Un día cualquiera,
en medio de nuestras creencias se abren agujeros de dudas. Ésta es al modo de
la creencia, porque pertenece a la misma arquitectónica de la vida. En la duda también
estamos. En ella nos desarrollamos y nos construimos. Solo que la duda tiene un
sentido aterrador para nuestro hacer, ya que en la duda estamos como ante un
abismo; siempre nos sentimos cayendo. La duda es la negación de la estabilidad.
Por ella esto somos.
Con la duda sentimos
que nuestros firmes cimientos ceden. Nos falla la firmeza de nuestro
pensar-hacer y parece que caemos en el vacío. En aquella no podemos valernos, no
podemos hacer nada para asirnos firmemente, ni siquiera para vivir. Viene a ser
la negación dentro de la vida; como asir, sin atrapar, la otredad de nuestra
existencia.
En la duda, no
obstante, conservamos el carácter de ser algo en que estamos. La duda no es una
idea que podemos pensar, sostener, criticar o formular. En la duda somos. Creemos
en ella, por difícil que parezca. Por ello no dudamos de nuestra duda, en eso
consiste su grandeza y posibilidad. Si dudásemos de nuestra duda, ésta sería
algo soso, ingenua, irrelevante. No representaría ningún peligro.
La duda actúa semejante
a la creencia. La diferencia está en lo que se cree. La duda, como dice Ortega
y Gasset, «no es un "no creer" frente al creer». La duda nos sitúa en
una realidad u otra; por lo que al estar en ella nos sentimos en algo estable.
Pensamos que la duda no nos pone ante una realidad.
Sin embargo, la
duda tiene una creencia. Al dudar de algo no desaparece la realidad. La duda,
en sentido, «nos arroja ante lo dudoso»; nos coloca ante otra realidad, que es tan
realidad como la que está fundada en la creencia. Sin embargo, esta realidad de
la duda es ambigua e inestable; ante ella no sabemos a qué atenernos ni qué
hacer. La realidad de la duda es estar
en lo inestable. Es poner nuestra vida en la condición permanente de un sismo.
Para describir el
estado de duda en que nos encontramos decimos «me hallo en un mar de dudas».
Porque la duda es inmensa, porque el mar lo consideramos muy inestable con
respeto a la tierra, que es firme. Y, demás, corremos peligro de perecer si
llegamos a naufragar en ese proceloso mar. El mar es una metáfora de lo
inestable, de lo que no es firme, y del cual hay que cuidarse.
Lo dudoso es un
estado líquido, una realidad acuosa. Donde no podemos sostenernos y a la cual
podemos caer. A nada nos podemos agarrar. En la duda fluctuamos, estamos a la
deriva, al vaivén de las olas. El estado de duda es un mar que nos vislumbra en
situaciones de náufragos. Dudamos porque estamos, en por lo menos, ante dos
creencias antagónicas; las cuales al entrechocar entre sí nos lanzan de la una
a la otra, sin dejarnos pisar ese suelo firme que anhelamos.
La duda también
consiste en el desarrollo de nuestro creer. Al sentirnos caer en esos abismos
que se abren en nuestras creencias reaccionamos de manera enérgica. No esforzamos
por salir de la duda. Sin embargo, la característica de la duda es que ante
ella no sabemos qué hacer. No sabemos qué hacer porque la realidad se nos
presenta ambigua, amorfa. Con ésta no podemos hacer nada.
En esta situación de
duda, nos ponemos hacer un algo extraño que es negado por la creencia. Nos
ponemos a pensar. Y pensar en una cosa, es lo menos que podemos hacer. Cuando todo
falla en ese mar tormentoso de la duda, nos queda la posibilidad de pensar sobre
lo que nos falla. Nuestro intelecto es lo más próximo con que contamos, lo que
más a mano tenemos. Cuando creemos en nuestras creencias no solemos pensar, ni
usamos nuestro intelecto porque todo está dado. Pero al naufragar en lo acuoso
de la duda nos agarramos a nuestro intelecto como a un salvavidas.
Los baches de
nuestras creencias son el lugar donde revive nuestro pensar efectivo. Donde renace
nuestro intelecto. En el pensar tratamos de superar lo oceánico de la duda, por
un mundo en el que lo inestable y ambiguo queda gobernado. ¿Cómo logramos esto?
Fantaseando, imaginando, produciendo, inventando mundos nuevos.
Lo vital es la imaginación.
Tenemos un mundo indeterminado, el cual tenemos que construir. Tenemos penalidades
y alegrías y con ellas construimos nuestra vida; nos orientamos con ellas he
inventamos nuestros mundos. Cada uno de nosotros tenemos que enfrentarnos, por nuestra
cuenta, con todas nuestras dudas, con todos nuestros cuestionamientos. Por
ello, conformamos figuras imaginarías de diversos mundos y de posibles formas
de pensar-hacer ante ellos. Algunas nos parecen más firmes y con ellas nos
quedamos. Pero, no olvidemos, son un caso particular de lo imaginario.
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Pues yo dudo de que la duda sea tan reiterativa; pues en un artículo tan corto se ha escrito la palabra "duda" 31 veces. Y tan sólo en el último párrafo se ha escrito una sola vez...pero en plural.
ResponderEliminarSaludos.
Pues yo dudo que tu captaras el mensaje del artículo, te enfocaste más en revisar cuantas veces se repite la palabra "duda " y es necesaria reiterar porque las dudas ésta en muchos factores. Felicito al autor a mi si me sirvió su articulo.
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