jueves, 7 de mayo de 2015

EL SUJETO HEDÓNICO EN LA SUMA DE PLACER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La moda es un atractivo imperioso, pero efímero. No obstante, se ha convertido en un arquetipo vital de nuestro vivir. Nos proporciona un gran placer pasajero. La solución que nos impone la moda misma o el mercadeo es encadenar múltiples y veloces placeres, que siempre serán sustituibles por otros placeres.

Esta suma de placeres es, según Marina, un «hedonismo de la cantidad». Que está en función de sumar y multiplicar cantidades de experiencias placenteras. Lo importante para nosotros es sumar placeres. Por ello, para el mercadeo del placer lo importante es ofrecer experiencias, que se tienen que vivir en el tiempo apresurado que dura nuestro capricho. Porque este mercado no puede detenerse. Él necesita de nuestra insatisfacción personal y social para funcionar.

De este modo, defendemos, con todo nuestro ser, una manera de vivir transitoria y sin ataduras. Todo fluye, decía el oscuro de Efeso. Esa «personalidad deseante» que somos busca compromisos sin vínculos, porque el vínculo nos detiene. Ansiamos lo versátil, la renovación de nuestra identidad; sin identificación con nuestro pasado. Nos volvemos hábiles en nuestras afiliaciones, pero siempre libre de lazos. Incluso con nosotros mismos.  

No obstante, en algún momento en medio de este remolino fluyente tenemos necesidad de la fidelidad. Somos seres mentalmente muy arcaicos aún. Necesitamos fijar nuestra voluntad antojadiza, nuestra ligereza. Tenemos que releer la preocupación de Platón con respecto a Parménides y Heráclito, cuando se desee proponer el paso de la «fidelidad del deseo» al «deseo de la fidelidad». Estoy de acuerdo, el maestro del jardín de Academo es más adecuado en este aspecto.

La proliferación de nuestros deseos nos ha conformado como personalidades caprichosas, que soportamos mal, cuando soportamos, el aplazamiento de la satisfacción y la frustración. Vivimos en la frustración anhelando o andando tras el placer. El mercado del placer y la felicidad es adictivo, y por ello restringe nuestra libertad. Ya que en esta aparente elección está oculta la reducción de nuestra libertad. Toda adicción merma o anula nuestra libertad de pensar-hacer.

La pluralidad y la desagregación de nuestros impulsos conllevan a conformar una voluntad débil, señala Nietzsche. La puesta del deseo y la construcción de su ideología deshacen nuestro yo. Lipovetsky indica que «el yo ha sido pulverizado en tendencias parciales, según el mismo proyecto de desagregación que ha hecho estallar la sociabilidad en un conglomerado de moléculas personalizadas».

En medio del mercado del deseo hemos configurado una sociedad del capricho, en la cual nuestra voluntad se ha vuelto caprichosa, y por tal veleidosa. De allí, que ésta sea débil. Debemos desvelar estos sistemas afectivos que nutren nuestros fenómenos emocionales y reflexivos. Debemos analizar si estamos aceptando exigencias incompatibles con nuestra voluntad.  

Lo que inquieta con este mercadeo del deseo, de la promoción del bienestar, de la felicidad… es que pretendiendo aparecer como una ideología progresista y liberadora, no sea más que un truco de mago, y como tal solo sea pura ilusión.

La popularidad de este mercadeo del deseo y la felicidad así parecen indicarlo. La relación con las adicciones del hedonismo y el gusto por una aparente transgresión personal y social parecen refrendarlo. Pues tal transgresión, puede llegar a ser un mecanismo que resguarda las relaciones de poder y los sistemas ocultos de represión.

Los discursos de ese mercadeo se han hecho parte constitutiva del discurso biopolítico y biogerencial, como modos correctos de hacer. La transgresión puede que no sea ninguna transformación, sino una sumisión a otras formas de relaciones de poder. Lo cual es propio de una sociedad interpretada, que intenta conservar lo ya alcanzado, aunque sean migajas.

Inquieta que seamos víctimas de una superchería que nos esclaviza con golosinas y dulces. Y no podemos rebelarnos porque nos gusta y agrada. Como en la nave de la película «Wally». El mercadeo del deseo es seductor y todos a caemos bajo sus encantos. ¿Quién no es conquistado por la miel más dulce y agradable? O ¿por los cantos de sirenas?

En este mercadeo nos asustan las disfunciones de la violencia, de la fragilidad de los sentimientos, de la desconfianza generalizada…  Sin embargo, no las relacionamos con él. Porque no reflexionamos que nuestros deseos son deseos nunca alcanzados. Como si quien ve comer a otro ya sacia su propia hambre. Nuestro deseo siempre es deseo. No hay satisfacción de éste.

En esta situación, nuestra vida se mantiene y es dirigida por el deseo. Por eso cuando nos desplomamos por la frustración y la depresión no tenemos referentes para vivir. No sabemos para qué vivir, porque no tenemos deseos propios para hacer algo. Nuestra historia es el empeño por satisfacer deseos, que no sabemos si son nuestros. O son deseos que nos ofrecen. En algún momento sufrimos una ruptura existencial. Y el mercado se ha cerrado.



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