, la interacción
hacia la construcción de una comunidad que está destruida, la cual hay que
reconstruir. Relaciones laborales destruidas, vecindades destruidas,
escolaridades destruidas e igual familiaridades destruidas.
Hay que aupar aquello
que una comunidad ha sido capaz de producir a lo largo de su hacer; al entorno
tal y como es percibido y considerado por las personas que participan de él.
Hay que distinguir las formas de relacionarnos que surgen en nuestro hacer
cotidiano y que están basadas en un modelo social de comportamiento; con el
objeto de saber si éste contribuye a poner de manifiesto y ensalzar los signos de
identidad y las prácticas colectivas de nuestros grupos sociales.
De hecho,
nuestras relaciones sociales deben estar signadas por la reflexión, para
destacar que este hacer responde a nuestras necesidades de estructurar un
quehacer social al mismo tiempo que conservar nuestra personalidad; por lo que
se pueden convertir en un núcleo permanente de nuestra formación.
Desde esa
perspectiva, nuestras relaciones interpersonales no son meras relaciones sino
que son un proceso de formación personal y social. Es un instrumento favorable
para nuestro pensar-hacer, ya que ofrece la posibilidad de interactuar y
participar de manera activa, al poner en práctica estrategias que promueven la
posibilidad de expresarnos para atender nuestras necesidades y la de los otros.
En este
intercambio, surgen experiencias en las que se conjugan nuestros modos de ser
hacer y ser; las cuales se visibilizaban en el desarrollo cultural y social de
nuestro entorno. De este modo, podemos llegar a identificar nuestros problemas,
que nos afectan y determinan nuestra vida en comunidad.
Para ello, es
necesario formar nuestros criterios en relación con esos espacios en que nos
desenvolvemos, dado que lo social ha de entenderse como algo que se construye y
no está dado. Por lo que tiene significados que definen en ese conjunto de
relaciones en las que estamos inmersos. Que, a la vez, construimos y nos
construyen como sujetos.
El trabajo
hacia nuestro desarrollo social contribuye a ofrecer la posibilidad de
transformación de las condiciones que obstaculizan nuestra vida, en este
contexto debemos reivindicar esos procesos reflexivos sobre las prácticas
cotidianas, los cuales nos permitan hacer evidente la íntima relación entre lo individual
y lo social como un hecho de formación. Por ello, es necesario crear espacios
para el diálogo y libertad, ya que éstos se convierten en los principios
organizadores que nos permiten estructurar nuestras relaciones entre ese yo que
somos y los demás que nos conforman.
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