martes, 5 de mayo de 2015

NUESTROS SENTIMIENTOS DISTORSIONADOS, LA CASA PERDIDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Para complicar más nuestro hacer cotidiano hemos mezclado nuestra impaciencia con la búsqueda de satisfacer nuestros deseos. Con esto vamos olvidando nuestra capacidad de aplazar la gratificación por las cosas logradas, que es nuestro fundamento para el desarrollo de nuestra inteligencia y nuestro comportamiento libre. Porque la gratificación contiene en sí el ensimismamiento, la poner la mirada en nosotros y nuestras acciones, es reflexión.

Nuestra impaciencia por los deseos insatisfechos no respeta el tiempo de las cosas. De ese modo violamos lo que Covey denomina la «ley de la cosecha», que es el comprender que hay un tiempo para sembrar, un tiempo para atender lo que se ha sembrado y un tiempo para recoger. Al no entender este proceso introducimos cambios abruptos en los ritmos de nuestras vidas, que terminan por alterar nuestra vida emocional y reflexiva. Trastocamos nuestro pensar-hacer.

El «deseo impaciente» es nuestra ansia. Esa ansiedad que cultivamos apresuradamente como una característica propia de nuestra vida y cultura. Y de la cual nos ufanamos cuando decimos «no tengo tiempo». Esta ansia se opone a la ternura, porque no hay ternura apresurada. Esto lo sabía bien Florentino Ariza. En la ternura entregamos o cedemos el tiempo a la manifestación del sentimiento. Somos seres sin ternura.

En medio de esta ansiedad, de esta impaciencia, de esta búsqueda descontrolada de satisfacer deseos construimos un sistema de sentimientos distorsionados, porque hemos perdido la poética que habita la casa de nuestro ser. Lo que formamos es humo de emociones. El apresurado lo quiere todo para ahora, para el presente inmediato, y la violencia es el camino más corto de conseguirlo. Después somos unas plañideras de los valores. ¿Para qué vamos a guardar las formas, si éstas siempre son lentas? Por ello, Sartre señala que existe una la relación estrecha entre la prisa y la violencia. La violación ante que la seducción.

El mercado de la búsqueda de deseos nos obliga a fomentar el deseo por sí mismo. Este mercado de la felicidad nos sirve para justificar nuestra agresividad. Pues en medio de él preparamos la ansiedad como el único motor para el avance de nuestro ser. Estamos siemrpe apurados como el conejo de «Alicia en el país de las maravillas». Siempre nos estamos violentando, y así violentamos a los demás.

Ante esta situación buscamos juegos o salidas ingeniosas, por las que aspiramos a jugar con todas las cosas, pero a la vez. Buscamos una libertad desvinculada, poco comprometida y sin pretensiones para con nosotros mismos y menos para los otros. El intento es otro deseo insatisfecho. Por tanto, hay que emprender otra búsqueda de deseos.

Forzamos nuestros sentimientos. Aun cuando sabemos tan poco sobre ellos, los hacemos violentos. Cuando ya no podemos más con nosotros mismos, suponemos que nuestros sentimientos son provocados por situaciones que forzosamente experimentamos todos. Lo que intentamos, en última instancia, es sobrevivir, disfrutar, estar cerca de quienes queremos, evitar el peligro, no tener obstáculos, contar con los demás, ponernos a salvo de los otros. Estos son nuestros problemas y esperanzas; se parecen a los de todas las otras personas. Somos seres tan comunes.

Como señala Geertz, nuestros problemas existenciales son universales; las soluciones de éstos son diversas. Y son universales porque somos seres menesterosos, seres precarios con un  gran ego. Tenemos necesidades comunes, problemas comunes y afectividades comunes. No somos nada originales. Aunque, como dice Marina, «somos sentimentalidades irrepetibles».

Nuestros sentimientos suelen tener elementos desencadenantes. Y éstos dos forman una estructura que se determinan mutuamente. Por ejemplo, un peligro o una amenaza nos provoca miedo; la novedad nos provoca sorpresa; el cumplimiento de un deseo nos provoca satisfacción o alegría. Sin embargo, esta estructura se concreta y manifiesta de manera distinta en cada persona y en cada cultura.

Estas estructuras también tienen sus causas en las evaluaciones y regulaciones sociales que existen de los sentimientos. La sociedad es nuestro principal regulador. Ya que cada cultura favorece unos sentimientos y rechaza otros; los interpreta de manera determinada; o ella prescribe cuál debe ser su intensidad. Nuestros sentimientos están relacionados con los roles que de ellos acuña la sociedad. Así como determina los roles masculinos y femeninos, y los sentimientos que cada uno de ellos de sentir y expresar. Somos seres interpretados.

El mundo sentimental es variado, pero a la vez constante. Poseemos unos sentimientos universales, los cuales devienen de nuestros modos posibles de enfrentarnos con la realidad y con nosotros mismos. Pero estos sentimientos los configuramos según sea la cultura en la que nos desenvolvemos; en los distintos momentos en que éstos se dan; y en los distintos contextos de cada cultura. El problema emocional que se nos plantea como sujetos, es si sabremos atender lo que es común a todos sin olvidar nuestro ser particular. Esta es parte de nuestra confusión y distorsión sentimental.


PD. En facebook: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA OBED DELFÍN

Escucha: “PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM y WWW.RADDIOS.COM/2218-ARTE  (todos los martes desde las 2:00 pm, hora de Caracas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario