En nuestra sociedad del placer y de la
felicidad mencionar las emociones negativas espanta. Casi hay que conjurar la
presencia de éstas. Aun cuando no me parece adecuado adjetivar las emociones
fuera de contexto, en este caso me parece pertinente para tratar unas
consideraciones que desarrolla Antonio Damasio en su obra El error de Descartes[1].
Adjetivar
las emociones fuera de contexto es propio de aquellas tendencias
reduccionistas, que se mercadean como visiones amplias y abiertas. Por ello,
nos hemos acostumbrado a que cuando oímos mentar de las emociones negativas
echamos a correr despavoridos, para resguardarnos en nuestras emociones positivas;
que son las únicas, según estas tendencias, de salvarnos de este mundo. Solo
etiquetas. De aquí la importancia del trabajo de Damasio.
Antonio
Damasio señala, en la obra antes indicada, que nuestras estrategias evolucionan
porque somos capaces de comprender que nuestra supervivencia está amenazada, o
que la calidad de nuestra vida es posible mejorarla. A partir de allí nos
planteamos un otro conjunto de estrategias, con las cuales enfrentamos la
necesidad de nuestra existencia física y mental.
Tales
estrategias, dice Damasio, evolucionan en aquellos individuos cuyo cerebro, en
primera instancia, presenta las «características estructurales» de una amplia
capacidad para memorizar categorías de objetos y sucesos; lo cual les permite establecer
representaciones de disposiciones sobre entidades y sucesos a nivel de
categorías. Desarrollamos una actividad pensante que está más allá de la
realidad sensible.
En segundo
término, evolucionan aquellos individuos cuyas «características estructurales»
presentan una amplia capacidad para manipular los componentes de las representaciones
memorizadas, las cuales les sirven para diseñar nuevas situaciones mediante
combinaciones inéditas. Acá lo principal es la imaginación, por medio de ésta podemos
hacemos recreaciones de escenarios imaginarios, prevemos resultados que no
hemos visto, formulamos proyectos nuevos o diferentes, y determinamos nuevos objetivos
operacionales que extienden las posibilidades de nuestra vida.
Un tercer
aspecto a considerar, es la posibilidad de tener una gran capacidad para
almacenar los recuerdos de las recreaciones que nos planteamos, es decir, de los
resultados que hemos previstos, de los nuevos planes y las nuevas metas que nos
hemos propuesto. Lo que Damasio denomina tener «memoria del futuro». Estamos
hablando de lo que nos planteamos a futuro, nuestros planes más allá de un
presente inmediato.
Y estas
«características estructurales» de nuestro cerebro ¿por qué nos son necesarias
para la conformación del sujeto? Porque el dolor y el placer, según Damasio,
son los resortes que nuestro organismo requiere para que nuestras estrategias
instintivas y las adquiridas operen con eficacia. Así moviéndonos en esta
dualidad se despliegan los mecanismos que van controlando el desarrollo de nuestras
estrategias sociales.
De este modo,
cuando en los grupos sociales experimentamos dolorosas consecuencias de
fenómenos psicológicos, sociales y naturales, nos es posible desarrollar tácticas
intelectuales y culturales para lidiar, y atenuar, la experiencia del dolor.
Asimismo, para la experiencia del placer, pero para éste funciona otro
mecanismo.
Venimos a la
vida con un mecanismo pre-organizado, nos dice Damasio, para darnos las
experiencias del dolor y del placer. Nuestra historia individual y la cultura
en que nos desenvolvemos pueden modificar el umbral para iniciar o
suministrarnos medios diferentes para amortiguar tales experiencias. Pero el
dispositivo esencial está en nuestro cerebro, y con él nacemos.
¿Para qué sirve
tener este mecanismo pre-organizado? La razón, según Damasio, la podemos
relacionar con que es el sufrimiento quien nos pone sobre aviso ante las
circunstancias. De este modo, la experiencia de sufrir o del dolor ofrece la
mejor protección para la supervivencia; ya que acrecienta la probabilidad de
que nosotros estemos atentos a escuchar las señales, y actuemos en consecuencia
para evitar lo que causa la experiencia del dolor o actuemos para corregir los
efectos de tal experiencia.
De esta
manera, al ser el dolor un resorte o impulsor, éste permite el despliegue de
pulsiones e instintos para desarrollar nuestras estrategias pertinentes ante
este estado de cosas. Por otra parte, la alteración durante la percepción del
dolor está acompañada de impedimentos conductuales. En los individuos nacidos
con la condición conocida como «ausencia congénita de dolor» nunca adquieren
estrategias conductuales adecuadas, nos indica Damasio; estos individuos viven
en una especie de vida anestesiada. Es el dolor, lo que nos impulso a
establecer tales estrategias conductuales. Estos «dispositivos-resorte» tienen
un papel en el desarrollo de estrategias de toma de decisiones.
El dolor y el placer
no son imágenes especulares entremezcladas, por lo menos en cuanto al rol que
desempeñan éstas en la supervivencia. La señal de dolor, razón de las emociones
negativas, es la que más frecuentemente nos aparta de un peligro inminente,
mediato o inmediato. Nos permite el estado de alerta necesario para sobrevivir
en nuestras relaciones con el mundo, aun con el mundo social. Por ello, parecen
existir, dice Damasio, una variedad mucho más abundante de emociones negativas
que positivas. Pues el placer nos hace distendido, no estar alerta e incluso
llegar a cierta molicie. Recordemos el cuento de Borges Los inmortales.
No obstante,
las causas de las emociones causadas por el dolor o el sufrimiento en un
entorno hostil mutan; ya no nos enfrentamos a los otros en un estado de
naturaleza, pues vivimos en un entorno urbano. Pero seguimos viviendo en un
entorno social, compartido que nos incita a estar alertas. Y son nuestras
emociones negativas las que nos permiten elaborar estrategias. No estoy
abogando por un vivir en un estado de emociones patológicas o enfermizas, solo
estoy mostrando que las llamadas «emociones negativas» nos son favorables en un
contexto determinado. Por ello, adjetivar las emociones sin un contexto es algo
errado.
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[1] Antonio Damasio. El error de Descartes (la razón de las
emociones) Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1999.
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