Qué vivimos en
crisis, eso es algo permanente en todos nosotros. No debe resultarnos extraña
tal forma de habitar este mundo. Todos los días nos enfrentamos a algo que nos saca de nuestra armonía,
y nos plantea una nueva búsqueda de ésta. Podemos leer en los periódicos, ver
en la televisión sobre numerosas manifestaciones de alguna crisis que viven los
sujetos, y, además, mucha gente tratando de decirnos cómo debemos manejar esta
nuestras crisis.
Nos enfrentamos, pues, a una inflación y
un alto índice de nuestras crisis personales, interpersonales y sociales con la
simple convicción que somos sujetos, como dijo Heidegger, arrogados en el
mundo. De este modo, todas nuestras crisis son distintas
facetas de nuestra existencia, crisis de nuestro existir. Y estas crisis
estarán esencialmente condicionadas por nuestra percepción individual y social.
Pues, a veces ni nos damos cuenta que estamos en crisis, es decir, que existimos.
Muchas veces,
nuestras crisis se dan por nuestra tentativa de aplicar conceptos que
corresponde a una visión anticuada de nuestro mundo, de aplicar viejos
conceptos a una realidad que ya no podemos comprender desde ese punto de vista.
Vino viejo y odres viejos, hay que renovar ambos a un mundo caracterizado por
interconexiones de fenómenos biológicos, filosóficos, psicológicos, sociales y
ambientales entre muchos otros; en donde todos están, a la vez, recíprocamente
independientes.
Si intentamos percibir
este mundo, nos dicen que necesitamos una perspectiva ecológica; pero en qué
consiste esta manera. Nos dicen, también, que lo que necesitamos es un nuevo
paradigma, una nueva visión de la realidad, una transformación fundamental de
nuestros pensamientos, de nuestras percepciones y de nuestros valores. Y aquí
nos enfrascamos en una nueva crisis de saberes, pues a veces nos invitan a
estudiar antiguas concepciones de la vida y nos habían dicho sobre nuevos
paradigmas. Será qué hace tiempo sabemos lo que tenemos que hacer, pero en
nuestra terquedad humana lo olvidamos constantemente. Piedras en el camino hay
suficientes para tropezarnos siempre. Re-errar es de humanos.
Cuando llegamos
al auge de nuestra vitalidad tendemos a perder el ímpetu cultural y comenzamos a
decaer. Si no decaemos nos fuerzan a ello. Nos fuerzan a perder el ímpetu bajo
la influencia cultural sobre lo físico. Toynbee, señalaba que un elemento
fundamental de la decadencia es la pérdida de
flexibilidad en nuestras estructuras personales, sociales y en nuestros ya «modelos» de
comportamiento. Los cuales los tornamos tan rígidos que no podemos adaptarnos a
los cambios de nuestra evolución cultural, y derrumbamos nuestra sociedad que se desintegra por nuestras manos. Cuantas personas dicen «en mi
época», como si ya estuviesen muertos. Posiblemente ya lo están.
Por el contrario, cuando nuestras
estructuras y modelos son flexibles nuestro recorrido en esta vida presenta una
variedad y una versatilidad sin límites, incluso nos consideramos inmortales.
Lo decadente se caracteriza por su uniformidad y falta de inventiva. La inflexibilidad
que nos conduce a nuestra decadencia está acompañada
de una falta de armonía general, que se manifiesta entre nuestros diversos
constituyentes, lo
que inevitablemente deriva en conflictos y discordias personales,
interpersonales y sociales.
Tres cambios
van a quebrantar las bases de nuestras vidas y a influir profundamente en
nuestro sistema personal, interpersonal y social. El primero, quizá el más
profundo de estas transiciones es la lenta y reacia decadencia de nuestro
patriarcado mental. Éste se basa en un
sistema de relaciones de poder establecido por la fuerza, por presión directa o
por medio de ritos, tradiciones, leyes, lenguaje, costumbres, ceremonias,
educación y división del trabajo, el cual determina el papel que debo o no
desempeñar, dijo «debo» porque se vuelve, en muchos casos, en una obligación
para conmigo y los otros, y no sé porqué.
El segundo,
tiene que ver con la disminución de nuestras fuentes de energías intelectuales,
emocionales, estéticas, éticas… Pues, éstas son la principal fuente de energía de nuestra
vida. No es el petróleo, ni la energía atómica, de ellas carecimos por miles de
años y fuimos humanos con nuestras crisis. La pérdida de nuestras propias
fuentes de vida traerá consigo el final de nuestra
existencia. Al perderlas, tal vez, ni siquiera nos podamos reintegrar con este
suelo bendito.
El tercero está
relacionado con nuestros valores culturales. Se trata de la búsqueda de paradigmas, no
sé si nuevos o no. Pero se trata de cambio o no de nuestra mentalidad, de nuestros conceptos y de los valores que forman nuestra visión
particular y colectiva de la realidad. Los paradigmas dominan nuestra cultura, modelan
nuestra sociedad e influyen, de manera relevante, en la
construcción de nuestro mundo.
Lo que no
puede haber es
un único enfoque valido para llegar al conocimiento de esta nuestra realidad; ni
la idea de una vida compuesta de bloques elementales, somos una pared. Ni la
vida en sociedad vista como una lucha competitiva por
la existencia, pues como señala Maturana, la competencia es antisocial. Ni solo
pensar que el crecimiento
tecnológico y económico es para obtener un progreso material ilimitado. Porque
la vida siempre se abre espacio.
PD. Visita en facebook: Consultoría y
Asesoría Filosófica Obed Delfín
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