Una actitud
que domina nuestro andar por la vida es la indiferencia personal. No así la
actitud laboral, ya que en ésta hay determinantes que nos cohíben a actuar; sin
embargo, está teñida por la indiferencia personal del desinterés. El dejar hacer porque somos
libres, el dejar pasar de una liberalidad rampante ha invadido todos los
ámbitos de nuestro hacer.
Una ley positiva que pone límites y
coacciona al individuo, se da porque no hay más remedio. No obstante, esta es
represión exterior que no genera ningún sentimiento de vergüenza, ni culpa,
pues no hay reputación personal ni social que perder. Una acción sólo es
reprobable porque es ilegal, no porque de vergüenza en sí misma. Cumplir con
nuestro deber no acarrea ningún reconocimiento
social, posiblemente se dé lo contrario.
Los héroes
desde hace tiempo son personajes que llaman la atención por su hacer, que no
necesariamente es un buen hacer, ni por su conducta impecable ni por su entrega a los demás. Los ejemplos
a imitar se ajustan a criterios que no son edificantes. Por lo que cada vez
existe más dificultad para explicar qué significa la dignidad en la vida. En
gran medida hemos perdido el sentimiento de vergüenza.
No sabemos si debemos celebrarlo o no.
Se ha relacionado la vergüenza con cierto
desagrado y disgusto, que la colectividad manifiesta hacia quienes están fuera
de la normalidad que ésta establece y preserva para sí misma. Por esta razón, quienes se encuentran fuera de tal normalidad se ven
estigmatizados y marginados, cuando no totalmente excluidos de su entorno. Ahora bien, son las comunidades con vínculos más rígidos o definidos las que exhiben normas y
criterios más claros y concretos, y por ello las más propicias
a rechazar las conductas que tienden a desviarse de las normas por ellas
declaradas.
Las sociedades
liberales tienden a dejar de llamar las situaciones, las cosas por su nombre; esto tiene el propósito de
evitar el prejuicio que el nombre de la situación o
de la cosa acarrea. Para ello inventa apelativos especiales para los negros, los discapacitados, los
viejos, los dementes, para no herir el amor propio ni comercial de ninguna de
las partes que conforman la sociedad. Pretende evitar que alguno se sienta
avergonzado de su condición. Pero la condición sigue estando allí.
Vamos borrando
los nombres de dominación para sustituirlos por otros. Todo esto con la vana esperanza de que
con ello las situaciones desaparezcan. Hay un preceden, y no en una sociedad
liberal, lo relata Tucídides que los helenos corrompidos habían llegado a tal
estado, que le cambian el nombre a la cosas para justificar su inmoralidad. Lo
cierto es que un cambio de nombre es sólo un cambio de nombre, no es nada más
que eso. Con ello no se logra acabar con la exclusión ni la estigmatización.
Tratamos de
normar, de ordena situaciones pretendiendo unificar lo desigual y reducir las
diferencias. Pues, la
norma devasta con todo lo que no se ajusta a ella, esa es la realidad. Además,
produce ensañamiento contra quienes no encajan en la norma. El sentimiento de vergüenza que proviene del saberse fuera de lo
normal, es el sentimiento que rechaza Nussbaum, y con razón. Porque éste es un
sentimiento impuesto, no viene de nosotros mismos; es una imposición que se nos
ha hecho. La comunidad nos ha enjuiciado y declarado fuera de la norma, este
sentimiento de vergüenza es algo externo a nuestra vergüenza interior, que nace
de nuestra conciencia ante el mundo.
Debe ser rechazado porque este desagrado,
hacia lo que no es normal o no esta normado, es usado y manipulado como principio
legal, y convierte en ilegal a todo aquel y aquello que produce disgusto a la mayoría. En este sentido, tal desagrado
colectivo es una emoción visceral e injustificada sobre aquello que no encaja en la
normalidad.
Distinta es la indignación y la vergüenza
que provienen de nosotros mismos, la cual puede y debe ser la base de la regulación justa de nuestra vida. La indignación que
provoca el daño injusto, la desigualdad flagrante, el abandono de muchos; la vergüenza por el estado del
mundo. Tenemos que aprender a diferenciar entre las
situaciones que dañan y perjudican a otros, y las que se rehúyen por temor
a ser contaminado por algo que disgusta o daña al individuo.
Antes de
facilitar y promover lo que la mayoría juzga como correcto, debemos de proteger
al individuo de las arbitrariedades de las presiones sociales. No debemos hacer
uso de instrumentos para causar vergüenza, porque éstos no son rasgos de una sociedad decente. Por el
contrario, éstos fomentan un sentimiento antisocial, que
conduce a la marginación de todos aquellos a quienes se vulnera.
Las emociones
ponen de manifiesto la vulnerabilidad y la indefensión humana. Hacer uso de
éstas para crea vergüenza es indigno, ya que las emociones son reacciones espontáneas
que nosotros no dominamos. No se puede permitir alentar emociones que
contribuyen a aniquilar a la persona, en lugar de fomentar la estima de ésta.
De allí el rechazo al acoso, en todas las instancias. Porque el sentimiento de
fracaso que anida en el acoso, en la estigmatización conduce a destruir al
sujeto, y con él a la comunidad. Ya que ésta no es invulnerable a la disfunción
del sujeto. Y esto cada día lo vamos pagando caro.
PD. Visita en facebook: Consultoría y
Asesoría Filosófica Obed Delfín
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