Con vista a la
búsqueda de la felicidad tanto individual como colectiva, las emociones que están en juego
o serán favorables a mi persona y a la colectividad que pertenezco o serán perjudiciales. Las primeras,
contribuirán a acrecentar el bienestar, la justicia o cualquiera de los valores
morales que me constituyen. Las segundas, a disminuirlos en detrimento mi ser
como sujeto y del entorno en que me desenvuelvo y me constituye.
Los deberes
cívicos, ese conjunto
de obligaciones que comprometen al individuo con lo público, me hacen,
en tanto individuo que soy, un ser interesado por mí mismo y los otros, esto
es, me hacen una persona dotada de civilidad. ¿Qué tanta civilidad se da como
oportunidad de lo posible? Dependerá del tipo de emociones que en lo individual
y lo colectivo se lleven a cabo.
Hay que observar,
¿cuáles emociones son apropiadas? y ¿por qué lo son para que el compromiso de
lo individual con lo público se produzca, se mantenga y no perezca? Al defender
las emociones como parte de la vida ética no se incurre en un mero sentimentalismo
o en un moralismo flojo y sin fundamento. Consiste, por el contrario, en poner de manifiesto la
importancia ética de tener emociones apropiadas, en el grado apropiado y en las situaciones apropiadas, como señalaría el Estagirita.
Para co-gobernar
con las emociones es necesario analizar éstas, y decidir la conveniencia de las
mismas para desarrollar una personalidad que tenga en cuenta los principios y
los valores éticos. Pues, no es suficiente el hecho emotivo focalizado sólo en
un conjunto de manifestaciones corporales de las que la persona toma
conciencia.
Es importante
saber el significado de las emociones y el lugar que éstas ocupan en mi
conciencia. Hay que entender que mis emociones son una forma de aprehender el
mundo y un modo de transformación de éste, tal como lo indica Sartre. Ya que, al
no ser totalmente consciente de lo que hago cambio la perspectiva, sin
orientación, para ver las cosas de otra manera.
El mundo se
transforma a los ojos del sujeto que soy, porque la emoción altera mi
percepción del mundo, la emoción no es un accidente, señala Sartre, sino un
modo de existencia, una de las formas en el sujeto comprende su
Ser-en-el-mundo. Yo, al ser una conciencia reflexiva puedo dirigirme hacia la
emoción e interpreta, desde mi reflexión, lo que está ocurriendo en el mundo.
Las emociones son esa expresión del verme necesitado, de mi falta de
autosuficiencia, como señala Nussbaum; de allí parte mi interpretación del
mundo.
Las emociones,
por una parte, forman parte de mi historia individual, de mi persona; por otra,
hay emociones universales propias de la condición humana. Ambas conforman mi
forma de enjuiciar o valorar al mundo, al tiempo que lo percibido. Si, por una
parte, no soy
dueño de la mera percepción de la realidad que se me impone y no controlo,
causa de tanta excusas; por el contrario, sí soy dueño del argumento, de la proposición,
de juicio que acompaña a esta mi percepción. En este
sentido, tengo que
aprender a conformar, a constituir y transformar las proposiciones inconvenientes
que realizo.
Es a través de
estos argumentos, conformados por las emociones, que muestro la vulnerabilidad o
fortaleza del ser humano que soy. Las cosas que me afectan, en
muchos casos, escapan a mi control y por esto me afectan desfavorablemente;
porque temo perder lo que quería y he conseguido, porque echo de menos lo que ha desaparecido, porque me asusta lo que no
conozco. Por el contrario, las emociones favorables me afirman en el sujeto que
soy y en mi interpretación del mundo.
Las emociones favorables o desfavorables ponen
de manifiesto mi forma de ver el mundo. De aquí que es conveniente tomar conciencia de que es posible actuar sobre las
emociones, lo que no quiere decir del control de éstas al extremo de lo exigido
por los estoicos. Pues, un ser sin emociones, porque las ha conjurado y se ha librado de éstas,
no es un ser humano.
La vulnerabilidad me constituye como
sujeto de un modo esencial, es imposible entonces que yo deje de sentir, de temer o de compadecerme. El interés por las
emociones en el comportamiento humano da relieve a esa vulnerabilidad que me
constituye y nos constituye. Al aprender a emocionarme, mi yo se llena de
sentidos y contenidos que, desde una valoración ética, serán apropiados o
inapropiados. El
reconocimiento de esta vulnerabilidad es lo que me hace un ser social. De allí el papel relevante de las emociones en el pensamiento moral.
Nuestra
vulnerabilidad aparece, a la vez, como un problema y como una oportunidad para
la ética. Es un
problema, por una parte, en la medida en que no controlamos las emociones y
éstas nos sobrevienen, ante ellas somos pasivos. Por otra parte, es una
oportunidad si podemos reflexionar sobre las emociones y redirigirlas cambiando
voluntariamente nuestra forma de ver las cosas, esto
es, de interpretar el mundo.
La filosofía,
en este sentido, ha insistido en la capacidad de actuar sobre las emociones y
ponerlas al servicio de causas racionales, de convertirlas en actividad
creativa emocionante. Hacerlas parte indisoluble del reino del sujeto y de su
mundo.
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