jueves, 11 de septiembre de 2014

EL CARÁCTER Y LOS VALORES DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Muchas veces recurrimos y fomentamos un ethos situacional, en el cual decidimos continuamente lo que es bueno, correcto o equitativo. No obstante, carecemos de valores vecinales, comunitarios, organizacionales o empresariales compartidos, e incluso podemos indicar que carecemos valores personales constantes. Es decir, nos movemos de situación en situación. Navegamos a la deriva, sin un rumbo más o menos trazado. La vida, como cosa externa, se encarga de pasarnos factura al vivir de esta manera.

El sujeto necesita poder desarrollar principios centrados en valores. Que no son sólo valores personales, sino valores compartidos en los ámbitos vecinales, comunitarios, organizacionales y empresariales en los cuales él se desenvuelve. Nuestros valores personales son nuestra marca de calidad, lo que nos distingue y da excelencia a todas las relaciones sociales y personales. Según los valores que asumamos así seremos.  

Si basamos nuestros valores, por ejemplo, en el honor, nuestro liderazgo personal o colectivo honrará a los individuos que nos acompañan en el hacer común, ya que éstos optan libremente por colaborar con nosotros; porque él también, como sujeto libre, honra el valor del honor de acompañar al otro. Los valores que asumimos, repito, determinan nuestros carácter, nuestro ethos. Hace distintivo nuestro pensar-hacer. De este modo, el poder de hacer centrados en principios se convierte en algo sustancial y activo de nuestro ser.

Es un poder sustancial a nuestro ser porque no depende de algo solamente externo, las cosas no la hacemos porque se nos ocurra o no por ser algo meramente deseable o indeseable. Nuestro pensar-hacer no es algo que nos viene desde nuestro propio ser; con esto no niego nuestra relación necesaria con lo externo, sólo que éste no nos determina en su totalidad.    

Este nuestro poder, de nuestro ethos, nos hace sujetos activos, pues adoptamos y elegimos nuestras opciones basándonos en principios a los cuales estamos conscientes y firmemente conciliados. Así nuestro poder centrado en principios y valores se originan y reafirman cuando nuestras relaciones con los demás coinciden en aspectos comunes y disimiles.

En este sentido, nuestro carácter y valores son algo voluntario, no forzado. Pues nuestras decisiones y acciones personales coinciden con nuestras propias metas y fines. Además, de coincidir con las metas y fines de otras personas con las cuales compartimos nuestras acciones de vida. Estos valores y principios aparecen en común cuando creemos, con la misma firmeza, en el fin o la meta que nos hemos propuesto.

Cuando nuestro poder está centrado en principios estimula nuestro comportamiento ético de respeto; porque la lealtad, por ejemplo, se basa en principios que se manifiestan en la consideración de las personas como sujetos libres y dueños de su propio pensar-hacer. El hacer ético se sustenta, entonces, en el compromiso de hacer lo correcto conmigo y con los demás, es un compromiso sincero, no situacional.  

De este hacer ético emana el poder y el respeto a los principios que motivan nuestro hacer y el de los demás, establecemos una simbiosis de voluntades comunes para arriesgarnos a hacer cosas correctas, porque éstas son valoradas como acciones conforme a nuestra conducta moral para con nosotros mismos y con los otros; signan nuestro actuar moral y nuestras acciones prácticas de la vida.

Acá entonces podemos hablar de opciones de liderazgo del sujeto, al decidir o elegir éste cuál será la base en que se fundamente su poder de actuar con él y los demás. El individuo decidirá si su liderazgo estará basado en la coerción, la utilidad o los principios. Su decisión signará las relaciones que él establecerá con los demás, y la que los demás establezcan con él. Ya que el liderazgo es algo recíproco; por ser, en última instancias, interrelaciones humanas.  

Por ello, si un líder carece de las habilidades interactivas adecuadas y favorables para establecer interrelaciones humanas, o de la capacidad de permanecer fiel a sus principios y valores cuando está bajo presión externa y interna, o de una trayectoria de integridad personal y confianza con los demás, es prácticamente imposible que establezca relaciones éticas. Por ello, tiende a recurrir a la coerción o la utilidad.

Para aumentar nuestro poder centrado en principios y valores debemos adoptar compromisos a largo plazo, no compromisos situacionales. Debemos fortalecer la confianza en nosotros mismos, en nuestras relaciones personales y sociales, ya que éstas son el fundamento de la fuerza intrínseca de nuestras interrelaciones humanas. No podemos fingirnos a nosotros mismo sinceridad por demasiado tiempo. A la larga, quedamos desnudos ante nosotros mismos; más adelante ante los demás.

Cuanto más honrados, respetados y genuinamente considerados seamos con nosotros mismos, más poder de respecto tendremos para con los demás; y ellos lo tendrán para con nosotros. No existe ni sujeto en solitario ni líder sin relación con los otros.  


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