martes, 23 de septiembre de 2014

EL CARÁCTER PERSONAL Y CIUDADANO DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La razonabilidad de nuestras acciones en el entorno colectivo o comunitario son las actitudes propias de nuestra ciudadanía, cuyas faltas deberían avergonzarnos a quienes somos incapaces de adquirirlas o de transgredirlas. Así como debiese avergonzarnos el incumplimiento de las normas de honradez, que se presupone debemos tener en nuestras responsabilidades públicas y privadas.

Que en nuestro entorno social prolifere la corrupción y la desfachatez sin que nos avergoncemos de serlo ni de hacerlo es muestra de nuestros desvaríos; éstos ponen de relieve que algo falla en nuestro carácter personal y social. Por los cuales no logramos forjar ningún carácter ciudadano, en el que han desaparecido las emociones sociales de la vergüenza y la culpa.
    
Hay que distinguir, nos dice Victoria Camp,  entre las «sociedades de la vergüenza» y las «sociedades de la culpa». En estas últimas, los ciudadanos interiorizan las normas y se sienten culpables cuando dejan de cumplirlas. En las sociedades de la vergüenza, por el contrario, todo está exteriorizado, los ciudadanos evitan ser sancionados externamente por lo que hacen mal; de este modo, evaden que su honor o su buen nombre sea mancillado. 

Las sociedades de la vergüenza, aparentemente, parecen más primitivas que aquellas en la que los ciudadanos han conseguido interiorizar las normas y sentirse culpables si las transgreden. La sociedad de la vergüenza parece que tiene poco que ver con una sociedad decente. Por qué.

En primer término, si una sociedad causa que los individuos se sientan avergonzados — o humillados— por su origen familiar, su religión, su etnia, o por su identidad, entonces podemos considerar que esa sociedad no es decente. En segundo lugar, una sociedad es decente si hace que un individuo se avergüence por ser criminal, o hace que el hijo de un criminal se avergüence de las acciones criminales de su padre. La sociedad no será decente, si no consigue que el hijo se avergüence de la postura criminal del padre.    

Nos preguntamos por los sentimientos de vergüenza y de culpa de nuestras comunidades, muchas veces los vinculamos a la pérdida de estima o a la imposibilidad de lograr ésta. Muchas veces los adjudicamos a los sentimientos de frustración permanente, que nos lleva a estados de desvergüenza, de acoso sobre el otro.  

Llegados a este punto, debemos distinguir entre la «vergüenza natural» y la «vergüenza moral». La primera es involuntaria, ésta es dada, primero, por la incapacidad de ejercitar ciertas virtudes; segundo, por no disponer de bienes que todos debiésemos tener, lo cual nos impide lo que quisiéramos hacer o lograr lo que aspiramos.

La vergüenza moral, por su parte, es la que sentimos cuando vemos en nosotros mismos la falta de virtudes morales que deberíamos haber adquirido. Ambas vergüenzas disminuyen nuestra estima, aunque como apreciamos por razones distintas.

En la vergüenza natural, el defecto no depende de nosotros. En la vergüenza moral sí depende de nosotros, está en nuestra potestad. En esto radica su diferencia. De allí que la vergüenza aparece en el ámbito del bien. La culpa, por su parte, en relación con la justicia. El sentimiento de culpa aparece porque alguna norma o relación de confianza ha sido  vulnerada. Lo que provoca vergüenza en el sujeto es que éste ve mermados sus propios valores morales.

La vergüenza natural debiera desaparecer en una sociedad equitativa, pues ya no se dan las condiciones para sentirla. Es propio, entonces, de las sociedades no equitativas la presencia de la vergüenza natural. La vergüenza moral y la culpa, por el contrario, son necesarias y constructivas en una sociedad decente. Puesto que en ésta se fundan criterios más o menos explícitos como el del respeto mutuo y la reciprocidad; imprescindibles para que no prevalezcan los comportamientos antisociales.  

En nuestro comportamiento desvergonzado, la libertad la hemos separado de la responsabilidad. Hemos convertido la libertad —nuestra libertad— en el valor supremo. Sin embargo, no hemos hecho lo mismo con la responsabilidad, con nuestra responsabilidad. A ésta la obviamos porque sin responsabilidad es más fácil vivir.

Bien sabemos que no puede haber una sociedad que descanse sólo en la libertad, y mucho menos cuando ésta se ha convertido en algo vacuo. Porque la libertad no es el único valor de la sociedad. Además, existen otros valores sociales cuyo reconocimiento efectivo y teórico limitan la libertad.



PD. Visita en facebook: Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín

Escucha: “Pasión y Razón” en www.arte958fm.com (todos los martes desde las 2:30 pm, hora de Caracas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario