Muchas veces
recurrimos y fomentamos un ethos situacional,
en el cual decidimos
continuamente lo que es bueno, correcto o equitativo. No obstante, carecemos de
valores vecinales, comunitarios, organizacionales o empresariales compartidos,
e incluso podemos indicar que carecemos valores personales constantes. Es
decir, nos movemos de situación en situación. Navegamos a la deriva, sin un
rumbo más o menos trazado. La vida, como cosa externa, se encarga de pasarnos
factura al vivir de esta manera.
El sujeto
necesita poder desarrollar principios centrados en valores. Que no son sólo
valores personales, sino valores compartidos en los ámbitos vecinales, comunitarios,
organizacionales y empresariales en los cuales él se desenvuelve. Nuestros
valores personales son nuestra marca de calidad, lo que nos distingue y da
excelencia a todas las relaciones sociales y personales. Según los valores que
asumamos así seremos.
Si basamos nuestros valores, por ejemplo,
en el honor, nuestro liderazgo personal o colectivo honrará a los individuos
que nos acompañan en el hacer común, ya que éstos optan libremente por
colaborar con nosotros; porque él también, como sujeto libre, honra el valor
del honor de acompañar al otro. Los valores que asumimos,
repito, determinan nuestros carácter, nuestro ethos. Hace distintivo nuestro pensar-hacer. De este modo, el poder
de hacer centrados en principios se convierte en algo sustancial y activo de nuestro
ser.
Es un poder sustancial a nuestro ser
porque no depende de algo solamente externo, las cosas no la hacemos porque se nos
ocurra o no por ser algo meramente deseable o indeseable. Nuestro pensar-hacer
no es algo que nos viene desde nuestro propio ser; con esto no niego nuestra
relación necesaria con lo externo, sólo que éste no nos determina en su
totalidad.
Este nuestro poder, de nuestro ethos, nos hace sujetos activos, pues
adoptamos y elegimos nuestras opciones basándonos en
principios a los cuales estamos conscientes y firmemente conciliados. Así
nuestro poder
centrado en principios y valores se originan y reafirman cuando nuestras
relaciones con los demás coinciden en aspectos comunes y disimiles.
En este sentido, nuestro carácter y valores
son algo voluntario, no forzado. Pues nuestras decisiones y acciones personales
coinciden con nuestras propias metas y fines. Además,
de coincidir con las metas y fines de otras personas con las cuales compartimos
nuestras acciones de vida. Estos valores y principios aparecen en común cuando creemos,
con la misma firmeza, en el fin o la meta que nos hemos propuesto.
Cuando nuestro
poder está centrado en principios estimula nuestro comportamiento ético de
respeto; porque
la lealtad, por ejemplo, se basa en principios que se
manifiestan en la consideración de las personas como sujetos libres y dueños de
su propio pensar-hacer. El hacer ético se sustenta, entonces, en el compromiso de
hacer lo correcto conmigo y con los demás, es un compromiso sincero, no
situacional.
De este hacer ético emana el poder y el
respeto a los principios que motivan nuestro hacer y el de los demás,
establecemos una simbiosis de voluntades comunes para arriesgarnos a hacer cosas correctas, porque éstas son valoradas como acciones conforme a
nuestra conducta moral para con nosotros mismos y con los otros; signan nuestro
actuar moral y nuestras acciones prácticas de la vida.
Acá entonces
podemos hablar de opciones de liderazgo del sujeto, al decidir o elegir éste
cuál será la base en que se fundamente su poder de actuar con él y los demás.
El individuo decidirá si su liderazgo estará basado en la coerción, la utilidad o
los principios. Su decisión signará las relaciones que él establecerá con los
demás, y la que los demás establezcan con él. Ya que el liderazgo es algo
recíproco; por ser, en última instancias, interrelaciones humanas.
Por ello, si
un líder carece de las habilidades interactivas adecuadas y favorables para
establecer interrelaciones humanas, o de la capacidad de permanecer fiel a sus
principios y valores cuando está bajo presión externa y interna, o de una trayectoria de
integridad personal y confianza con los demás, es prácticamente imposible que
establezca relaciones éticas. Por ello, tiende a recurrir a la coerción o la
utilidad.
Para aumentar nuestro
poder centrado en principios y valores debemos adoptar compromisos a largo
plazo, no compromisos situacionales. Debemos fortalecer la confianza en nosotros
mismos, en nuestras relaciones personales y sociales, ya que éstas son el
fundamento de la fuerza intrínseca de nuestras interrelaciones humanas. No podemos
fingirnos a nosotros mismo sinceridad por demasiado tiempo. A la larga, quedamos desnudos ante nosotros mismos; más adelante ante
los demás.
Cuanto más honrados, respetados y
genuinamente considerados seamos con nosotros mismos, más poder de respecto tendremos
para con los demás; y ellos lo tendrán para con nosotros. No existe ni sujeto
en solitario ni líder sin relación con los otros.
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de Caracas)
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