La metafísica de lo Bello en Plotino está
signada, indudablemente, por la relación entre lo Bello y lo Uno. No obstante,
dicha relación es problemática. Ya que la exposición de esta relación se
convierte en una odisea, la cual en su conjunto se hace confusa. La dificultad de
esta relación no queda resuelta del todo, quedan muchos girones que atar. Si
nos atenemos al orden porfiriano de los tratados apreciamos que el periplo en
torno a esta cuestión es un peregrinaje impreciso, a través del cual unas veces
el filósofo considera lo Bello como lo Uno y otras veces no.
En Enéada I, 6, Plotino señala que se dice
correctamente que el bien y lo bello nacen en el alma, por semejarse al ser de
dios. Por esta razón, lo bello y las partes de los otros son del ser… A manera
de aquel, que en sí mismo es a la vez el bien y lo bello, lo bueno y la belleza[i]. Según
el pasaje, en cuestión, el bien y la belleza son análogos o son la misma cosa;
aparentemente, son el mismo Uno.
De esta manera, se continúa la tradición
clásica de la relación bello-bueno, donde lo divino es simultáneamente belleza
y bien. De esta manera, lo bello-bien a de corresponder a la primera hipóstasis,
ser parte de ésta. Pues de ella emana la inteligencia divina que posee la
belleza como atributo divino; razón por la cual los restantes seres son bellos a
partir de esta belleza. Si la belleza pertenece a la primera hipostasis lo
abarca todo, nada se encuentre ausente de ella. Es la causa productora superior,
cualitativamente, a lo producido.
Más adelante el filósofo agrega que
primero se asienta lo bello y luego el bien. No lejos está lo bello de la recta
inteligencia. Por lo cual, nuestra alma es bella[ii].
Aparentemente lo bello corresponde a la primera hipóstasis y a nivel de esencia
es lo mismo que el bien. Sin embargo, ¿Qué quiere decir primero se asienta lo
bello? Acaso quiere decir ¿Qué está antes del bien en el sentido de la
procesión y, por tanto, es posterior a éste en el sentido de la emanación?
Si lo bello es equiparable a lo Uno,
entonces ésta no es ni género ni categoría. Pues aquel está fuera del género y
la categoría, y por ende lo estaría lo bello en sí. Además, lo bello no podría ser
género porque su unidad quedaría destruida. Lo bello, parece estar allende de
toda determinación, de toda definición y de toda distinción. Por tanto, sería
anterior a la esencia. Tendremos que considerar a lo bello como algo supra-categorial;
porque, como señala Plotino, la naturaleza de lo anterior —esto es, de lo Uno—
engendra todos los seres, pero no se engendra a sí mismo; ni tiene, en efecto,
clase o cualidad ni magnitud ni inteligencia ni alma. Tampoco tiene movimiento
ni quietud o reposo, ni tiene lugar ni tiempo. Sin embargo, es en sí mismo y de
una sola forma, más es libre de toda forma, de todo ser, de todo movimiento y
de toda quietud[iii].
Esto quiere decir que no hay forma de
definir ni a lo Uno ni a lo bello, tampoco al bien. Porque carecen de género y
categoría. Lo Bello en sí carece de cualidad y cantidad, no pertenece a la
inteligencia ni al alma, no es ser ni es movimiento ni reposo, ni está en lugar
ni en tiempo alguno. Solo se puede decir de él que es simple por sí mismo,
ausente de forma y antes de toda forma.
¿Podemos decir que lo bello en sí es supra-bello?
En una interpretación externa a la concepción plotiniana, podemos decir que de
asumir esta condición convierte a la metafísica de lo bello en una metafísica
de lo inenarrable, de lo no-predicable, porque excluye a lo bello de todo
discurso de los razonamientos. En primera instancia, esto da como resultado una
metafísica negativa, pues el discurso sobre lo bello tendría su fundamento en
lo que éste no es. En segundo lugar, de asumirlo nos coloca más en la perspectiva
de lo sublime, lo cual a lo interno de la concepción plotiniana no resulta
posible.
No obstante, si apelamos al discurso de
los razonamientos podemos indicar que lo bello es unidad que se corresponde a
sí misma, principio y devenir de toda cosa bella, y es eterno. Lo bello es real
e idéntico a sí, no es afectado ni por generación ni por corrupción, se encuentra
entero en todo lugar, ya que posee una razón que se da en todas partes y en sí
misma. Y esto por la necesidad que tenemos de hablar de manera positiva de un
elemento y sus atributos.
