jueves, 7 de agosto de 2014

VERGÜENZA Y ANORMALIDAD EN LA DISFUNCIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Una actitud que domina nuestro andar por la vida es la indiferencia personal. No así la actitud laboral, ya que en ésta hay determinantes que nos cohíben a actuar; sin embargo, está teñida por la indiferencia personal del desinterés. El dejar hacer porque somos libres, el dejar pasar de una liberalidad rampante ha invadido todos los ámbitos de nuestro hacer.

Una ley positiva que pone límites y coacciona al individuo, se da porque no hay más remedio. No obstante, esta es represión exterior que no genera ningún sentimiento de vergüenza, ni culpa, pues no hay reputación personal ni social que perder. Una acción sólo es reprobable porque es ilegal, no porque de vergüenza en sí misma. Cumplir con nuestro deber no acarrea ningún reconocimiento social, posiblemente se dé lo contrario.

Los héroes desde hace tiempo son personajes que llaman la atención por su hacer, que no necesariamente es un buen hacer, ni por su conducta impecable ni por su entrega a los demás. Los ejemplos a imitar se ajustan a criterios que no son edificantes. Por lo que cada vez existe más dificultad para explicar qué significa la dignidad en la vida. En gran medida hemos perdido el sentimiento de vergüenza. No sabemos si debemos celebrarlo o no.

Se ha relacionado la vergüenza con cierto desagrado y disgusto, que la colectividad manifiesta hacia quienes están fuera de la normalidad que ésta establece y preserva para sí misma. Por esta razón, quienes se encuentran fuera de tal normalidad se ven estigmatizados y marginados, cuando no totalmente excluidos de su entorno. Ahora bien, son las comunidades con vínculos más rígidos o definidos las que exhiben normas y criterios más claros y concretos, y por ello las más propicias a rechazar las conductas que tienden a desviarse de las normas por ellas declaradas.

Las sociedades liberales tienden a dejar de llamar las situaciones, las cosas por su nombre; esto tiene el propósito de evitar el prejuicio que el nombre de la situación o de la cosa acarrea. Para ello inventa apelativos especiales para los negros, los discapacitados, los viejos, los dementes, para no herir el amor propio ni comercial de ninguna de las partes que conforman la sociedad. Pretende evitar que alguno se sienta avergonzado de su condición. Pero la condición sigue estando allí.

Vamos borrando los nombres de dominación para sustituirlos por otros. Todo esto con la vana esperanza de que con ello las situaciones desaparezcan. Hay un preceden, y no en una sociedad liberal, lo relata Tucídides que los helenos corrompidos habían llegado a tal estado, que le cambian el nombre a la cosas para justificar su inmoralidad. Lo cierto es que un cambio de nombre es sólo un cambio de nombre, no es nada más que eso. Con ello no se logra acabar con la exclusión ni la estigmatización. 

Tratamos de normar, de ordena situaciones pretendiendo unificar lo desigual y reducir las diferencias. Pues, la norma devasta con todo lo que no se ajusta a ella, esa es la realidad. Además, produce ensañamiento contra quienes no encajan en la norma. El sentimiento de vergüenza que proviene del saberse fuera de lo normal, es el sentimiento que rechaza Nussbaum, y con razón. Porque éste es un sentimiento impuesto, no viene de nosotros mismos; es una imposición que se nos ha hecho. La comunidad nos ha enjuiciado y declarado fuera de la norma, este sentimiento de vergüenza es algo externo a nuestra vergüenza interior, que nace de nuestra conciencia ante el mundo. 

Debe ser rechazado porque este desagrado, hacia lo que no es normal o no esta normado, es usado y manipulado como principio legal, y convierte en ilegal a todo aquel y aquello que produce disgusto a la mayoría. En este sentido, tal desagrado colectivo es una emoción visceral e injustificada sobre aquello que no encaja en la normalidad.

Distinta es la indignación y la vergüenza que provienen de nosotros mismos, la cual puede y debe ser la base de la regulación justa de nuestra vida. La indignación que provoca el daño injusto, la desigualdad flagrante, el abandono de muchos; la vergüenza por el estado del mundo. Tenemos que aprender a diferenciar entre las situaciones que dañan y perjudican a otros, y las que se rehúyen por temor a ser contaminado por algo que disgusta o daña al individuo.  

Antes de facilitar y promover lo que la mayoría juzga como correcto, debemos de proteger al individuo de las arbitrariedades de las presiones sociales. No debemos hacer uso de instrumentos para causar vergüenza, porque éstos no son rasgos de una sociedad decente. Por el contrario, éstos fomentan un sentimiento antisocial, que conduce a la marginación de todos aquellos a quienes se vulnera.
           
Las emociones ponen de manifiesto la vulnerabilidad y la indefensión humana. Hacer uso de éstas para crea vergüenza es indigno, ya que las emociones son reacciones espontáneas que nosotros no dominamos. No se puede permitir alentar emociones que contribuyen a aniquilar a la persona, en lugar de fomentar la estima de ésta. De allí el rechazo al acoso, en todas las instancias. Porque el sentimiento de fracaso que anida en el acoso, en la estigmatización conduce a destruir al sujeto, y con él a la comunidad. Ya que ésta no es invulnerable a la disfunción del sujeto. Y esto cada día lo vamos pagando caro. 


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