Como bien dice
Ortega y Gasset en nuestras creencias estamos. Contamos con nuestras creencias
para andar por la vida. Por ello, para
en entender a una persona tenemos que saber cuáles son sus creencias. Por el
contrario, estaremos observando a una persona que no es ella, lo que nos impide
tener cierta claridad sobre ella.
Todos nosotros
estamos constituidos por creencias; y de una u otra formas tenemos nuestra vida
puesta sobre ellas. Nuestro vivir es un constante tener que interactuar con
algo, esto es, con nuestro mundo y con nosotros mismos. Y en este interactuar
nos encontramos bajo un conjunto de interpretaciones que nos anteceden; de formas
de ver el mundo e incluso de vernos a nosotros.
En este nuestro
vivir nos ponemos, sin saberlo, sobre un sustrato de pareceres que vamos
adoptando poco a poco. Estas son
nuestras creencias. Las creencias no nos surgen así de improviso, no llegamos a
éstas a través de nuestro pensar. Las
creencias son verdades que nos permiten vivir de manera segura. Sin ellas nada
seríamos. Por eso nuestras creencias son el continente donde habitamos. Y
nuestro habitar habita en ellas.
Las creencias tienen en nuestra vida
contenidos generales. Por ello, nosotros somos creencias: y éstas terminan confundiéndose
con la misma realidad porque, como dice Ortega y Gasset, «son nuestro mundo y
nuestro ser». Las creencias no se nos ocurren, ni forman parte de nuestros
pensamientos, solo los determinan. Cuando entendemos lo que son las
creencias caemos en cuenta el papel que
éstas juegan en nuestra vida; y el sentido funcional que poseen.
Las creencias
suponen nuestra vida, no podemos vivir sin ellas; porque suponen y soportan nuestra
vida, que se asienta en creencias que nunca llegamos a producir. Las creencias
no las formulamos nosotros ni las discutimos; eso sí las propagamos y las
sostenemos. En las creencias «simplemente estamos en ellas», y siempre estamos
en ellas. Incluso las tenemos, son nuestra propiedad, tal vez, la más valiosa
propiedad. Por esta razón, siguiendo a Ortega y Gasset «la creencia es quien
nos tiene y sostiene a nosotros». Sin ellas nada somos, o tal vez solo somos un
sueño o una pesadilla.
En las creencias
nos encontramos, nos reconocemos. Están allí mucho antes que nos ocupemos de
pensar-hacer. Las creencias tienden a ser permanentes, porque hacen ser nuestra
identidad. Estamos dentro de éstas. Las creencias son nuestro en nuestro fondo
y en él operan cuando pensamos-actuamos
sobre algo. Aludimos a ellas como lo hacemos con la realidad, con nuestro entorno.
Las creencias no las pensamos, las vivimos. Ocupan el primer lugar en nuestro
existir, siempre contamos con ellas y lo hacemos sin pausa ni reflexión.
No nos damos
cuenta de nuestros motivos, de la resolución que hemos adoptado, de la
ejecución de las acciones con que hacemos las cosas. No nos cuestionamos, ni
por un momento, nuestro pensar-hacer. ¿Por qué? Porque la creencia existe y nos
antecede. Ella es lo más importante de todo; ella es el supuesto en que asentamos
toda nuestra vida. De este modo, contamos con las creencias y no pensamos.
Cuando no pensamos algo es porque ya contamos con eso; y así se dan las
creencias en nuestra vida.
La mayor eficacia en
nuestra vida se da por todas aquellas creencias con que contamos, y porque
contamos con ellas no pensamos. Hacer nuestro inventario personal desde las creencias
con que contamos, será re-construir nuestra historia y esclarecer nuestra vida
desde el sustrato de nuestra narrativa. Las creencias constituyen las bases fundacionales
de nuestra vida, sobre las que acontece nuestro devenir. Éstas nos ponen en
frente lo que es nuestra realidad.
Todo nuestro
pensar-hacer depende de nuestro sistema de creencias. En ellas «vivimos,
actuamos y somos». Por lo general, no tenemos conciencia plena de nuestras
creencias; ya que no las pensamos, a
través de ésta actuamos, hacemos y pensamos. De ahí que, cuando creemos en una
cosa siempre «contamos con ella» como una verdad inmutable. Esto nos hace
realizar una «vida viviente» como diría Ortega y Gasset.
Nosotros no podemos
evitar reconocer la creencia como una verdad; nos adherimos automática y
mecánicamente a ella. Esta imperiosa realidad se convierte en algo a lo cual dependemos,
con lo que contamos, queramos o no. En este sentido, la creencia es nuestra
contra-voluntad; aquello con que nos topamos en su completitud. Y son
incuestionables, por ello son una verdad. «Con nuestras creencias estamos
inseparablemente unidos», señala Ortega y Gasset; por eso somos creencias.
Somos crédulos.
Por eso el sustrato de nuestra vida, formado por creencias, es el que sostiene
toda nuestro pensar-hacer. Éstas son el continente firme en el cual nos
afanamos a diario. Ahora bien, entre las creencias que tenemos una de ellas es
la creencia en nuestra razón, en nuestra inteligencia. Con todo lo sucedido, esta
creencia subsiste; pues seguimos creyendo en la eficiencia de nuestro intelecto
como una de las realidades existentes, y que integran nuestra vida. Sin
embargo, tenemos que atender que una cosa es nuestra fe en la inteligencia y
otra es nuestra creencia en las «ideas» que nuestra inteligencia configura. En
la primera se cree a píe juntillas, en la segunda no tanto. No obstante, nos
servirá para re-configurar nuestro pensar-hacer, nuestro mundo, nuestra vida.
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