martes, 19 de agosto de 2014

CUERPO-MENTE-EMOCIÓN EL SUJETO EN SU TOTALIDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La importancia del pensamiento racional en nuestra cultura es fundamental. Nos ha llevado a alcanzar grandes logros en muchos aspectos, aunque también nos haya llevado a mucha desmesura. Que se haya realizado cierto giro en este aspecto es bien venido, pues involucra de manera activa la parte emotiva del sujeto, la cual nunca fue desdeñada por la filosofía, como algunos pretenden indicar. Cuando se aborda esta dualidad del sujeto, emoción-razón, como una totalidad hace entonces su presencia el cuerpo y todas sus metáforas. Eso que soy.    

El efecto de la separación entre cuerpo, mente y emoción se refleja en muchos aspectos de nuestro hacer. Por una parte, encerrados en nuestra mente olvidamos como pensar con nuestro cuerpo y nuestras emociones; lo mismo ocurre si nos encerramos en nuestras emociones o en nuestro cuerpo, nos olvidamos de pensar con nuestra mente. Nos olvidamos de cómo servirnos de cada una de estas partes, que nos constituyen, para llegar al conocimiento de nosotros mismos y de los otros.

Asimismo, nos alejamos de nuestro entorno natural e intentamos hacerlo del social. Pues intentamos olvidarnos de coexistir y cooperar con una variedad intensa de situaciones vivientes. Nuestra conciencia surge en medio de este conflicto conjugando nuestros conocimientos racionales con nuestros conocimientos del cuerpo y las emociones, que no son  de naturaleza lineal con nuestro entorno. Sino que producen bucles, que nos arrastran en contradicciones. 

Estos saberes mezclados son una característica de las culturas, pues en ellas se amalgaman todos estos elementos sin orden ni concierto. La vida se organiza y desorganiza en torno a unos ambientes altamente refinados, de los cuales, generalmente, no tenemos conciencia. Por el contrario, el progreso civilizatorio contemporáneo ha sido, en gran parte, un desarrollo de lo racional e intelectual, que nos da un carácter unilateral. No obstante, no ha podido, porque no puede, deslastrarse de lo corporal y emocional, lo que genera una situación paradójica, que raya en el sinsentido.

Se controlan procesos altamente sofisticados, por ejemplo, viajes espaciales. Pero somos incapaces de controlar mejores condiciones de bienestar para grandes grupos poblacionales. Se propone la creación de comunidades en gigantescas colonias espaciales, pero no somos capaces de administrar adecuadamente los municipios que conforman nuestras ciudades. Nos tratan de convencer de los signos y símbolos de nuestro alto nivel de vida, mientras que, por otra parte, nos susurran que no tenemos acceso a una asistencia sanitaria, a una educación, o a un transporte público adecuado. El hombre es ególatra.

Este exceso de autoafirmación se manifiesta en forma de poder, de control y dominación a los demás por la fuerza; es el modelo que predomina en nuestras relaciones de poder. El poder está en manos de clases dominantes constituidas por jerarquías personales, comunitarias, organizacionales y empresariales, que se expresan a través de discursos racistas y sexistas y violaciones de la integridad del otro ocultos en un discurso triunfalista y exitoso. Se expresa en bellas metáforas dominadoras de nuestra cultura.

Nuestros comportamientos los fundamos en conceptos según los cuales la comprensión de la naturaleza, en todos sus sentidos, implica la dominación de ésta por parte del individuo. Esta actitud tiene como resultado la creación de una biotecnología, de una biopolítica, de una biogerencia, en la que el habita del sujeto es reemplazado por un entorno simplificado, sintético y prefabricado, poco idóneo para satisfacer las complejas necesidades de éste. Incluso se le plantea que las puede adquirir sin gran esfuerzo. 

Nuestras relaciones de poder orientadas al control conforman nuestra sociedad disciplinaria, la producción en masa y la estandarización de nuestro comportamiento domina la administración de nuestras vidas, cuyo fin se centra en un crecimiento ilimitado. En este sentido, nuestra tendencia auto-afirmante sigue aumentando y con ella, paradójicamente, la exigencia de la sumisión.

El comportamiento y la actitud triunfante, yang como señala Capra, es el ideal de nuestra sociedad. No obstante, impone por otra parte la conducta sumisa, que se espera de la mujer, de los empleados y ejecutivos a quienes se les exige negar su personalidad,  para que adopten la identidad y los modelos de comportamiento corporativos. He allí el sinsentido en que se encuentra toda la terapéutica de la biogerencia.

En lo educativo ocurre algo similar, se premia la autoafirmación en cuanto al comportamiento competitivo, no cooperativo. Sin embargo, cuando cuestiona los principios de autoridad se le reprime. De allí la dualidad autoafirmación-sumisión en que se encuentra el individuo, perdido en medio de una bioeducación que termina por no considerarlo un sujeto con conocimiento corporales, emocionales y racionales. Sino un ser autoafirmante y competitivo.     

Tal vez una conciencia con más sentido puede surgir cuando podamos conjugar nuestros conocimientos racionales, emocionales y corporales con esta naturaleza no lineal de nuestro entorno social y natural.


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Escucha: “Pasión y razón” en www.arte958.com (todos los martes desde las 2:30 pm, hora de Caracas) 

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