martes, 4 de febrero de 2025

LOS PEONES


 

En el ajedrez los peones son sacrificables, es la condición primaria de éstos. Pero no solamente ocurre esto en el ajedrez, también sucede en todas las organizaciones, no importa la naturaleza de las mismas. El peón es un sujeto sacrificable y desechable. El importante es el rey ¿Y quién es el rey? E allí la pregunta.

Para que sea sacrificable el peón debe asumir esa condición como suya, como algo propio; tal como la tiene el peón en el ajedrez. Debe ser consciente o inconsciente de su naturaleza. Además, el peón, el desechable, recibe en herencia esa condición de servidumbre, la cual se hace transferible sino se está consciente de eso.

Podemos asumir que la importancia del peón radica en que es una pieza que sirve para crear un frente de defensa, una fuerza de contención por la cantidad que el representa, es la masa sin rebelión. Por ello estratégicamente hay que conservar al peón, que no se muera en el intento; hay que mantenerlo vivo. Ya que él puede bloquear al peón adversario porque lo conoce y sabe quién es, es utilizado como un escudo para proteger a las piezas más valiosas. En este sentido, la expresión “carne de cañón” es correcta cuando se hace uso del peón.

En toda organización la gran mayoría de los miembros cumplen la función de peón, aunque tengan el cargo que se desean, en verdad, son peones. Y sirven para proteger a los miembros que se han designado como más valiosos, repito. Toda organización es una estructura de poder y, por tanto, las diferencias establecidas y aceptadas son fundamentales.

Cuando en una circunstancia la estructura de poder es difusa y desordenada se habla de “muchos caciques y pocos indios”, una expresión venezolana. Que quiere decir que hay muchos que mandan y pocos que obedecen, que hay pocos peones. Lo cual es algo caótico y hay que corregir. Por esa razón, se hace necesaria la construcción de la organización en el orden que sea.

En las organizaciones políticas y religiosas, de cualquier tipo, la figura del peón es fundamental, porque son los que hacen el trabajo del vasallaje. Para ello, el peón debe ser adoctrinado para que realice esa función y sepa que es sacrificable. Particularmente en las llamadas organizaciones totalitarias o extremistas, en éstas la función del peón es extrema, porque muchas de sus acciones son destructivas o ponen en riesgo al peón.

Con el adoctrinamiento al peón le resulta difícil pensar por su cuenta, el pensamiento busca mimetizarse con las ideas del grupo que están gravitando en el pensar colectivo. No hay una reflexión propia, a esto es lo Heidegger llamó un sujeto inauténtico, pues todo su pensar es una mimesis que derivada de una doctrina general.

El peón termina por considerar que las reflexiones complicadas no sirven. Está con el grupo, con la organización, se siente seguro en ese entorno y es eso lo único que necesita saber. Pensar mucho no es de su condición. Lo que dice la organización es lo importante, lo de afuera no. Es como si ya nada existe. Todo lo que existe está en esa organización a la que pertenece.

La solidaridad de grupo es la mayor aspiración del peón, no desea que los otros tengan una mala opinión de él o que crean que no se esfuerza lo suficiente para complacer la organización. Pertenece a ese lugar y ahí quiere estar. La organización le da todo lo que necesita. La organización sabe lo que es bueno para él y ésta tiene todas las respuestas.

Si el peón llega a descubrir, tarde o temprano, que la organización no es lo que esperaba, se encuentra en un dilema porque no puede abandonarla. No puede salir de ella, porque el peso del adoctrinamiento es muy grande. Más grande de lo que cree.

Para no derrumbarse mentalmente opta por amoldar toda su voluntad a las normas de la organización. De ese modo, se convierte en el instrumento ideal para ser manipulado, esto se da a costa de haber renunciado a su propio criterio. En eso consiste ser peón.

La postura de renunciar de forma voluntaria al juicio propio, lo denominan síndrome del peón. El individuo se convierte en pieza de un juego mayor sin darse cuenta. Lo que distingue es ese inmediato sentimiento de comunidad, un sentimiento que la organización se ocupa de reforzar. Tal sentimiento contribuye a desdibujar la identidad individual. Se convierte el sujeto en un amorfo con una esfera de conciencia compartida. Una tontería con mucho sentido para el manipulador.

Además, se necesita conformar una jerga propia para reforzar el sentimiento de comunidad. Esto se hace con juegos psicológicos y trucos de feria, que son lo bastante convincentes para que el sujeto esté dispuesto a renunciar a su particularidad. En definitiva, cuidado con los manipuladores, que puede ser cualquiera.


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