miércoles, 13 de agosto de 2014

ENTRE PLACERES Y DESEOS LA EXHIBICIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nos encontramos, si es que nos encontramos en realidad, en medio de una cultura de la avidez y la insatisfacción. En ésta el deseo está en la antesala del placer. Hemos olvidado, por otra parte, que ambos han sido mirados con inquina y desconfianza. Ya no; ahora el deseo está bien considerado, y hacemos loas por él. Organizamos y nos organizan nuestra forma de vida sobre la excitación continua y sobre un hedonismo asumible.

Vivimos en un catalogo de apetencias programadas, que asumimos como nuestras. La publicidad tiene ahora el fin producir sujetos que desean algo, nos ha convertido en sujetos deseantes. Ella es una fábrica productora de deseos. De este modo, hemos desmantelado cualquier defensa construida para protegernos del placer. Por el contrario, construimos puentes, grandes avenidas para acceder más rápidamente a él.  

El culto del placer libera el conjunto de represiones y hace triunfar pequeñas gulas. Se impone la metáfora practicable del paraíso, el cual se goza a través de la tentación. En el discurso del placer aparecen nuestros comportamientos concretos, que se mueven al unísono de una música seductora que no escuchamos, pero que sí nos roza constantemente.

El deseo y el placer no son fenómenos aislados, conforman nuestro sistema de expectativas. Nuestros deseos operan en un ámbito tangible que conecta nuestros conceptos, emociones, valores, creencias, a través de las cuales creamos una estructura que da sentido a nuestras preferencias, sensibilidades y comportamientos, que aparentemente resultan originales e inconexos, pero que nos hace mover de manera conexa y colectiva.

Un efecto de la publicidad es la afirmación del individuo, en la cual los derechos humanos son individuales y no sociales. En este sentido, nuestra conciencia individual se decreta como el supremo tribunal de nuestro comportamiento, en el que la personal individual es un valor a defender. Así entramos por los derroteros del egoísmo, el cual podemos o no justificar. En este discurso del placer, como lo indica Hume, puede resultar más racional preferir la destrucción del universo a sufrir un rasguño en mi mano.   

El discurso del deseo individual es algo que se ha vuelto natural. Y creo que nadie lo rechazaría. Pero sin darnos cuenta ha anulado ciertos los lazos de unión entre los individuos, lo que deriva del desarrollo de la moral individual que es un triunfo del individuo, pero donde éste a la vez se pierde.

Generalmente, nos pensamos y sentimos como sujetos de apariciones, de cuestiones que consideramos solo nuestras. Sin embargo, sin saberlo somos unos espectadores más de estas apariciones, que es el resultado de acciones que ignoramos. Ya que, somos parte de un entramado que no sabemos explicar, y que ni siquiera conocemos. Pertenecemos a un involuntario hacer personal y social, en el cual creamos relaciones y patrones que transferimos a nuestros deseos y expectativas.

Somos parte de un tramado en el que quedamos atrapados sin darnos cuenta, y en el cual prestamos nuestra colaboración sin ningún esfuerzo. Ya que en éste somos objetos-sujetos de tentación. Todo lo exponemos a la vista. Estamos hastiados de nuestra intimidad. A diario hacemos strip-tease de nosotros mismos, sólo hay que mirar las llamadas redes sociales. En ellas nos ponemos en vitrina y nos exhibimos excitantemente. Y si no es suficiente con exhibirnos a nosotros mismos, exhibimos a los otros.

Nuestra función como seres deseantes nos hace conscientes de nuestras carencias, nos revela lo que nos falta o no. Lo cual, paradójicamente, nos obliga a sentirnos frustrados porque carecemos de abundancia, felicidad, armonía, experiencias… Lo que fomenta mi codicia, mi ambición sobre aquello que tiene lo que deseo, y me induce a un desafío inacabable; para terminar todo esto en un dejarme llevar para así satisfacer mi deseo.

La insistencia publicitaria nos convierte en diseminadores de ansias e insatisfacciones. Se publicita la felicidad, el bienestar, la abundancia, la armonía, la paz espiritual… como productos que podemos adquirir si así lo deseamos. Lo que está planteado es ¿cómo despertar el deseo de adquirir estos productos? En última instancia el producto no importa, lo que importa es el deseo que desea. De allí que se produzcan necesidades y apetencias que sólo pueden satisfechas efímeramente. La obsolescencia planificada de la felicidad, del bienestar, de la armonía…  

En este sentido, se busca preservar el deseo que se necesita para aniquilar un objeto que se desea; y, a la vez, provocar más deseo en este fuego insaciable. Se provoca y se pervive en la insatisfacción del deseo, ya que ésta da muchos dividendos. Por eso es paradójico, porque el deseo que quiere ser satisfecho nunca lo puede ser, un círculo ansioso de satisfacciones insatisfechas. El sujeto se cuece en su propio caldo de deseos, que nunca se termina ni nunca lo cuece totalmente. Debemos recordar el mito de Sísifo.       


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