Al asumir
compromiso y tomar partido por alguien, por algo esto produce cambios. Debemos
tener cierta noción que estos cambios van paso a paso, de
manera natural, progresiva
y secuencial. Nos alentamos y establecemos metas y
compromisos con nosotros mismos, en primer término, luego con los otros.
Tales cambios
comprometen nuestra responsabilidad, nuestra capacidad para responder ante
determinadas circunstancias, y exploramos la capacidad de elegir desde nuestras
circunstancias y condiciones. Cuando somos capaces de responder por nosotros mismos, nuestra
disposición y compromiso se hacen más fuertes que nuestras circunstancias, pues
cumplimos con las promesas y resoluciones que
hemos adoptado.
Nuestra confianza
se fortalece en el desarrollo de nuestras competencias y de nuestro carácter.
Si, por el contrario, la definición de nosotros mismos sólo proviene de lo que los
demás piensan de nosotros —lo que se denomina el espejo social— entonces adaptamos
nuestras vidas a sus deseos y expectativas. Cuanto más actuamos para satisfacer las
expectativas ajenas, más débiles, superficiales e inseguros nos vamos
convirtiendo.
Cuando la
definición de mismo es el espejo social, puedo confundir la imagen que refleja el
espejo social con mi verdadero yo; puede comenzar a creer más en
la imagen de este espejo que en mí mismo, llego a aceptar tal imagen hasta el
extremo de rechazar mi propia visión. La definición
del espejo social debe ser asumida desde una posición crítico-reflexiva, ya que
ésta tiene algo que decirme, pero no puede ser la única que me defina.
Nuestra imagen
se constituye en la afirmación de mi definición y en la de los otros, por el
valor y el potencial que tengo de mi mismo y que los otros reconocen en mí. Uno
debe gustarse a sí mismo para gustar a los demás.
De allí, la
necesidad de dirigir nuestras propias vidas, de conducir nuestras relaciones personales
y sociales basándonos en principios propios. Principios a través de los cuales debemos pensar en términos de
eficacia respecto a las personas, y de eficiencia
respecto de las cosas.
Si asumimos roles
y aspiraciones fundadas en la vanidad y el orgullo nos engañamos a nosotros mismo.
La falta de moderación
afecta desfavorablemente nuestros juicios. Nos
veremos zarandeados
por las condiciones y amenazados por las circunstancias, asimismo por las personas
que hemos afectado. Entonces nos veremos obligados a
luchar para defender nuestra arrogancia generando un círculo perverso. Al
generar intereses antagónicos, éstos nos conducen inevitablemente a una guerra
con nosotros mismos, una guerra interior que a menudo nos hace entrar en guerra con los otros.
Si nos planteamos actuar siguiendo una
visión de cosechar frutos beneficiosos y duraderos, desarrollaremos un concepto
más preciso de nuestra propia persona y la de los demás. Ya que decidimos dedicar nuestros talentos y recursos a fines nobles y de
servicio a los demás y nosotros mismos. De esta manera, logramos una integridad personal
que se irradia en nuestras relaciones.
Cuando
alcanzamos nuestra integridad personal podemos decir «estoy a su servicio»,
pues podemos afirmar que somos dueños de nosotros mismos. Ya que nos hemos
dedicado a conformar nuestro carácter y, por ende, nuestra personalidad. Por
ello, la visión que tenemos de nosotros mismos afecta nuestras actitudes,
comportamientos y también
la visión que tenemos de las otras personas.
En necesario que tengamos en cuenta: ¿Cómo
nos vemos a nosotros mismos? ¿Cómo vemos a los demás? Según sean las respuestas
a estas interrogantes, somos capaces de comprender
cómo nos sentimos, como nos percibimos, cómo actuamos, qué somos para nosotros
mismos, por qué somos como somos. Estas respuestas determinarán mis relaciones
conmigo mismo y con los demás.
Si uno no se conoce, no se controla, no tiene dominio de sí mismo, es muy difícil que se guste a sí
mismo, excepto de una manera superficial. El respeto de sí mismo proviene del
dominio que uno tiene sobre sí, de la independencia de sí y de la
interdependencia sincera que uno tiene con los otros.
Nuestras
palabras y actos se fortalecen a través de nuestras relaciones humanas y de
nuestro propio carácter personal.
El lugar para construir
nuestras relaciones está dentro de nosotros mismos, en nuestro propio carácter.
A medida que nos
hacemos activos de nuestro propio hacer, nos
orientamos por valores capaces de organizar y orientar las prioridades de
nuestra vida con integridad, estamos en condiciones de optar por ser
interdependientes, esto
es, somos capaces de construir relaciones perdurables
y productivas con otras personas.
PD. Visita en facebook: Consultoría y
Asesoría Filosófica Obed Delfín
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