jueves, 2 de octubre de 2014

TRAS LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En la búsqueda de la felicidad, no importa cual, allanamos el camino hacia el objeto, el cual va de la apetencia al acto de la satisfacción. Afirmamos, además, que todos podemos o tenemos el derecho a tenerla, e incluso que estamos obligados a ello. Sencillamente porque lo valemos. Entonces nos preguntamos ¿somos un valor?

De este modo, establecemos una distinción masificada, por ejemplo, ser original. Ahora todos queremos ser originales. No queremos pertenecer a esa masa de seres cotidianos y normales, intentamos ser lo que más destacamos, pero los otros también son originales y destacados. Pertenecemos a una masa de seres originales, que compramos en lugares originales, y nuestra felicidad es original.  

 En esta búsqueda, aparentemente, todo se coloca al alcance de la mano; se pasa del deseo sin mediación a la acción de poseer. La felicidad se vuelve instrumental. Se feliz, no pienses como, solo lo tienes que disfrutar. Acción, acción, posesión, posesión. Ese es el mecanismo.  Que es, en última instancia, lo importante.

¿Qué pasa cuando esa mecánica de la felicidad falla o no da los resultados anhelados?  Cuándo esa búsqueda se trastoca. Todo esto produce una frustración inevitable y perdurable, ya que ni todas las cosas que han sido ofrecidas van a ser alcanzadas, ni van a producir, en muchos casos, la felicidad que se ha deseado. Siempre quedará el deseo insatisfecho. Esta insatisfacción trae aparejada consigo frustración y violencia. Muy común en la actitud de las personas.

Por otra parte, como señala Marinas, se considera que los deseos, mis deseos, son fuente de derechos. Desde mis deseos yo establezco un supuesto estado de derecho, el cual debe ser cumplido para mi satisfacción. Esto ha dado como resultado una cultura de la queja, una queja personal y social. Ya que mis deseos no son satisfechos a mi conveniencia.   

Ante la continua insatisfacción, que se vuelve un círculo sobre sí mismo, el mercado de la felicidad desarrolla una proliferación de deseos, imperiosos y efímeros para mantener su dinamismo. Y captar más adeptos. Nuestras apetencias personales y sociales se hacen fugaces, relativas a individuos cuyo status, sea cual sea, envidiamos o nos hacen envidiar. El mercado de la felicidad nos saca de nosotros mismos en este andar tras la felicidad.  

La publicidad contribuye de gran manera. Los avisos que ofrecen felicidad son en abundancia, y los hay para todos los deseos y gustos. Tal publicidad recurre a modelos que producen envidia. Modelos idílicos. Tales avisos son productores de apetencias y establecen un mimetismo antojadizo de estereotipos, los cuales hay que poseer para identificarse con esa felicidad publicitaria, por ejemplo, las citas de personas famosas o los lugares bucólicos según el propósito de la publicidad. Lo que Umberto Eco denomina un acercamiento mágico por participación. 

La constante apetencia sin medida es una pasión que nos puede conducir al resentimiento. Pues cuando hay siempre algo que apetecer ésta engendra frustración, ya que el deseo nunca es satisfecho, permanecemos permanentemente en una apetencia. Es el deseo vano puesto en el deseo. Entramos en la desmesura del deseo. Este es la astucia de lo publicitario, que se basa sólo en apetencias. Y cultiva la maquinaria de los apetitos.  

El mercado de la felicidad desarrolla un culto a la apetencia, al deseo. No obstante, lo importante de la apetencia y el capricho es que éstos se presentan como una urgencia, que ha de ser resuelta inmediatamente. De allí su inestabilidad, ya que nos conduce por abismos superficiales y nos permite sumergirnos emocional en un charquito. Esto se emparenta con la compra compulsiva. Asimismo buscamos compulsivamente la felicidad.

Si la felicidad está de moda la deseamos, si es la paz la buscamos compulsivamente. Esta manera de actuar es la cristalización de deseos esbozados, y su éxito radica en solo conforma anhelos embrionarios. Muchos abortados. De ahí que en esta mercadería de la felicidad, los cazadores de tendencias andan al acecho. Por su parte, las tendencias en tanto tendencias solo son deseos imprecisos, borrosos con cierto espejismo de claridad. 

Como dice Marina, «esta moda de los deseos efímeros, intensos, urgentes y desechables ha contagiado a nuestro mundo afectivo, que se ha fragilizado, porque incita a un hedonismo inquieto y un poco escéptico». Ya que nuestro mundo afectivo, de las pasiones se ha terminado por convertir en un algo efímero, urgente y desechable. Todo puede ser desechado por un deseo más urgente. Un placer del placer. Así saltamos de un aquí y un ahora a otro aquí y ahora placentero. Estamos obsesionados por la paz, por la felicidad, la abundancia. Pero, solo por el deseo vacío de éstas.



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