jueves, 11 de febrero de 2016

¿DE QUÉ RÍE DEMÓCRITO?: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

            En algún libro leí que los amigos de Demócrito viendo que el filósofo siempre andaba sonriente llamaron a Hipócrates, para que el insigne médico de la antigüedad hiciera un diagnóstico del estado de salud del siempre sonriente abderita. El médico, luego de conversar largamente con el atomista, llegó a la conclusión que era Demócrito el hombre más cuerdo que había tratado en su vida.

            El diagnóstico de Hipócrates nos confirma, por una parte, que la filosofía es un asunto de cuerdos. Por lo que la afirmación de Marinoff de que la consultoría filosófica es una terapia para cuerdos resulta correcta. Por otra parte, la actitud del filósofo sonriente nos confirma otra cosa. A saber, que la filosofía es el acto de amor por excelencia, y por ello es posible sonreír permanente o vivir sonriendo. Ya que solo el enamorado es capaz de sonreír permanentemente. Porque como dice Cicerón, “no sé si, exceptuada la sabiduría, algo mejor que esta se dio al hombre por los dioses inmortales” refiriéndose a la amistad.        

            “Porque en filosofía hay philein, amar, estar enamorado, desear” nos recuerda Lyotard. De aquí que la filosofía siempre sea primero pasión. De este modo, citando nuevamente a Lyotard  “quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo desearía, y no lo tiene, no lo conoce, puesto que de otro modo tampoco lo desearía”. Acaso sonríe Demócrito de esa ausencia que ya posee.   

Desde que Da Vinci pinto la «Gioconda», el mundo ha estado fascinado por la sonrisa de la mujer del cuadro. Se han preguntado de qué ríe esta mujer. Qué oculta o qué devela este esbozo de sonrisa. Sonrisa del Renacimiento. Tal vez, devela u oculta la sonrisa de ese período histórico, o tal vez, la sonrisa del mismo pintor. Lo cierto es que sigue fascinando a todos aquellos que observan el cuadro, no importa porque medio.  

            La filosofía que ha pretendido, por causa del divino Platón, ser ciencia de mujeres y hombres serios, también tiene su ser sonriente. Hay anécdotas, según las cuales Demócrito reía muy a menudo irónicamente ante la marcha del mundo, por lo cual decía que la risa torna sabio al hombre. Esto lo llevó a ser conocido, durante el Renacimiento, como «el filósofo que ríe» o «el abderita risueño».

            Si desde el Renacimiento, los individuos se han preguntado por la sonrisa de la Gioconda de Da Vinci. Tendremos que preguntarnos ¿De qué ríe Demócrito de Abderá? Qué devela o qué oculta la risa desenfadada de aquel a quien Platón quiso mandar a quemar sus libros. Si como dice Lyotard que la filosofía es pasión, entonces en ésta se debe incubar la risa del filósofo de Abderá.

            Diógenes Laercio relata, que Demócrito pregonaba “que el fin es la tranquilidad de ánimo: no la que es lo mismo que el deleite, como siniestramente entendieron algunos, sino aquella por la cual vive el alma tranquila y constantemente ni es perturbada de algún miedo, superstición ó cualquiera otra pasión de estas”. La tranquilidad, tal vez, de aquel que devela las razones de la vida.

            “Suyo es aquel dicho de: Las palabras son la sombra de las cosas”, nos dice Laercio. Y si el sujeto es palabra, éste solo es sombra de las cosas. Mero devenir. Palabras, solo palabras dice una canción. No es el sujeto existencia. Puesto “que de lo que no existe nada se hace: ni en lo que no es, nada se corrompe”. Entonces, cuál es la preocupación que anida en la vida de toda mujer, de todo hombre. Si nada somos.

            Tal vez, solo somos preocupaciones. Seres desnudamente preocupados. Nos agitamos a lo largo de nuestra vida; y no solo nos agitamos sino que agitamos a otros, y los llevamos por este derrotero de preocupaciones. En esto somos insensatos, por eso no podemos sonreír. Incluso muchas veces nos ha sido prohibido sonreír, porque debemos convertirnos en seres preocupados. Así se nos va la vida, que es una sola.  

            Somos seres menesterosos, nos recuerda Sócrates en El Banquete. Porque tendemos en demasía a la diosa Penía y no a Poros. Por eso la sonrisa nos es una ausencia implacable. La ausencia que signa al menesteroso. Ya decía el viejo Epicuro, en su jardín, no es rico el que más tiene sino el que menos necesita. Y esto nos llenamos de abundantes sonrisas, y nos asemejamos a Poros. Tal vez, algo así sabía el abderita. Y de allí su risa. La filosofía no puede ser cosa seria porque es abundancia de pasión, de amistad, de amor, de saber, de indagar. Y se deleita ella en la conversa; en el otro. De allí la permanente y eterna sonrisa del filósofo de Abderá.    


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