viernes, 15 de agosto de 2014

FLEXIBILIDAD O RIGIDEZ EN LA CONSTRUCCIÓN AL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Qué vivimos en crisis, eso es algo permanente en todos nosotros. No debe resultarnos extraña tal forma de habitar este mundo. Todos los días nos enfrentamos a algo que nos saca de nuestra armonía, y nos plantea una nueva búsqueda de ésta. Podemos leer en los periódicos, ver en la televisión sobre numerosas manifestaciones de alguna crisis que viven los sujetos, y, además, mucha gente tratando de decirnos cómo debemos manejar esta nuestras crisis.

Nos enfrentamos, pues, a una inflación y un alto índice de nuestras crisis personales, interpersonales y sociales con la simple convicción que somos sujetos, como dijo Heidegger, arrogados en el mundo. De este modo, todas nuestras crisis son distintas facetas de nuestra existencia, crisis de nuestro existir. Y estas crisis estarán esencialmente condicionadas por nuestra percepción individual y social. Pues, a veces ni nos damos cuenta que estamos en crisis, es decir, que existimos.

Muchas veces, nuestras crisis se dan por nuestra tentativa de aplicar conceptos que corresponde a una visión anticuada de nuestro mundo, de aplicar viejos conceptos a una realidad que ya no podemos comprender desde ese punto de vista. Vino viejo y odres viejos, hay que renovar ambos a un mundo caracterizado por interconexiones de fenómenos biológicos, filosóficos, psicológicos, sociales y ambientales entre muchos otros; en donde todos están, a la vez, recíprocamente independientes.

Si intentamos percibir este mundo, nos dicen que necesitamos una perspectiva ecológica; pero en qué consiste esta manera. Nos dicen, también, que lo que necesitamos es un nuevo paradigma, una nueva visión de la realidad, una transformación fundamental de nuestros pensamientos, de nuestras percepciones y de nuestros valores. Y aquí nos enfrascamos en una nueva crisis de saberes, pues a veces nos invitan a estudiar antiguas concepciones de la vida y nos habían dicho sobre nuevos paradigmas. Será qué hace tiempo sabemos lo que tenemos que hacer, pero en nuestra terquedad humana lo olvidamos constantemente. Piedras en el camino hay suficientes para tropezarnos siempre. Re-errar es de humanos.     

Cuando llegamos al auge de nuestra vitalidad tendemos a perder el ímpetu cultural y comenzamos a decaer. Si no decaemos nos fuerzan a ello. Nos fuerzan a perder el ímpetu bajo la influencia cultural sobre lo físico. Toynbee, señalaba que un elemento fundamental de la decadencia es la pérdida de flexibilidad en nuestras estructuras personales, sociales y en nuestros ya «modelos» de comportamiento. Los cuales los tornamos tan rígidos que no podemos adaptarnos a los cambios de nuestra evolución cultural, y derrumbamos nuestra sociedad que se desintegra por nuestras manos. Cuantas personas dicen «en mi época», como si ya estuviesen muertos. Posiblemente ya lo están.  

Por el contrario, cuando nuestras estructuras y modelos son flexibles nuestro recorrido en esta vida presenta una variedad y una versatilidad sin límites, incluso nos consideramos inmortales. Lo decadente se caracteriza por su uniformidad y falta de inventiva. La inflexibilidad que nos conduce a nuestra decadencia está acompañada de una falta de armonía general, que se manifiesta entre nuestros diversos constituyentes, lo que inevitablemente deriva en conflictos y discordias personales, interpersonales y sociales.

Tres cambios van a quebrantar las bases de nuestras vidas y a influir profundamente en nuestro sistema personal, interpersonal y social. El primero, quizá el más profundo de estas transiciones es la lenta y reacia decadencia de nuestro patriarcado mental.  Éste se basa en un sistema de relaciones de poder establecido por la fuerza, por presión directa o por medio de ritos, tradiciones, leyes, lenguaje, costumbres, ceremonias, educación y división del trabajo, el cual determina el papel que debo o no desempeñar, dijo «debo» porque se vuelve, en muchos casos, en una obligación para conmigo y los otros, y no sé porqué.

El segundo, tiene que ver con la disminución de nuestras fuentes de energías intelectuales, emocionales, estéticas, éticas… Pues, éstas son la principal fuente de energía de nuestra vida. No es el petróleo, ni la energía atómica, de ellas carecimos por miles de años y fuimos humanos con nuestras crisis. La pérdida de nuestras propias fuentes de vida traerá consigo el final de nuestra existencia. Al perderlas, tal vez, ni siquiera nos podamos reintegrar con este suelo bendito.

El tercero está relacionado con nuestros valores culturales. Se trata de la búsqueda de paradigmas, no sé si nuevos o no. Pero se trata de cambio o no de nuestra mentalidad, de nuestros conceptos y de los valores que forman nuestra visión particular y colectiva de la realidad. Los paradigmas dominan nuestra cultura, modelan nuestra sociedad e influyen, de manera relevante, en la construcción de nuestro mundo.

Lo que no puede haber es un único enfoque valido para llegar al conocimiento de esta nuestra realidad; ni la idea de una vida compuesta de bloques elementales, somos una pared. Ni la vida en sociedad vista como una lucha competitiva por la existencia, pues como señala Maturana, la competencia es antisocial. Ni solo pensar que el crecimiento tecnológico y económico es para obtener un progreso material ilimitado. Porque la vida siempre se abre espacio.


PD. Visita en facebook: Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín

En: www.arte958.com (todos los martes de 2:30 pm a 3:30 pm, hora de Caracas) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario