viernes, 4 de julio de 2014

RESPONSABILIDAD Y COMPROMISO CON NOSOTROS MISMOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Al asumir compromiso y tomar partido por alguien, por algo esto produce cambios. Debemos tener cierta noción que estos cambios van paso a paso, de manera natural, progresiva y secuencial. Nos alentamos y establecemos metas y compromisos con nosotros mismos, en primer término, luego con los otros.

Tales cambios comprometen nuestra responsabilidad, nuestra capacidad para responder ante determinadas circunstancias, y exploramos la capacidad de elegir desde nuestras circunstancias y condiciones. Cuando somos capaces de responder por nosotros mismos, nuestra disposición y compromiso se hacen más fuertes que nuestras circunstancias, pues cumplimos con las promesas y resoluciones que  hemos adoptado.

Nuestra confianza se fortalece en el desarrollo de nuestras competencias y de nuestro carácter. Si, por el contrario, la definición de nosotros mismos sólo proviene de lo que los demás piensan de nosotros —lo que se denomina el espejo social— entonces adaptamos nuestras vidas a sus deseos y expectativas. Cuanto más actuamos para satisfacer las expectativas ajenas, más débiles, superficiales e inseguros nos vamos convirtiendo.

Cuando la definición de mismo es el espejo social, puedo confundir la imagen que refleja el espejo social con mi verdadero yo; puede comenzar a creer más en la imagen de este espejo que en mí mismo, llego a aceptar tal imagen hasta el extremo de rechazar mi propia visión. La definición del espejo social debe ser asumida desde una posición crítico-reflexiva, ya que ésta tiene algo que decirme, pero no puede ser la única que me defina.  

Nuestra imagen se constituye en la afirmación de mi definición y en la de los otros, por el valor y el potencial que tengo de mi mismo y que los otros reconocen en mí. Uno debe gustarse a sí mismo para gustar a los demás.

De allí, la necesidad de dirigir nuestras propias vidas, de conducir nuestras relaciones personales y sociales basándonos en principios propios. Principios a través de los cuales debemos pensar en términos de eficacia respecto a las personas, y de eficiencia respecto de las cosas.

Si asumimos roles y aspiraciones fundadas en la vanidad y el orgullo nos engañamos a nosotros mismo. La falta de moderación afecta desfavorablemente nuestros juicios. Nos veremos zarandeados por las condiciones y amenazados por las circunstancias, asimismo por las personas que hemos afectado. Entonces nos veremos obligados a luchar para defender nuestra arrogancia generando un círculo perverso. Al generar intereses antagónicos, éstos nos conducen inevitablemente a una guerra con nosotros mismos, una guerra interior que a menudo nos hace entrar en guerra con los otros.

Si nos planteamos actuar siguiendo una visión de cosechar frutos beneficiosos y duraderos, desarrollaremos un concepto más preciso de nuestra propia persona y la de los demás. Ya que decidimos dedicar nuestros talentos y recursos a fines nobles y de servicio a los demás y nosotros mismos. De esta manera, logramos una integridad personal que se irradia en nuestras relaciones.

Cuando alcanzamos nuestra integridad personal podemos decir «estoy a su servicio», pues podemos afirmar que somos dueños de nosotros mismos. Ya que nos hemos dedicado a conformar nuestro carácter y, por ende, nuestra personalidad. Por ello, la visión que tenemos de nosotros mismos afecta nuestras actitudes, comportamientos y también la visión que tenemos de las otras personas.
           
En necesario que tengamos en cuenta: ¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? ¿Cómo vemos a los demás? Según sean las respuestas a estas interrogantes, somos capaces de comprender cómo nos sentimos, como nos percibimos, cómo actuamos, qué somos para nosotros mismos, por qué somos como somos. Estas respuestas determinarán mis relaciones conmigo mismo y con los demás.   

Si uno no se conoce, no se controla, no tiene dominio de sí mismo, es muy difícil que se guste a sí mismo, excepto de una manera superficial. El respeto de sí mismo proviene del dominio que uno tiene sobre sí, de la independencia de sí y de la interdependencia sincera que uno tiene con los otros. Nuestras palabras y actos se fortalecen a través de nuestras relaciones humanas y de nuestro propio carácter personal.

El lugar para construir nuestras relaciones está dentro de nosotros mismos, en nuestro propio carácter. A medida que nos hacemos activos de nuestro propio hacer, nos orientamos por valores capaces de organizar y orientar las prioridades de nuestra vida con integridad, estamos en condiciones de optar por ser interdependientes, esto es, somos capaces de construir relaciones perdurables y productivas con otras personas.




PD. Visita en facebook: Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín

No hay comentarios:

Publicar un comentario