Por esta razón, lo bello es descrito por
el filósofo como el brillo que resplandece de la idea; el cual no se ofrece de
la misma manera en todos y se da con posterioridad al ser. En cambio, no es
otra cosa que la esencia, pues lo afirmado de la esencia se aplica a lo bello. Aún
cabe considerarlo de otro modo: en referencia a la afección (estética) particular
que produce en nosotros cuando somos sus contempladores. Este acto es un movimiento
que tiende verdaderamente hacia aquél, pero es, en verdad, un movimiento[iv].
Este movimiento es una aisthesis y el
mismo corresponde al espectador, esto es, al sujeto que contempla lo bello. No
a la bello en sí. Por otra parte, lo bello es posterior al ser, es decir, a lo
primero y más antiguo, en sentido cualitativo. En tanto brillo, no es la luz en
sí, sino una emanación de la luz. Lo bello, según el pasaje, está determinado
por los géneros al ser, la esencia y el movimiento. No es supracategorial como
habíamos indicado antes.
Por otra parte, aquel —se refiere a lo
Uno— suministra a todos y engendra en sí mismo el propósito, el cual ofrece sin
recibir nada en sí mismo; se muestra y permanece en la contemplación de sí
mismo y disfruta semejándose a sí mismo. ¿Qué necesidad tiene de lo bello?
Porque en sí mismo, el ser en sí (ὂν αὐτὸ) es más bello y elabora al
enamorado de lo bello mismo y al productor enamorado[v].
Ninguna necesidad tiene lo Uno de lo bello
porque es superior a éste, ya que lo antecede. Es lo que da a lo bello el ser
de su belleza. Lo que nos está diciendo el filósofo es que aquel está más allá
de lo bello, es más bello que lo bello; de allí que elabore al enamorado y al
productor enamorado de lo bello.
A partir de acá se produce la distinción entre
lo bello y lo Uno, aparentemente no son análogos. Aquel es suprabello, mientras
que lo Bello es bello en sí.
Que lo bello es un comienzo, sí lo es.
Pero un comienzo de otra naturaleza. Si lo relacionamos con la estética
—entiéndase sensación o afección— del contemplador, que antes ha sido expuesta,
lo bello es un comienzo posible en la vía de la procesión o retorno a lo Uno.
Como posibilidad de contemplar a aquel. En este sentido, lo bello es un
comienzo que tiende hacia aquel. Pues todo comienza y tiende a aquel. Lo bello no
es principio y fin de todo, porque quien todavía no lo ha visto —a aquel— lo
desea como el bien; sin embargo, al ver el principio, que es causa de lo bello y
de lo bueno (καλῶι
ἄγασθαί), queda maravillado y se llena de placer[vi].
Este ver no es sensible, se refiere el filósofo a la contemplación mística.
A nivel ontológico estamos muy lejos de lo
antropológico, nos hemos remontado al primer principio. Si lo bello fuese
semejante a lo Uno, sería unidad absoluta, idéntico a sí mismo, indivisible poseyendo
una razón que se abarcaría a sí mismo. ¿Realmente es así? Por lo que hemos
mostrado, parece no serlo.
El filósofo indica que lo que está más
allá del bien, es origen y principio de lo bello; en sí mismo es primero que el
bien y lo bello. Y está más allá de lo bello[vii].
Lo que está más allá del bien es lo Uno; éste es origen de lo bello, el cual es
posterior a él. Lo bello aparece como un velo que se antepone a lo Uno y cubre,
de alguna manera, al Bien; como algo que está entre la inteligencia y aquel. Debemos
entender que esta es una forma de expresarse, la cual le otorgarle categorías a
las hipostasis divinas.
Por otra parte, más allá de lo bello mismo
se dice de aquella naturaleza que imprime a lo bello fuera de sí mismo; ya que por
sus razones lo bello primero (πρῶτον καλόν) asciende a la
inteligencia, por cierto, lo bello inteligente se manifiesta en lugar del
conocer[viii].
Lo bello inteligible se equipará con la Inteligencia por ser la belleza que
compete a ésta. ¿Por qué este cambio?
A nivel de la metafísica plotiniana
debemos entender los diversos grados que conforman las hipostasis, y con ellas
la ontología que está implícita en las diversas categorías y en los matices del
discurso. De ahí la dificultad de comprender la transición de un nivel
ontológico al otro, de entender las variantes de la esencia que define lo bello
según el nivel en que se desarrolla el discurso.
[i] Cfr. Plotino. Enéada I 6, 6, 19-24.
[ii] Cfr. Enéada I 6, 6, 26-27.
[iii] Cfr. Enn VI 9, 3.
[iv] Cfr. Enn VI 2, 17, p. 118.
[v] Cfr. Enn I 6, 7, 26-30.
[vi] Cfr. Enn I 6, 7, 15-16.
[vii] Cfr. Enn I 6, 9, 37.
[viii] Cfr. Enn I 6, 9, 40.