En el ajedrez los peones son
sacrificables, es la condición primaria de éstos. Pero no solamente ocurre esto
en el ajedrez, también sucede en todas las organizaciones, no importa la
naturaleza de las mismas. El peón es un sujeto sacrificable y desechable. El
importante es el rey ¿Y quién es el rey? E allí la pregunta.
Para que sea sacrificable el peón debe
asumir esa condición como suya, como algo propio; tal como la tiene el peón en
el ajedrez. Debe ser consciente o inconsciente de su naturaleza. Además, el
peón, el desechable, recibe en herencia esa condición de servidumbre, la cual se
hace transferible sino se está consciente de eso.
Podemos asumir que la importancia del peón
radica en que es una pieza que sirve para crear un frente de defensa, una fuerza
de contención por la cantidad que el representa, es la masa sin rebelión. Por
ello estratégicamente hay que conservar al peón, que no se muera en el intento;
hay que mantenerlo vivo. Ya que él puede bloquear al peón adversario porque lo
conoce y sabe quién es, es utilizado como un escudo para proteger a las piezas
más valiosas. En este sentido, la expresión “carne de cañón” es correcta cuando
se hace uso del peón.
En toda organización la gran mayoría de
los miembros cumplen la función de peón, aunque tengan el cargo que se desean,
en verdad, son peones. Y sirven para proteger a los miembros que se han
designado como más valiosos, repito. Toda organización es una estructura de
poder y, por tanto, las diferencias establecidas y aceptadas son fundamentales.
Cuando en una circunstancia la estructura
de poder es difusa y desordenada se habla de “muchos caciques y pocos indios”,
una expresión venezolana. Que quiere decir que hay muchos que mandan y pocos
que obedecen, que hay pocos peones. Lo cual es algo caótico y hay que corregir.
Por esa razón, se hace necesaria la construcción de la organización en el orden
que sea.
En las organizaciones políticas y
religiosas, de cualquier tipo, la figura del peón es fundamental, porque son los
que hacen el trabajo del vasallaje. Para ello, el peón debe ser adoctrinado
para que realice esa función y sepa que es sacrificable. Particularmente en las
llamadas organizaciones totalitarias o extremistas, en éstas la función del
peón es extrema, porque muchas de sus acciones son destructivas o ponen en
riesgo al peón.
Con el adoctrinamiento al peón le resulta
difícil pensar por su cuenta, el pensamiento busca mimetizarse con las ideas
del grupo que están gravitando en el pensar colectivo. No hay una reflexión propia,
a esto es lo Heidegger llamó un sujeto inauténtico, pues todo su pensar es una
mimesis que derivada de una doctrina general.
El peón termina por considerar que las
reflexiones complicadas no sirven. Está con el grupo, con la organización, se
siente seguro en ese entorno y es eso lo único que necesita saber. Pensar mucho
no es de su condición. Lo que dice la organización es lo importante, lo de
afuera no. Es como si ya nada existe. Todo lo que existe está en esa organización
a la que pertenece.
La solidaridad de grupo es la mayor
aspiración del peón, no desea que los otros tengan una mala opinión de él o que
crean que no se esfuerza lo suficiente para complacer la organización. Pertenece
a ese lugar y ahí quiere estar. La organización le da todo lo que necesita. La organización
sabe lo que es bueno para él y ésta tiene todas las respuestas.
Si el peón llega a descubrir, tarde o
temprano, que la organización no es lo que esperaba, se encuentra en un dilema
porque no puede abandonarla. No puede salir de ella, porque el peso del
adoctrinamiento es muy grande. Más grande de lo que cree.
Para no derrumbarse mentalmente opta por
amoldar toda su voluntad a las normas de la organización. De ese modo, se
convierte en el instrumento ideal para ser manipulado, esto se da a costa de
haber renunciado a su propio criterio. En eso consiste ser peón.
La postura de renunciar de forma
voluntaria al juicio propio, lo denominan síndrome del peón. El individuo se
convierte en pieza de un juego mayor sin darse cuenta. Lo que distingue es ese inmediato
sentimiento de comunidad, un sentimiento que la organización se ocupa de
reforzar. Tal sentimiento contribuye a desdibujar la identidad individual. Se
convierte el sujeto en un amorfo con una esfera de conciencia compartida. Una
tontería con mucho sentido para el manipulador.
Además, se necesita conformar una jerga propia
para reforzar el sentimiento de comunidad. Esto se hace con juegos psicológicos
y trucos de feria, que son lo bastante convincentes para que el sujeto esté dispuesto
a renunciar a su particularidad. En definitiva, cuidado con los manipuladores,
que puede ser cualquiera.
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