Las pasiones
se lidian con pasiones, no con razones. Las mismas emociones son las encargadas de
sustituir a las pasiones y a los afectos inconvenientes para el bienestar
de nuestras vidas. En esto buscamos lo Hirschman llama la «pasión compensatoria», que es más persuasiva
que represiva. Que buscan movilizar nuestro comportamiento para que éste no se
resienta en función del bien de todos.
Nuestras
emociones, en la conformación de relaciones interpersonales, deben ser vistas
desde la importancia del valor del interés, como móvil de conducta. De aquí la
importancia de las emociones compensatorias, pues se trata de discriminar entre
las pasiones; se trata de utilizar un conjunto de emociones inocuas para
compensar otro conjunto más peligroso y destructivo. Tratamos a través de una
pasión que no puede ser reprimida ni suprimida, de abordar nuestras relaciones
por medio de una emoción contraria y más fuerte que la que ha de ser reprimida.
Por ejemplo, tratamos de sustituir la tristeza por alegría, miedo por
confianza…
Como señala D’Holbach: las emociones son los
contrapesos de las emociones. Por ello no
es posible intentar destruir las pasiones; sino tratar de dirigirlas, de compensar
las que son dañinas con las que son útiles para nuestros fines. Nuestro hacer es en gran
medida afectivo y sentimental; pues nos movemos y actuamos en una dimensión
emocional. La pregunta es ¿por qué no aprovechamos esta dimensión?
A través de
nuestras emociones accionamos y reaccionamos ante la realidad, ante nuestro
entorno; el cual, a su vez, provoca otras pasiones y modos de accionar ante él. Nuestro entorno, esto es, el lugar donde vivimos, trabajamos,
estudiamos… puede aumentar o disminuir el deseo de hacer cosas, puede suavizar aristas de la
vida en común o hacerlas más hirientes.
Los nombres de estas emociones no son
inocentes ni neutros. El miedo, la ira, la alegría, la tristeza, la compasión,
la confianza o la vergüenza son palabras que connotan
algo que, en principio, nos afecta favorable o desfavorablemente. Emociones que
son pertinentes o no en función de un propósito que nos hemos planteado, en lo
personal o en lo social. Pues las emociones en sí mismas no son mejores o
peores, buenas o malas, positivas o negativas; le damos significados en función
de una meta, de un propósito. En este sentido, podemos hablar de emociones adecuadas o inadecuadas, favorables o desfavorables.
Nos
cuestionamos cómo vivimos, según estemos afectados por nuestras emociones. Podemos escoger entre
diversas formas de vida. No obstante, no todas las
pasiones son igualmente adecuadas para cumplir tal elección, ni para perseverar
en el ser que deseo ser ni para desear ser con más intensidad.
Si de algún
modo y dentro de nuestros límites somos dueños de nuestra vida, debemos ser capaces de dar forma y
sentido a nuestros sentimientos para no olvidarnos de nuestros cometidos, para
poder florecer como sujetos. Una emoción es buena si
responde o se dirige a algo que consideramos bueno, esto es, si se dirige o responde a algo que
hemos relacionado con nuestro florecimiento como ser o seres humanos. Por otra
parte, a las emociones les damos significados tanto en el ámbito individual
como en el social. No siempre estos ámbitos están acordes.
Abordemos, por ejemplo, el sentimiento de
vergüenza, el mismo está relacionado con el sentido moral. La vergüenza se
deriva de la caída de la imagen que uno tiene de sí mismo, de la pérdida de
reputación, del descrédito ante alguien o ante la sociedad. El sentimiento de
vergüenza se da porque hay un alguien que nos mira y nos juzga. Y este alguien
nos importa porque lo admiramos o porque representa el peso y la presión de todo
nuestro entorno social.
No nos formamos una imagen de nosotros
mismos al margen de los demás, nuestra imagen está relacionada con los otros,
aun cuando digamos que los demás no nos importan. Los otros son el espejo ajeno
en el cual uno se contempla y deduce cómo es. Nuestra propia imagen depende y
está precedida por las imágenes y las opiniones que los otros tengan de uno.
Nuestra imagen se forma, en principio, a partir de creencias y normas que
indican cómo debemos ser. Luego podremos reconstruir nuestra imagen, pero
partimos de un fundamento ya previamente elaborado.
Uno comienza reconociéndose a sí mismo en la mirada del otro; y, particularmente,
en la mirada de aquellos a quien más aprecia y estima. Por ello, se reconoce,
asimismo, en la aceptación o la reprobación social, de acá tantos conflictos
emocionales que arrastramos. Estos criterios de reconocimiento se asientan en
nuestras emociones, nuestra personalidad; en nuestro sentimiento de vergüenza.
Cuanto más homogéneos son los criterios
morales sobre la buena educación o el comportamiento correcto, cuanto más
cerrada esté la comunidad sobre sí misma y en torno a sus creencias más sentirá
el individuo el sentimiento de vergüenza al mínimo desvío de su conducta, de su
forma de ser, de su forma de pensar. Por el contrario, una comunidad relajada y
abierta en sus costumbres, e incluso indiferente a las distintas formas de aparecer y de hacer de cada quien
contribuye a que el sentimiento de vergüenza se desvanezca e incluso acabe por
desaparecer. En este caso, podría dar cabida a la desvergüenza como forma
social de vida.
De allí que sea necesario el desarrollo de
una figura interna, de una conciencia propia que despliegue en el individuo sus
propias críticas, para aprobar o desaprobar su propia conducta, para hacer
crítica su mirada sobre la sociedad en que habita. De encontrar un término
medio, diría Aristóteles, entre la desvergüenza y el sentimiento de vergüenza.
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Asesoría Filosófica Obed Delfín
eMOCION = pasión ? desde cuando
ResponderEliminares esto una confrontación de pasiones?
o sustitución
es posible switchear?
puedo ser libre de mentir o decir la verdad
puedo ser libre de matar o dar vida
en final sere preso de mi elección?
miedo, ira, alegría, tristeza, compasión, confianza o vergüenza
puedo ser indiferente a los extremos ni alegre ni triste?