miércoles, 9 de julio de 2014

LAS EMOCIONES QUE NACEN DE LA RAZÓN, LA RAZÓN APASIONADA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La meta de los individuos es en gran medida adquirir una vida estable y serena. No obstante, muchas veces nos olvidamos hacerlo a través del conocimiento de las causas y de las cosas que nos afectan. Entonces intentamos vivir una vida emocional caracterizada por los afectos alegres, que aumentan la potencia de nuestro actuar; pero no consolidamos estos afectos en la razón apasionada que es capaz gobernar nuestras acciones.

            El gobierno por la razón apasionada no se orienta por nociones abstractas de bien y  mal, no es una voluntad que impone una ley racional. La razón emotiva consiste en una pragmática del pensar-hacer, un intento para conseguir un ánimo equilibrado fundado en la propia experiencia, que asume las adversidades y acepta el orden natural que impone límites a nuestro hacer.

            Tenemos que pensar que la vía para el gobierno de nuestras pasiones es la educación, esto es, el conocimiento de uno mismo. Pues de ésta depende que asociemos los tipos de sentimientos, sean de alegría o tristeza, a ciertos actos o acciones específicas que nos advienen. Por ejemplo, que nos indignemos por la injusticia y nos alegremos por los progresos personales o sociales que alcanzamos. O que consideremos que una emoción es desfavorable o favorable en cuanto que impide o no lograr una meta propuesta.

            Es fundamental entender el proceso a través el cual nos liberamos de ideas y pasiones inadecuadas, y asumamos nuestras emociones consiguiendo con estas que dejen de ser pasiones que nos impidan actuar o nos desvíen de nuestras metas. Por ejemplo, desligar nuestras emociones e ideas de una causa exterior, porque esta causa puede ser una representación producida por la imaginación, una percepción que nos alucina y no nos damos cuenta de ello. En este sentido, nos hacemos esclavos de una percepción errónea, de una pasión o idea equivocada que nos provocado un actuar errado.  

            Ese conocerse a uno mismo tiene como fin producir, lo que Spinoza denomina, ideas adecuadas. A través de éstas emancipamos nuestras emociones en nuestra relación con los otros y nos conectamos con otras formas de pensamientos. Pues, nos relacionamos con causas adecuadas producidas desde nuestra interioridad.  Lo contrario a éstas es la idea inadecuada, en la cual nos conformamos a través de afectos no reflexivos e inadecuados.

            Lo que diferencia al sujeto que es dueño de sí del esclavo de sus pasiones, es la capacidad para transformar las emociones que impiden su actuar en efectos que potencian la acción. El sujeto ignorante de sus pasiones actúa movido por apetitos desordenados, es movido por causas exteriores y no posee un verdadero contento de ánimo de sí mismo; éste vive casi inconsciente de sí mismo y de las cosas.

            Quien se conoce a sí mismo, por su parte, al experimentar conmociones de ánimo es consciente de sí mismo y de las cosas que nunca dejan de ser, posee un verdadero contento de ánimo. Se expresa en el esfuerzo por hacer lo que celebran los individuos y no hacer lo que detestan, en esto consiste el sentimiento humanidad. Al desear hacer lo que agrada a las personas y omitir aquello que les desagrada. 
           
            Es en la estrategia cooperativa de los sujetos, como proceso afectivo, donde se forma el derecho que es propio de los individuos. Donde hacemos de la necesidad una virtud, porque lo necesario muchas veces no depende de nosotros y es inevitable. En el esfuerzo para vivir con alegría gobernándose a uno mismo radica la fortaleza de las personas, más en la esperanza que en el temor, más en la recompensa que en el castigo. Por ello, debemos perseverar en no ver disminuido el poder que tenemos sobre nosotros mismos, pues éste nos proporciona el estar contentos con nosotros mismos, y la alegría y el bienestar para seguir viviendo.

            Al considerar sólo la fuerza de las pasiones y el poder motivador del comportamiento que éstas poseen, se anula la posibilidad de la reflexión, ya que tendemos a un extremismo emotivista sin más; que coloca todo hacer y toda causalidad en las emociones, e incluso hace inconmensurable los hechos y el pensar. Es mí pensar lo que relaciona el hielo con el frío, y esta relación es una inducción, una repetición de actos similares, lo que hace que se establezca la costumbre.

            En nuestros intercambios personales, sociales la relación causa-efecto no procede de la razón, sino de la costumbre. La razón, en este caso, es inactiva, no sirve para motivar nuestro comportamiento.  La función de nuestra facultad racional, entre otras cosas, está en descubrir la verdad y falsedad de los juicios empíricos, pero no de los valorativos que no son ni verdaderos ni falsos, sino sólo juicios de valor. Que en muchos casos son causas de discusiones estériles y de enemistades, al no saber distinguir un juicio empírico de un juicio valorativo, o de querer dar cuenta con la razón de un juicio valorativo.

            El juicio valorativo califica un hecho, un algo con una aprobación o desaprobación, es malo, no me gusta… Tales adjetivos no están intrínsecamente asociados a la idea de la que hablamos, ni se encuentra en la realidad, proceden de nuestra manera de valorarla. Por ello, la relación de una persona con otra sí merece un juicio moral, porque estamos unidos por sentimientos de simpatía, por el cual sufrimos con el que sufre y nos alegramos con el que está alegre; y es en este sentimiento donde encontramos la aprobación o desaprobación en uno mismo y en los otros. Por este sentimiento es que tenemos moralidad.



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