La meta de los individuos es en gran
medida adquirir una vida estable y serena. No obstante, muchas veces nos
olvidamos hacerlo a través del conocimiento de las causas y de las cosas que
nos afectan. Entonces intentamos vivir una vida emocional caracterizada por los
afectos alegres, que aumentan la potencia de nuestro actuar; pero no
consolidamos estos afectos en la razón apasionada que es capaz gobernar
nuestras acciones.
El
gobierno por la razón apasionada no se orienta por nociones abstractas de bien
y mal, no es una voluntad que impone una
ley racional. La razón emotiva consiste en una pragmática del pensar-hacer, un intento
para conseguir un ánimo equilibrado fundado en la propia experiencia, que asume
las adversidades y acepta el orden natural que impone límites a nuestro hacer.
Tenemos
que pensar que la vía para el gobierno de nuestras pasiones es la educación, esto
es, el conocimiento de uno mismo. Pues de ésta depende que asociemos los tipos
de sentimientos, sean de alegría o tristeza, a ciertos actos o acciones
específicas que nos advienen. Por ejemplo, que nos indignemos por la injusticia
y nos alegremos por los progresos personales o sociales que alcanzamos. O que consideremos
que una emoción es desfavorable o favorable en cuanto que impide o no lograr
una meta propuesta.
Es
fundamental entender el proceso a través el cual nos liberamos de ideas y
pasiones inadecuadas, y asumamos nuestras emociones consiguiendo con estas que
dejen de ser pasiones que nos impidan actuar o nos desvíen de nuestras metas.
Por ejemplo, desligar nuestras emociones e ideas de una causa exterior, porque
esta causa puede ser una representación producida por la imaginación, una
percepción que nos alucina y no nos damos cuenta de ello. En este sentido, nos
hacemos esclavos de una percepción errónea, de una pasión o idea equivocada que
nos provocado un actuar errado.
Ese
conocerse a uno mismo tiene como fin producir, lo que Spinoza denomina, ideas
adecuadas. A través de éstas emancipamos nuestras emociones en nuestra relación
con los otros y nos conectamos con otras formas de pensamientos. Pues, nos
relacionamos con causas adecuadas producidas desde nuestra interioridad. Lo contrario a éstas es la idea inadecuada,
en la cual nos conformamos a través de afectos no reflexivos e inadecuados.
Lo
que diferencia al sujeto que es dueño de sí del esclavo de sus pasiones, es la
capacidad para transformar las emociones que impiden su actuar en efectos que
potencian la acción. El sujeto ignorante de sus pasiones actúa movido por
apetitos desordenados, es movido por causas exteriores y no posee un verdadero
contento de ánimo de sí mismo; éste vive casi inconsciente de sí mismo y de las
cosas.
Quien
se conoce a sí mismo, por su parte, al experimentar conmociones de ánimo es
consciente de sí mismo y de las cosas que nunca dejan de ser, posee un
verdadero contento de ánimo. Se expresa en el esfuerzo por hacer lo que
celebran los individuos y no hacer lo que detestan, en esto consiste el
sentimiento humanidad. Al desear hacer lo que agrada a las personas y omitir aquello
que les desagrada.
Es
en la estrategia cooperativa de los sujetos, como proceso afectivo, donde se
forma el derecho que es propio de los individuos. Donde hacemos de la necesidad
una virtud, porque lo necesario muchas veces no depende de nosotros y es
inevitable. En el esfuerzo para vivir con alegría gobernándose a uno mismo radica
la fortaleza de las personas, más en la esperanza que en el temor, más en la
recompensa que en el castigo. Por ello, debemos perseverar en no ver disminuido
el poder que tenemos sobre nosotros mismos, pues éste nos proporciona el estar
contentos con nosotros mismos, y la alegría y el bienestar para seguir
viviendo.
Al
considerar sólo la fuerza de las pasiones y el poder motivador del
comportamiento que éstas poseen, se anula la posibilidad de la reflexión, ya
que tendemos a un extremismo emotivista sin más; que coloca todo hacer y toda
causalidad en las emociones, e incluso hace inconmensurable los hechos y el
pensar. Es mí pensar lo que relaciona el hielo con el frío, y esta relación es
una inducción, una repetición de actos similares, lo que hace que se establezca
la costumbre.
En
nuestros intercambios personales, sociales la relación causa-efecto no procede
de la razón, sino de la costumbre. La razón, en este caso, es inactiva, no sirve
para motivar nuestro comportamiento. La
función de nuestra facultad racional, entre otras cosas, está en descubrir la
verdad y falsedad de los juicios empíricos, pero no de los valorativos que no
son ni verdaderos ni falsos, sino sólo juicios de valor. Que en muchos casos
son causas de discusiones estériles y de enemistades, al no saber distinguir un
juicio empírico de un juicio valorativo, o de querer dar cuenta con la razón de
un juicio valorativo.
El
juicio valorativo califica un hecho, un algo con una aprobación o
desaprobación, es malo, no me gusta… Tales adjetivos no están intrínsecamente
asociados a la idea de la que hablamos, ni se encuentra en la realidad, proceden
de nuestra manera de valorarla. Por ello, la relación de una persona con otra
sí merece un juicio moral, porque estamos unidos por sentimientos de simpatía, por
el cual sufrimos con el que sufre y nos alegramos con el que está alegre; y es
en este sentimiento donde encontramos la aprobación o desaprobación en uno
mismo y en los otros. Por este sentimiento es que tenemos moralidad.
PD.
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