Aquellas canciones se encontraban ya muy
de moda entre la población de esa época, ya que en el artículo de prensa el
comentarista decía lo siguiente, “pero, sobre todo, lo que me ha incomodado más
ha sido la libertad con que se entonan por esas calles y en muchas casas una
porción de cantares donde se ultraja la inocencia y se ofende la moral por
muchos individuos no sólo de la más baja extracción, sino también por algunos
en quienes se debería suponer una buena crianza”
El comentarista de prensa no se refiere
al reguetón ni a nada parecido del siglo 21, se refiere a la guaracha en La
Habana entre finales del siglo 19 y principio del siglo 20. Porque nosotros hemos
sido vulgares por esa jeta toda la vida y nada nos ha pasado.
Los comentarios moralizantes a lo largo
de la historia universal siempre han terminado siendo relativos, por cuanto
están sometidos a los vaivenes de las épocas. Por lo mismo no tienen asidero,
forman parte de un tiempo determinado y ahí se quedan. La moral es relativa y
depende de un conjunto de factores, que al cambiar los mismos aquello que era
inmoral deja de serlo y se convierte en algo de todos los días.
Por eso es que los moralistas son
aburridos. Y pasan pronto de moda. Por ejemplo:
La conmemoración
del día del orgullo gay toma como referencia un suceso trágico en una discoteca
de Nueva York en la década de los sesenta o setenta. Aunque tal día, hoy parece
más una mera fiesta trivial que una conmemoración a una tragedia. Y estos
celebrantes olvidan que:
El continente
americano fue sometido al genocidio, por parte de los conquistadores europeos, al
tomar como justificación la práctica sodomita de los aborígenes. Entre los
postulados para justificar este genocidio estuvo la rebeldía reiterada de los
aborígenes, el canibalismo, la práctica de sacrificios humanos y los sodomitas.
Con estos preceptos se autorizó por parte de la iglesia católica y del reinado
de España el exterminio sistemático de grupos humanos en América. Que, además,
abarcó el exterminio cultural del continente.
El exterminio
humano y cultural nunca aparece en ese día del orgullo gay, porque el
exterminador terminó convirtiéndose en sodomita. Aunque, ya lo era, pero no había
salido del closet. Que el europeo se haya dedicado, todo el siglo XVI y XVII,
ha exterminar extensos grupos aborígenes por una práctica sexual, deja en
pañales a Auschwitz. Lo hace ver como una minucia. Claro, los americanos
originarios no tienen Hollywood.
Hasta ayer, si
alguien quería desprestigiar a una persona se hacía correr el rumor de que era
marico. Si era una persona pública, tal infundio lo colocaba en la cuerda
floja. Actualmente, se utiliza la acusación de pederasta, se ha hecho popular
esto último. Porque a nadie le importa si es homosexual o no. El agua
derramada, derramada está. Ya no se recoge. Pero la memoria histórica es otra
cosa. Es el recuerdo de que los civilizados solo eran unos barbaros.
Los moralistas van
desde el rechazo y la condena de otras formas de vida y sus costumbres hasta cualquier
justificación que justifique y su ignorancia. Los moralistas se fundamentan en motivos
de raza, etnia, religión, política o nacionalidad, cualquier cosa es buena para
justificar un genocidio. Los moralistas de cualquier siglo, como aquellos de
los siglos de conquista, autorizan y aplauden que se esclavice a rebeldes, a
sodomitas y caníbales; que se los someta a trabajos forzados para tratar de
corregirlos de sodomía, canibalismo y sacrificio humano.
"No fue así
lo que hicieron los dzules cuando llegaron aquí. Ellos enseñaron el miedo, vinieron
a marchitar las flores. Para que su flor viviese, dañaron y sorbieron la flor
de nosotros". Se lee en el Chilam Balam de Chumayel.
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