martes, 2 de septiembre de 2014

EL INDIVIDUO Y SU VERGÜENZA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Muchas veces nos vemos y sentimos desgarrados por la reprobación de aquellos que se avergüenzan de manifestar lo que quisieran hacer y, además, no se atreven a decir lo que sienten. A veces, a muchos individuos se les ha educado para sentir vergüenza, y en el peor de los casos vergüenza de sí mismos. Se nos hace sentir vergüenza cuando no nos ajustamos al tipo ideal, al deber ser que el paradigma familiar, personal, comunitario, organizacional, y empresarial se ha encargado de definir para todos nosotros. Esta es una vergüenza destructiva sin paliativos.

Existe otra vergüenza, por medio de la cual constituimos nuestros imperativos morales; pues a través de ésta ponemos de manifiesto los valores a los cuales nos adherimos por propia voluntad. Por ejemplo, es la vergüenza que podemos sentir cuando hemos sobrevivido a alguna situación a sabiendas que la mayoría no ha tenido la misma suerte; y deseamos sinceramente que ellos también hubiesen sobrevivido.  

En este sentido, la vergüenza que tiene dos rostros. Por una parte, la vergüenza de quien se siente privilegiado entre una multitud por haber sobrevivido ante una situación; por ejemplo, cuando hemos aprobado un examen y sabemos que nuestros amigos no lo han hecho. Por otra parte, la vergüenza de sentir el rechazo y el tedio por pertenecer a un grupo —social, familiar, empresarial, organizacional—que se deshonra a sí mismo.

Todos los sentimientos, entre ellos la vergüenza, son ambivalentes. Sin embargo, éstos pueden ser apropiados o inapropiados según un fin o meta propuesta. Por eso es importante el papel de éstos en la formación moral de nuestra personalidad. En el caso de la vergüenza, se han resaltado más los aspectos inapropiados que los apropiados. E incluso, en muchos casos, consideramos que la vergüenza es emoción negativa.

Rechazamos la vergüenza por considerar a ésta un afecto que nos puede llevar a la tristeza. Ya que como señala Spinoza, la vergüenza es «la tristeza acompañada por la idea de alguna acción que imaginamos vituperada por los demás». Nosotros imaginamos que la acción puede ser descalificada; damos rienda suelta a nuestra imaginación y ésta a veces es engañosa y no refleja la realidad. Pero a veces acierta correctamente.         

Por conducirnos a un sentimiento triste y por el efecto que produce en nuestras acciones, por lo general, consideramos que la vergüenza es una emoción inadecuada. Desdeñamos la vergüenza porque consideramos que es un obstáculo para nuestra estima, esto es, nuestra estimada queda afectada por tal sentimiento. El caso contrario, es la alegría, la cual consideramos que hace que en el individuo brote el mí mismo y potencia el hacer de éste. Pensamos que el estar contento de sí mismo ayuda a vivir. De allí que nos inclinemos, incluso en demasía, por la alegría y huyamos de la vergüenza.    

Por otra parte, la vergüenza, discurrimos, lleva a que nos escondamos de nosotros mismos y de los demás. Hace que huyamos de nuestra existencia que imaginamos, por el paradigma impuesto, que no encaja en lo establecido social, empresarial u organizacionalmente.  Pues por medio de ese paradigma llegamos a menospreciarnos y desdeñarnos de lo que somos. 

Aristóteles, considera que la vergüenza es un rasgo necesario de la naturaleza del hombre. He interroga «¿Un ser que no ha sentido vergüenza es un ser humano?» El valor de la magnanimidad es lo opuesto al valor de la vergüenza. Indico el valor. Y el Estagirita, señala que el magnánimo es quien posee un alma grande; es virtuoso y se enorgullece de serlo; lo expresa  sin mezcla de rubor porque es honrado y digno de grandes cosas, estas son las actitudes entre otras cosas del individuo magnánimo. Por el contrario, quien se queda corto ante la vida es pusilánime, el que extrema su magnanimidad es vanidoso. Ahora bien, ambos extremos no reflejan la mesura que le corresponde al individuo virtuoso.     
           
En esa mesura aristotélica, la vergüenza ocupa un lugar importante. Ya que para el filósofo es bueno y necesario cultivar una cierta vergüenza. Porque en el ideal humano de no tener que avergonzarse de nada y poder caminar con la cabeza en alto como lo hace el magnánimo, la vergüenza es un factor importante para llegar a esta condición de magnanimidad. Por el contrario, la vergüenza mal administrada o que no la pongamos a un fin elevado puede aniquilar el pensar-hacer del individuo, e impedirle cumplir su cometido de llegar a ser magnánimo. Recordemos la vergüenza es una pasión, no es una virtud o un modo de ser. Sentimos vergüenza porque ésta acompaña a las malas acciones que hemos realizado.

Como estamos inmersos en un mundo en el que quedan pocos rastros del sentido del honor, o mejor dicho nuestro sentido del honor es otro no fundado en ningún valor de honestidad, honradez ni magnanimidad. A veces, nostálgicamente, echamos de menos una cierta moralidad individual, pública o común como precepto válido de la libertad; o como indica  Mill, «el de no hacer daño a los otros y respetar la libertad de cada individuo». Pero hemos prescindido de las normas de respeto mutuo y reciprocidad. Y así también hemos prescindido de la vergüenza, como medida en la construcción de la magnanimidad del sujeto.


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