martes, 5 de agosto de 2014

LA FRAGILIDAD DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Mantenerse en condiciones de formación permanente es importante y saludable. Porque esto nos permite cotidianamente, por una parte, ampliar nuestras perspectivas; y por la otra, adoptar decisiones y compromisos a la luz de estas nuevas perspectivas.

Entre estas nuevas decisiones y compromisos debemos establecernos algunos principios que guíen nuestro hacer, por ejemplo, hacer sólo promesas que vamos a cumplir; asumir resoluciones y compromisos relevantes y significativos para ser nosotros mejores, y por ende las cosas que hagamos serán mejores; debemos emplear el conocimiento de nosotros mismos compartiendo éste con otras personas; por otra parte, hemos de considerar nuestras promesas como una muestra de nuestra integridad, pues en nuestra integridad personal está nuestro éxito con los demás.

            Esto es un sistema personal que funciona; el cual se extenderá a nuestras relaciones con los demás. De este pensar-hacer podrá generarse nuestro equilibrio y orden necesario para actuar en lo individual y lo colectivo. De esto depende que nuestro sistema de hábitos y de valores esté sincronizado. Pues constantemente nos vemos sometidos tanto a dudas y resistencias internas como externas, lo cual nos lleva a fracasar.

El comportamiento activo y adecuado a nuestras metas nos refuerza nuestras buenas intenciones y resoluciones. Éste se da en un tiempo que es favorable para enseñar y capacitar. Sin embargo, hay un tiempo que no es conveniente para enseñar, éste se da cuando las relaciones se hacen tensas y cargadas de emociones; en estas circunstancias el intento de enseñar y capacitar es percibido como una forma de juicio y de rechazo. Por ello, hay que estar atentos a la disposición emocional personal y de las otras personas.

En un caso como este, tal vez el mejor enfoque sea quedarse a solas con la persona, para conversar en privado la cuestión que atañe. Esto exige paciencia y control, requiere gobierno de las emociones.

Una persona, en la cual el gobierno de las emociones no sea el más adecuado a sus fines, posiblemente tienda a apropiarse de fuerzas externas, las cuales pueden ser de su rango de trabajo, de su fortaleza física, de su experiencia, de su intelecto y de emociones comparadas para intentar imponer un equilibrio en su carácter. A la larga, termina deformando su propio carácter.

En primer lugar, porque desarrolla un carácter débil de sí mismo. Al construir éste a partir de energías ajenas; pues toma sus fuerzas del exterior, sea de la autoridad que tiene en el trabajo que ocupa, con lo cual refuerza su dependencia de factores externos. Es decir, su carácter está enajenado, está fuera de sí, por no estar atendido adecuadamente.

En segundo término, desarrolla debilidades en los demás. Los que están en su entorno aprenden a actuar y a reaccionar por medio de emociones encontradas, por ejemplo, por miedo o conformidad; según este mostrándose en un momento determinado. En este sentido, la persona coarta su capacidad de razonar, su libertad, su crecimiento y su disciplina. Lo mismo hace con las otras personas, que actúan de manera reactiva o defensiva.

En tercer lugar, la persona desarrolla relaciones débiles, tensas fundadas en el miedo, la complacencia. En este aspecto, todas las relaciones implicadas se construyen en un marco de arbitrariedad e inestabilidad. Por ejemplo, para ganar una discusión, la persona usa sus puntos fuertes y sus fuerzas externas para arrinconar a la gente. Aunque gane la discusión, todos pierden. Pues, su propia fuerza y la de los demás se transforman en debilidades. No hay principio de cooperación sino de competencia, y ésta última entraña siempre la derrota del otro.

Cuando construimos nuestro ser con fuerzas externas que tomamos de nuestras posesiones, puestos, títulos, apariencias, acreditaciones, status, estamos construyendo un sujeto externo, un otro. Construimos un extraño. ¿Qué pasa cuando esas fuerzas cambian o desaparecen? Quedamos desnudos, paralizados porque esa otra cosa no somos nosotros. Entonces, se exponen ante nosotros esas debilidades que hemos desarrollado como si fuésemos nosotros mismos. Nos mostramos a nosotros mismos en la fragilidad de nuestro ser.

Y acá afloran nuestros conflictos con nuestro yo, porque no me puedo mentir a mí mismo por tiempo indefinido. El yo mostrará su fractura, lo hará de manera irremediable y empezará a gotear su angustia, su decepción, su ansiedad. No hay manera de disfrazar nuestra interioridad, ésta no nos miente. Estamos solos ante nuestra conciencia desventurada, como diría el filósofo de Suttgart, y ante ésta estamos sometidos a nuestro propio juicio.   

¿Qué queda entonces? Sólo el yo. Y éste tiene que reconstruirse o perecerá. ¿De cuáles fuentes podemos extraer nuestras fuerzas? Las que existen están en nuestro yo, y no excluyen las anteriores porque esas son parte de nuestro pensar hacer. Pero tenemos que repensarla para así reconfigurarlas.



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