martes, 26 de agosto de 2014

VEJEZ, DRAMA Y TRAGEDIA DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Ortega y Gasset en su texto de 1925 «La deshumanización del arte y otros ensayos de estética», y en particular en el ensayo denominado “La intrascendencia del arte” trata un asunto en el cual nos hayamos inmersos, según el filósofo, desde finales del siglo XIX. El asunto, en cuestión, es el gobierno o la preeminencia de la juventud. Cuestión que desde hace años nos es muy natural. Incluso consideramos que siempre ha sido de esta manera, por el tratamiento y el aprecio que la belleza de la juventud ha tenido en el arte.

No obstante, en nuestro tiempo la juventud, o mejor dicho, el culto a la juventud y con ella el culto a la lozanía y frescura del cuerpo se ha convertido en un drama y una tragedia, para quienes la han perdido o van en el camino inevitable de perderla. Pues nos negamos a perder la juventud, no sólo en su lozanía sino en sus maneras y modos; todos queremos ser jóvenes y nos comportamos como tales.

Nos afirmamos unos a otros que estamos «igualitos» que cuando éramos muchachos y muchachas. Para ello, a través, del lenguaje no hemos inventado aquello de «la tercera edad» cualquier día de estos comenzamos a hacer subdivisiones más precisas, para indicar más juventud; otra cosa de estos artificios de engaño es el de «juventud prolongada», y así otros. Lo cierto es que nadie quiere asumir que es viejo o se está haciendo viejo. El siglo XX es el siglo de la juventud, y el siglo XXI, hasta el momento, ahonda en esta concepción del sujeto.             

Ortega y Gasset indica que “El triunfo del deporte significa el triunfo de los valores de juventud sobre los valores de la senectud”. Eso lo ve el pensador, en la década del veinte. Actualmente, esto se da en todos los ámbitos y no sólo en el deporte, aun cuando sigue vigente. La publicidad es uno de los grandes promotores de los valores de la juventud. «Tienes que ser niño toda la vida» proclaman muchos slogan. «El espíritu no envejece, eterna juventud» es la propuesta publicitaria y con ella todos los productos para no perder la lozanía y la frescura exterior. No importa lo que pase al otro lado. 

Todos somos invitamos a asumir los valores de la juventud. «Piensas como un viejo» o «pareces un viejo» son frases que enjuician nuestro comportamiento. Y por supuesto no queremos ser vistos como viejos; todos queremos ser unos «carajitos» y comportarnos como tales. Nos vestimos como jóvenes, nos comportamos y debemos pensar como chamos o pavos (decían antes). El viejo puede ser viejo pero debe tener espíritu joven, es una de esas fórmulas de consuelo, para lo biológica o fisiológicamente inevitable. Envejecer.

“El culto al cuerpo es eternamente síntoma de inspiración pueril, porque sólo es bello y ágil en la mocedad, mientras el culto al espíritu indica voluntad de envejecimiento, porque sólo llega a plenitud cuando el cuerpo ha entrado en decadencia”. Nos señala el filósofo madrileño. Estamos anclados, porque así son nuestros tiempos, en el culto al cuerpo, a la belleza y agilidad de la mocedad, y no queremos desprendernos de ella. Esto se nos ha convertido en un drama. No atendemos al espíritu sino al cuerpo, a esto que somos. Pero de manera desmesurada. Y sin embargo, vamos envejeciendo queramos o no.     

El culto a la juventud, y toda esta visión y percepción del mundo joven, que nos resulta tan natural y no de otro modo. No siempre ha sido así. “Todavía en mi generación gozaban de gran prestigio las maneras de la vejez. El muchacho anhelaba dejar de ser muchacho lo antes posible y prefería imitar los andares fatigados del hombre caduco. Hoy los chicos y las chicas se esfuerzan en prolongar su infancia y los mozos en retener y subrayar su juventud. No hay duda: entra Europa en una etapa de puerilidad”.

Hoy el viejo anhela desesperadamente ser muchacho, permanecer siendo muchacho e imita los andares, maneras y modos de hablar de éste. Rechaza la vejez. El viejo quiere retornar a su infancia, a la potencia de su juventud, se atiborra de viagra de manera desesperada. Los achaques los desea esconder debajo de la cama, como si su cuerpo envejecido fuese de algún otro. Para parecer jóvenes asumimos actitudes pueriles, y cuando las fuerzas del cuerpo ya no dan para más apelamos al niño que todos llevamos dentro. Sólo engaños.       

El viejo quiere seguir habitando este mundo en una estupidez de juventud ya pasada, no quiere reconocerse, se niega a sí mismo. Niega su cuerpo, su racionalidad, sus emociones. Prefiere hacer el ridículo, antes de asumir su vejez. Porque ésta ya no tiene valores, o de otra manera, se ha transmutado en valores de juventud, que ya no le pertenecen. Ha quedado a un lado del camino y se niega a ello. “El cariz que en todos los órdenes va tomando la existencia europea anuncia un tiempo de varonía y juventud. La mujer y el viejo tienen que ceder durante un tiempo el gobierno de la vida a los muchachos, y no es extraño que el mundo parezca ir perdiendo formalidad”. Nos dice Ortega y Gasset.

Ya sabemos que en nuestro tiempo, el gobierno de la juventud no es sólo asunto de la existencia europea sino de todos nosotros. La juventud reina y con ella sus valores. Ese es nuestro tiempo.    


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