Muchas veces
nos vemos y sentimos desgarrados por la reprobación de aquellos que se
avergüenzan de manifestar lo que quisieran hacer y, además, no se atreven a
decir lo que sienten. A veces, a muchos individuos se les ha educado para sentir vergüenza, y
en el peor de los casos vergüenza de sí mismos. Se
nos hace sentir vergüenza
cuando no nos ajustamos al tipo ideal, al deber ser que el paradigma familiar,
personal, comunitario, organizacional, y empresarial se ha encargado de definir
para todos nosotros. Esta es una vergüenza destructiva
sin paliativos.
Existe otra vergüenza, por medio de la cual
constituimos nuestros imperativos morales; pues a través de ésta ponemos de manifiesto los valores a los cuales nos adherimos por propia
voluntad. Por ejemplo, es la vergüenza que podemos sentir cuando hemos
sobrevivido a alguna situación a sabiendas que la mayoría no ha tenido la misma
suerte; y deseamos sinceramente que ellos también hubiesen sobrevivido.
En este sentido, la vergüenza que tiene
dos rostros. Por una parte, la vergüenza de quien se siente privilegiado entre una multitud por haber sobrevivido ante una situación; por
ejemplo, cuando hemos aprobado un examen y sabemos que nuestros amigos no lo
han hecho. Por otra parte, la vergüenza de sentir el rechazo y el tedio por pertenecer a un grupo
—social, familiar, empresarial, organizacional—que se deshonra a sí mismo.
Todos los sentimientos, entre ellos la
vergüenza, son ambivalentes. Sin embargo, éstos pueden ser apropiados o
inapropiados según un fin o meta propuesta. Por eso es importante el papel de
éstos en la formación moral de nuestra personalidad. En el caso de la vergüenza, se han resaltado más los aspectos inapropiados que los apropiados. E incluso, en muchos casos,
consideramos que la vergüenza es emoción negativa.
Rechazamos la vergüenza por considerar a
ésta un afecto que nos puede llevar a la tristeza. Ya que como señala Spinoza, la
vergüenza es «la tristeza acompañada por la idea de alguna acción que
imaginamos vituperada por los demás». Nosotros imaginamos que la acción puede
ser descalificada; damos rienda suelta a nuestra imaginación y ésta a veces es engañosa
y no refleja la realidad. Pero a veces acierta correctamente.
Por
conducirnos a un sentimiento triste y por el efecto que produce en nuestras
acciones, por lo general, consideramos que la vergüenza es una emoción inadecuada.
Desdeñamos la vergüenza porque consideramos que es un obstáculo para nuestra
estima, esto es, nuestra estimada queda afectada por tal sentimiento. El caso
contrario, es la
alegría, la cual consideramos que hace que en el individuo brote el mí mismo y potencia
el hacer de éste. Pensamos que el estar contento de
sí mismo ayuda a vivir. De allí que nos inclinemos, incluso en demasía, por la
alegría y huyamos de la vergüenza.
Por otra parte, la vergüenza, discurrimos,
lleva a que nos escondamos de nosotros mismos y de los demás. Hace que huyamos
de nuestra existencia que imaginamos, por el
paradigma impuesto, que no encaja en lo establecido social, empresarial u
organizacionalmente. Pues por medio de ese
paradigma llegamos a menospreciarnos y desdeñarnos de lo que somos.
Aristóteles, considera
que la vergüenza es un rasgo necesario de la naturaleza del hombre. He
interroga «¿Un
ser que no ha sentido vergüenza es un ser humano?» El
valor de la magnanimidad es lo opuesto al valor de la vergüenza. Indico el
valor. Y el Estagirita, señala que el magnánimo es quien posee un alma grande; es
virtuoso y se enorgullece de serlo; lo expresa sin mezcla de rubor porque es honrado y digno
de grandes cosas, estas son las actitudes entre otras cosas del individuo
magnánimo. Por el contrario, quien se queda corto ante la vida es pusilánime,
el que extrema su magnanimidad es vanidoso. Ahora
bien, ambos
extremos no reflejan la mesura que le corresponde al individuo virtuoso.
En esa mesura
aristotélica, la vergüenza ocupa un lugar importante. Ya que para el filósofo es bueno y necesario cultivar
una cierta vergüenza. Porque en el ideal humano de no tener que
avergonzarse de nada y poder caminar con la cabeza en alto como lo hace el
magnánimo, la vergüenza es un factor importante para llegar a esta condición de
magnanimidad. Por el contrario, la vergüenza mal
administrada o que no la pongamos a un fin elevado puede aniquilar el
pensar-hacer del individuo, e impedirle cumplir su cometido de llegar a ser
magnánimo. Recordemos
la vergüenza es una pasión, no es una virtud o un
modo de ser. Sentimos vergüenza porque ésta acompaña a las malas acciones que
hemos realizado.
Como estamos inmersos en un mundo en el
que quedan pocos rastros del sentido del honor, o mejor dicho nuestro sentido
del honor es otro no fundado en ningún valor de honestidad, honradez ni
magnanimidad. A veces, nostálgicamente, echamos de menos una cierta moralidad individual,
pública o común como precepto válido de la libertad; o como indica Mill, «el de no hacer daño a los otros y
respetar la libertad de cada individuo». Pero hemos prescindido de las normas
de respeto mutuo y reciprocidad. Y así también hemos prescindido de la
vergüenza, como medida en la construcción de la magnanimidad del sujeto.
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