Pensamos en las
cosas y a partir de allí elaboramos ideas sobre ellas. Es ésta una exigencia
elemental, pero que no siempre realizamos. Se nos ocurren pensamientos acerca
de muchas y éstos poseen diversos grados de certeza; van desde los pensamientos
más comunes a los más elaborados, que llegan a ser «verdades o teorías
científicas» de una época. Unos u otros, como señala Ortega y Gasset, son «ocurrencias»
que surgen en nosotros.
El sujeto está
antes de que se le ocurran estas ideas. Estamos antes con respecto estas ideas,
pensamientos u ocurrencias. Nuestros pensamientos aparecen en una vida que ya preexiste,
y se enfrentan con ella. Llegamos a esas
ideas por un acto particular de pensar; son pensamientos que producimos por una
elaboración lógica que llamamos razonamientos. Estos pensamientos no son
nuestro mundo ni nuestro ser, porque se nos han ocurrido.
Los pensamientos o
«ideas-ocurrencias» las producimos nosotros, a éstas las interpretamos, las
discutimos, las propagamos, planteamos en sus pros y sus contras. Porque la
verdad en que se sustentan nos resulta relativo, y han sido planteadas en un
horizontes de diversas perspectivas. Pero no vivimos de ellas, ya que no son un
fenómeno vital.
Estas ideas son
obra de nuestro pensar; éstas no son parte de nuestro sustrato de vida. Con
ellas nos encontramos o las elaboramos en el decurso de nuestra vida. Es el
resultado de nuestro hacer intelectual. Llegamos a estos pensamientos por medio
del trabajo de nuestro entendimiento. Nuestras ideas, pensamientos solo existen
mientras las pensamos, por eso necesitan ser formulados. No están allí
esperándonos, nosotros estamos antes.
Nuestros
pensamientos tienen una realidad problemática. Podemos postergar para luego
seguir pensando en una cosa. Incluso no tenemos certeza de eso que pensamos, es
lo más común fluctuar en esa incerteza cuando pensamos. El pensar siempre nos
depara una violenta sorpresa. Es siempre un interrogar, un cuestionar. Ya que
no contamos con nada, todo tenemos que producirlo. Este pensar es lo menos
eficiente de nuestra vida, por las implicaciones que tiene en nuestra actividad
intelectual, nos detiene mucho. Tal vez por eso últimamente aconsejan tanto que
no pensemos.
Al fluctuar en
este mundo de ideas vivimos en un azoramiento con respecto al mundo. Un
azoramiento que para muchos es preferible evitar, incluso ya no desean confiar
en la razón. Como si ésta fuese una especia de peste medieval. Pero en la
palabra que dice cualquier cosa dicen otra cosa. Por el contrario, al pensar
tenemos conciencia de nosotros y de lo que nos rodea; de nuestros fantasmas, de
nuestros imaginarios. Dejamos de actuar de manera latente.
Los pensamientos que
producimos sobre las cosas, sean nuestros o que hemos asumidos, no poseen un
valor de verdad, ni de realidad permanente. Actuamos con ellos sabiendo que son
formas de interpretar al mundo. Hacemos uso de éstos de acuerdo a las
circunstancias en que nos encontramos. La certeza de un pensamiento corresponde
a la interpretación que tenemos de la realidad particular.
Insertamos
nuestros pensamientos en una realidad conformada por creencias. Con nuestro pensar tenemos que aprender,
circunstancialmente, a conseguir claridad sobre qué atenernos en el mundo. No sabemos qué hacerse con nuestras ideas,
con nuestro pensar. Ignoramos cuál es nuestro oficio auténtico. Tenemos que
aprender a integrar nuestra vida intelectual. Que en otros artículos he dicho
es una apasionada-razón o una razón-apasionada.
Tenemos que
ponernos a pensar en los asuntos que nos conciernen. Tenemos que pensar para
develar la realidad constitutiva de nuestra vida; develar nuestras adhesiones
automáticas. Está en nuestras manos hacerlo, es algo que depende de nuestra
voluntad de poder.
Nuestros
pensamientos solo los ejercemos sobre lo que es cuestionable. Nuestras ideas se
nutren de lo cuestionable. El pensar necesita de la crítica. Se sostiene, se afirma
al apoyarse en otras ideas que son cuestionables, y entre las cuales se forma una
pegajosa tela de araña. Así podemos estructurar un mundo integrado por ideas,
por críticas de las que nos sabemos productores y responsables.
No hay ideas
inmutables. Éstas se reducen a las interpretaciones y a las referencias a otras
ideas. Eso es todo nuestro pensar, de allí su dificultad. Lo que podemos es
contrastar nuestras ideas con las de los demás. No podemos erigirlas como
verdades. La verdad es excluyente, así como los dioses. Dos dioses no caben en
un mismo templo.
Nuestros
pensamientos nos hacen necesitados de los otros. Por ello, la filosofía es
menesterosa. Ya lo dijo el divino Platón. En esto somos combinaciones,
aleaciones, búsquedas intelectuales. Entre nosotros y nuestros pensamientos hay
la distancia infranqueable de la búsqueda. Una búsqueda que nos da
independencia, porque podemos superar nuestras ideas, nuestros pensamientos. Recordemos
que sobre sus productores.
Podemos ponernos
serios o reírnos de nuestros pensamientos; comportarnos de acuerdo a lo que
pensamos. No estamos obligados a creer en nuestros pensamientos; ya que
presentimos en ellos el riesgo de fiarnos ciegamente a nuestras ideas. Podemos
ser consecuentes o no con nuestras ideas. Abandonarlas en el camino por otras. Por
esta razón, corregimos y modificamos nuestras ideas. Nuestra relación con las
ideas, con el mundo intelectual es una relación que nosotros construimos. Y
esta relación no es de fe, sino de incertezas.
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CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA OBED DELFÍN
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