Mantenerse en
condiciones de formación permanente es importante y saludable. Porque esto nos
permite cotidianamente, por una parte, ampliar nuestras perspectivas; y por la
otra, adoptar decisiones y compromisos a la luz de estas nuevas perspectivas.
Entre estas
nuevas decisiones
y compromisos debemos establecernos algunos principios que guíen nuestro hacer,
por ejemplo, hacer sólo promesas que vamos a cumplir;
asumir resoluciones y compromisos relevantes y significativos para ser nosotros
mejores, y por ende las cosas que hagamos serán mejores; debemos emplear el
conocimiento de nosotros mismos compartiendo éste con otras personas; por otra parte, hemos de considerar nuestras promesas como una muestra de nuestra
integridad, pues en nuestra integridad personal está nuestro éxito con los
demás.
Esto
es un sistema
personal que funciona; el cual se extenderá a nuestras relaciones con los
demás. De este pensar-hacer podrá generarse nuestro equilibrio
y orden necesario para actuar en lo individual y lo colectivo. De esto depende que nuestro
sistema de hábitos y de valores esté sincronizado. Pues
constantemente nos vemos sometidos tanto a dudas y resistencias internas como
externas, lo cual nos lleva a fracasar.
El comportamiento activo y adecuado a
nuestras metas nos refuerza nuestras buenas intenciones y resoluciones. Éste se
da en un tiempo que es favorable para enseñar y
capacitar. Sin embargo, hay un tiempo que no es conveniente para enseñar, éste
se da cuando las
relaciones se hacen tensas y cargadas de emociones; en estas circunstancias el
intento de enseñar y capacitar es percibido como una forma de juicio y de
rechazo. Por ello, hay que estar atentos a la disposición emocional personal y
de las otras personas.
En un caso como este, tal vez el mejor
enfoque sea quedarse a solas con la persona, para
conversar en privado la cuestión que atañe. Esto exige paciencia y control, requiere
gobierno de las emociones.
Una persona, en
la cual el gobierno de las emociones no sea el más adecuado a sus fines,
posiblemente tienda a apropiarse de fuerzas externas, las cuales pueden ser de su
rango de trabajo, de su fortaleza física, de su experiencia, de su intelecto y
de emociones comparadas para intentar imponer un equilibrio en su carácter. A
la larga, termina deformando su propio carácter.
En primer
lugar, porque desarrolla
un carácter débil de sí mismo. Al construir éste a partir de energías ajenas;
pues toma sus fuerzas del exterior, sea de la autoridad que tiene en el trabajo
que ocupa, con lo cual refuerza su dependencia de factores externos. Es decir,
su carácter está enajenado, está fuera de sí, por no estar atendido
adecuadamente.
En segundo término, desarrolla
debilidades en los demás. Los que están en su entorno aprenden a actuar y a
reaccionar por medio de emociones encontradas, por ejemplo, por miedo o
conformidad; según este mostrándose en un momento determinado. En este sentido,
la persona coarta su capacidad de razonar, su libertad, su crecimiento y su
disciplina. Lo mismo hace con las otras personas, que actúan de manera reactiva
o defensiva.
En tercer lugar, la persona desarrolla
relaciones débiles, tensas fundadas en el miedo, la complacencia. En este
aspecto, todas las relaciones implicadas se construyen en un marco de
arbitrariedad e inestabilidad. Por ejemplo, para ganar una discusión, la persona usa sus puntos fuertes y sus fuerzas
externas para arrinconar a la gente. Aunque gane la discusión, todos pierden. Pues,
su propia fuerza y la de los demás se transforman en debilidades. No hay
principio de cooperación sino de competencia, y ésta última entraña siempre la
derrota del otro.
Cuando
construimos nuestro ser con fuerzas externas que tomamos de nuestras posesiones,
puestos, títulos, apariencias, acreditaciones, status, estamos construyendo un
sujeto externo, un otro. Construimos un extraño. ¿Qué pasa cuando esas fuerzas cambian o
desaparecen? Quedamos desnudos, paralizados porque esa otra cosa no somos nosotros.
Entonces, se exponen ante nosotros esas debilidades que hemos desarrollado como si fuésemos nosotros mismos. Nos mostramos a nosotros
mismos en la fragilidad de nuestro ser.
Y acá afloran
nuestros conflictos con nuestro yo, porque no me puedo mentir a mí mismo por
tiempo indefinido. El yo mostrará su fractura, lo hará de manera irremediable y
empezará a gotear su angustia, su decepción, su ansiedad. No hay manera de
disfrazar nuestra interioridad, ésta no nos miente. Estamos solos ante nuestra
conciencia desventurada, como diría el filósofo de Suttgart, y ante ésta
estamos sometidos a nuestro propio juicio.
¿Qué queda
entonces? Sólo el yo. Y éste tiene que reconstruirse o perecerá. ¿De cuáles
fuentes podemos extraer nuestras fuerzas? Las que existen están en nuestro yo, y no
excluyen las anteriores porque esas son parte de nuestro pensar hacer. Pero
tenemos que repensarla para así reconfigurarlas.
PD. Visita en facebook: Consultoría y
Asesoría Filosófica Obed Delfín
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