jueves, 18 de septiembre de 2014

DE LA NECESIDAD DE LAS EMOCIONES NEGATIVAS EN LA CONSTITUCIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En nuestra sociedad del placer y de la felicidad mencionar las emociones negativas espanta. Casi hay que conjurar la presencia de éstas. Aun cuando no me parece adecuado adjetivar las emociones fuera de contexto, en este caso me parece pertinente para tratar unas consideraciones que desarrolla Antonio Damasio en su obra El error de Descartes[1].

            Adjetivar las emociones fuera de contexto es propio de aquellas tendencias reduccionistas, que se mercadean como visiones amplias y abiertas. Por ello, nos hemos acostumbrado a que cuando oímos mentar de las emociones negativas echamos a correr despavoridos, para resguardarnos en nuestras emociones positivas; que son las únicas, según estas tendencias, de salvarnos de este mundo. Solo etiquetas. De aquí la importancia del trabajo de Damasio.    

Antonio Damasio señala, en la obra antes indicada, que nuestras estrategias evolucionan porque somos capaces de comprender que nuestra supervivencia está amenazada, o que la calidad de nuestra vida es posible mejorarla. A partir de allí nos planteamos un otro conjunto de estrategias, con las cuales enfrentamos la necesidad de nuestra existencia física y mental.

Tales estrategias, dice Damasio, evolucionan en aquellos individuos cuyo cerebro, en primera instancia, presenta las «características estructurales» de una amplia capacidad para memorizar categorías de objetos y sucesos; lo cual les permite establecer representaciones de disposiciones sobre entidades y sucesos a nivel de categorías. Desarrollamos una actividad pensante que está más allá de la realidad sensible.

En segundo término, evolucionan aquellos individuos cuyas «características estructurales» presentan una amplia capacidad para manipular los componentes de las representaciones memorizadas, las cuales les sirven para diseñar nuevas situaciones mediante combinaciones inéditas. Acá lo principal es la imaginación, por medio de ésta podemos hacemos recreaciones de escenarios imaginarios, prevemos resultados que no hemos visto, formulamos proyectos nuevos o diferentes, y determinamos nuevos objetivos operacionales que extienden las posibilidades de nuestra vida.

Un tercer aspecto a considerar, es la posibilidad de tener una gran capacidad para almacenar los recuerdos de las recreaciones que nos planteamos, es decir, de los resultados que hemos previstos, de los nuevos planes y las nuevas metas que nos hemos propuesto. Lo que Damasio denomina tener «memoria del futuro». Estamos hablando de lo que nos planteamos a futuro, nuestros planes más allá de un presente inmediato.

Y estas «características estructurales» de nuestro cerebro ¿por qué nos son necesarias para la conformación del sujeto? Porque el dolor y el placer, según Damasio, son los resortes que nuestro organismo requiere para que nuestras estrategias instintivas y las adquiridas operen con eficacia. Así moviéndonos en esta dualidad se despliegan los mecanismos que van controlando el desarrollo de nuestras estrategias sociales.

De este modo, cuando en los grupos sociales experimentamos dolorosas consecuencias de fenómenos psicológicos, sociales y naturales, nos es posible desarrollar tácticas intelectuales y culturales para lidiar, y atenuar, la experiencia del dolor. Asimismo, para la experiencia del placer, pero para éste funciona otro mecanismo. 

Venimos a la vida con un mecanismo pre-organizado, nos dice Damasio, para darnos las experiencias del dolor y del placer. Nuestra historia individual y la cultura en que nos desenvolvemos pueden modificar el umbral para iniciar o suministrarnos medios diferentes para amortiguar tales experiencias. Pero el dispositivo esencial está en nuestro cerebro, y con él nacemos.

¿Para qué sirve tener este mecanismo pre-organizado? La razón, según Damasio, la podemos relacionar con que es el sufrimiento quien nos pone sobre aviso ante las circunstancias. De este modo, la experiencia de sufrir o del dolor ofrece la mejor protección para la supervivencia; ya que acrecienta la probabilidad de que nosotros estemos atentos a escuchar las señales, y actuemos en consecuencia para evitar lo que causa la experiencia del dolor o actuemos para corregir los efectos de tal experiencia.

De esta manera, al ser el dolor un resorte o impulsor, éste permite el despliegue de pulsiones e instintos para desarrollar nuestras estrategias pertinentes ante este estado de cosas. Por otra parte, la alteración durante la percepción del dolor está acompañada de impedimentos conductuales. En los individuos nacidos con la condición conocida como «ausencia congénita de dolor» nunca adquieren estrategias conductuales adecuadas, nos indica Damasio; estos individuos viven en una especie de vida anestesiada. Es el dolor, lo que nos impulso a establecer tales estrategias conductuales. Estos «dispositivos-resorte» tienen un papel en el desarrollo de estrategias de toma de decisiones.


El dolor y el placer no son imágenes especulares entremezcladas, por lo menos en cuanto al rol que desempeñan éstas en la supervivencia. La señal de dolor, razón de las emociones negativas, es la que más frecuentemente nos aparta de un peligro inminente, mediato o inmediato. Nos permite el estado de alerta necesario para sobrevivir en nuestras relaciones con el mundo, aun con el mundo social. Por ello, parecen existir, dice Damasio, una variedad mucho más abundante de emociones negativas que positivas. Pues el placer nos hace distendido, no estar alerta e incluso llegar a cierta molicie. Recordemos el cuento de Borges Los inmortales

No obstante, las causas de las emociones causadas por el dolor o el sufrimiento en un entorno hostil mutan; ya no nos enfrentamos a los otros en un estado de naturaleza, pues vivimos en un entorno urbano. Pero seguimos viviendo en un entorno social, compartido que nos incita a estar alertas. Y son nuestras emociones negativas las que nos permiten elaborar estrategias. No estoy abogando por un vivir en un estado de emociones patológicas o enfermizas, solo estoy mostrando que las llamadas «emociones negativas» nos son favorables en un contexto determinado. Por ello, adjetivar las emociones sin un contexto es algo errado.       



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[1] Antonio Damasio. El error de Descartes (la razón de las emociones) Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1999. 

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