El origen de
la mayor parte de las dificultades en la comunicación radica, primero, en la
percepción individual o grupal que se tiene del otro; segundo, en la
credibilidad que se tenga sobre el o los individuos que intentas generar un
proceso de comunicación.
Con respecto a
la percepción, tenemos que captamos nuestro entorno según un conjunto de
experiencias, individuales y colectivas, que hemos acumulado a lo largo de
nuestro pensar-hacer. Por ello, definimos nuestros territorios según nuestros marcos de
referencia o mapas, que vamos elaborando constantemente. De este modo, nuestras
percepciones son inducidas por nuestra experiencia, la cual influye sobre
nuestros sentimientos, creencias y comportamiento. En esto radica nuestra
identidad narrativa individual y colectiva.
Cuando se
generan conflictos entre la percepción y la credibilidad, éstos pueden acabar
en problemas complicados, no siempre del todo ciertos. Pues, a menudo se producen o
«conflictos de personalidad» o «rupturas de comunicación», en casos más
difíciles ambos a la vez. Muchos problemas de
credibilidad se pueden resolver cuando ambas partes se dan cuenta de que éstos
son originados por un asunto de percepción, en este caso, de falsa percepción.
Acá se necesita un diálogo abierto y franco.
Para hacer
posible el diálogo, éste tiene que fundarse en un conjunto de actitudes y
comportamientos eficaces para resolver los problemas de percepción y
credibilidad. Con respecto a las actitudes, éstas deben modificarse para dar
paso a una nueva percepción. Por ejemplo, debo presuponer que el otro obra de
buena manera; no
cuestiono anticipadamente su sinceridad
ni sus buenas intenciones, es decir, no genero prejuicios. Me planteo cuidar esta
relación porque quiero resolver la diferencia de percepción que se ha
producido, ya que posiblemente no conduce a nada. Puedo solicitar la ayuda del otro para ver la situación desde su punto de
vista, e incluso generar otro punto de vista. En este
sentido, estoy
dispuesto a ser influido por la percepción de la otra
persona y dispuesto a cambiar. Esto no es el abandono de mi personalidad, ni de
mi visión del mundo. Es una apertura necesaria.
Mi
comportamiento también debe modificarse, pues estoy en medio de un conjunto de
acciones prácticas en las que interactúo con otras personas. En este
comportamiento efectivo, en primer lugar, debo aprender a escuchar para comprender al
otro, ya que éste tiene y quiere decirme algo. Me habla porque quiere
transmitirme algo. En segundo término, debo aprender a hablar para ser comprendido;
el hecho de que yo hable no significa que todo el mundo ya me entiende.
Recordemos que tenemos percepciones fundadas en narrativas diferentes, y estas
percepciones pueden estar en conflicto o andar por carriles paralelos. Nada
asegura que cuando hablo todos me entienden, e incluso me pueden entender en
grados diferentes.
De allí que muchas veces, debemos comenzar
nuestro diálogo a partir de un punto de referencia común o de un punto de
acuerdo. Esto es importante, porque establecemos desde el inicio puntos comunes
de entendimiento, y así podemos avanzar hacia las áreas de desacuerdo o
conflictos. Al comprender este principio de
entendimiento cambia nuestra manera de dialogar.
Al plantearse
este modo de dialogar se establece el principio de la posibilidad. Pues en
vez de decir «esto es de esta manera», como si fuese
una verdad absoluta, planteo que veo tal situación «de una manera determinada»;
acá abro la posibilidad de poner en la conversación un conjunto de percepciones
válidas y posibles. En lugar de decir «esto es así», puedo plantear que «desde
mi punto de vista» o «en mi opinión». El
efecto entre los dialogantes es diferente.
Esta manera de expresarnos admite que la
opinión de los otros es válida y que debe ser tomada en cuenta. Lo que decimos al
otro, es que él es importante; que su opinión al igual que la mía es legítima y
respetable; que quiero comprender cómo él ve las
cosas. Y cuando no
estamos de acuerdo con la otra persona, podemos decir con todo respeto «veo las
cosas de forma diferente, comparto contigo cómo las veo yo». Aquí volvemos al
aspecto de la credibilidad, porque esto tiene que ser algo sincero, y no mera
retórica. El otro no es tonto, se dará cuenta que luego hacemos todo lo
contrario a lo conversado. Allí nuestra credibilidad se esfuma.
A través de nuestras palabras y nuestras
acciones construimos nuestras relaciones, de allí la necesidad de una sólida
credibilidad. Lo que le da dimensión a la comunicación es el tipo de relación
que establecemos. Sino establecemos una credibilidad cierta nuestras las líneas
de comunicación estarán llenas de conflictos, debido a que establecemos relaciones
interpersonales precarias.
Cuando nuestras relaciones se encuentran
en tensión debemos tener cuidado con la expresión verbal y corporal que
empleamos. Pues corremos el riesgo de ofender, de provocar una escena o de ser
malinterpretados, y todo esto por una percepción tal. Cuando las relaciones son
deficientes por falta de credibilidad, nosotros nos volvemos suspicaces y
desconfiados, convertimos a la otra persona en alguien incapaz de generar un
diálogo efectivo, y nuestros significados e intenciones están mediados por una
experiencia de desagrado.
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Asesoría Filosófica Obed Delfín
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de Caracas)
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