El valor de la magnanimidad es poco conocido, poco entendido y su
definición formal tampoco nos lleva demasiado lejos; incluso podemos decir que
ha quedado en el olvido. Las definiciones nos hablan de «grandeza y elevación
de ánimo» o “grandeza de espíritu”. Opuestos son los conceptos contrarios a la
magnanimidad, a saber, la mezquindad, la tacañería, la pusilanimidad, la
humildad.
La magnanimidad es la disposición de dar más allá de lo que se considera
normal; de entregarse hasta las últimas consecuencias; de emprender sin miedo;
de avanzar pese a cualquier adversidad. La grandeza de ánimo de la magnanimidad
es el valor que convierte a un simple sujeto en un héroe.
No debemos confundir la grandeza de ánimo con una motivación
extraordinaria e impulsiva para realizar algo. Pues el valor de la magnanimidad
se práctica independientemente del buen humor y del entusiasmo que tenemos un día
particular, o de la simpatía que tengamos por las personas. La magnanimidad no
es una disposición transitoria; ésta es parte de la naturaleza de la persona
que la posee y la cultiva.
Cuando nos conformarnos con lo que hemos logrado, u orientamos nuestros
esfuerzos a la adquisición de bienes y a la riqueza nos es suficiente la
ambición. Para lograr lo anterior no hace falta magnanimidad. La grandeza de ánimo
se caracteriza por la búsqueda de los más altos ideales del ser humano, y a la
entrega para servir a éstos.
El magnánimo aleja de sí la envidia y el resentimiento. Supera el temor
de ser criticado por hacer algo que considera moralmente bueno. Tiene la
capacidad de afrontar grandes retos con paciencia, perseverancia y alegría. La
disposición al otro son rasgos característicos de su personalidad.
Para el magnánimo no hay acciones de pequeña categoría, o el temor a
cuidar de lo que denominamos «una buena imagen». Actúa con la convicción de
cumplir con un compromiso y un deber personal. Toda acción es un gran reto.
Atender a los hijos es la empresa para la madre o el padre; el alumno para el
maestro; los trabajadores para el gerente de una empresa; los vecinos para el
hacer comunitario. ¿Se tienen deseos de prosperar y ser mejores?
La magnanimidad está en atender a que las personas mejoren por sí
mismas. Se atiende para corregir, enseñar y hacer entender para que salgan de
esa situación que los afecta. Es mucho lo que debemos trabajar personalmente en
la magnanimidad, para comprender mejor nuestro pensar-hacer. La virtud de la
magnanimidad incluye las otras realidades de nuestra vida, como nuestras
empresas y retos a alcanzar; mejorar y acrecentar nuestros conocimientos; mejorar
nuestras acciones laborales para alcanzar una posición económica de bienestar.
Todo aquello a lo que aspiramos, dinero, conocimientos, posición,
influencia, deben estar signado por la magnanimidad. Lo adecuado a nuestros
fines es enfocar nuestros esfuerzos en traspasar las fronteras del mero
egoísmo. Si tenemos más conocimientos podemos atender mejor nuestras empresas,
para que mejoraren nuestros haceres sean éstos más productivo. De este modo,
estamos en mejores en condiciones de llevar a cabo nuestra vida que siempre involucra a los
otros.
Para alcanzar nuestra grandeza de ánimo es necesario que cada día nos
preguntemos ¿Para qué hacemos esto? ¿Quiénes se benefician? ¿Puedo hacerlo
mejor? Hacernos el propósito de prestar una mejor atención a los otros. Hay que
olvidarse de esos resentimientos, envidias y juicios inadecuados con respecto a
nosotros y a los demás; como decía el Cabral «De ese trago amargo ya no bebe mi
corazón». Debemos mejorar nuestros modales y ser corteses con la vida y todos los
demás. Tener una disposición serena ante los avatares de la vida, y a dominar
las emociones inadecuadas que puedan generarse.
La magnanimidad es una virtud para robustecer nuestra comprensión del
mundo. Generar atención, generosidad y optimismo. La magnanimidad ennoblece nuestras
acciones; el consejo, la ayuda, la compañía, el trabajo, son los medios cotidianos
que tenemos para llevar a cabo nuestro pensar-hacer. Hacer de nuestras labores
y aspiraciones algo realmente grande prescindiendo de las dificultades
que siempre están presentes.
Al ser magnánimos nos
sentimos dignos de las cosas más grandes. Porque al tener esta alta estimación
de nosotros mismo estamos reconfortados con nosotros y con los que están junto
a nosotros. De allí que, la magnanimidad supone siempre lo grande, lo bello,
que solo se encuentra en una grandeza de ánimo. En el que estimamos nuestro «justo
valor».
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