viernes, 14 de febrero de 2014

DE LA VIDA COTIDIANA AL YO INACCESIBLE: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

¿Qué es lo que está entre el sujeto que soy y el saber de mí mismo? La filosofía, como guía para todos los individuos, en cuanto se refiere a las cosas que convienen a nuestra propia naturaleza. Esto es, el conjunto de principios y prácticas con las cuales puedo contar y están a la disposición de los demás, para ocuparme adecuadamente del cuidado de mí mismo y del cuidado de los otros.

En esta filosofía integrada a la vida cotidiana y a los problemas de los individuos, el filósofo tiene el papel de consejero de la existencia. Cuanta más necesidad tengo en esta práctica del cuidado de mí mismo de un consejero para mí, más necesidad tengo de recurrir al otro para buscar su asistencia. Más se afirma entonces la necesidad de la filosofía.

En esta necesidad de buscar la asistencia del otro, se amplía la función propiamente filosófica del filósofo, éste aparece como un consejero de la existencia capaz de proporcionar una mayéutica y consejos circunstanciales respecto a la vida privada, a los comportamientos familiares y sobre los haceres ciudadanos. La filosofía y los filósofos se van integrando en el modo de ser cotidiano, el cual nunca debieron abandonar.

La práctica de la filosofía se convierte entonces en una práctica social. Que incluye a individuos que no pertenecen, en sentido estricto, al oficio propio del filósofo. Pues es necesario practicar, difundir, desarrollar la práctica de uno mismo fuera del marco de la institución filosófica, y convertir esta práctica filosófica en una relación entre iguales.

 Transformar la práctica filosófica en una formación, un desarrollo, un fundamento para el individuo, transformarla en una relación conmigo mismo y con el otro en la cual va a encontrar su punto de apoyo, su mediación, en un otro que ha de poseer nociones filosóficas indispensables.

En este sentido, la práctica de mí mismo entra en interacción con mi hacer social, esta relación para conmigo mismo se ramifica en las relaciones con el otro. Al conocimiento de mí mismo como forma del cuidado de mí mismo lo acompaña el conocimiento de mi mismo que me conduce a la catarsis.

El conocimiento de mí mismo es un aspecto del imperativo fundamental y general del ocúpate de ti mismo. En este sentido, al ocuparme de mí mismo me voy convirtiendo en alguien capaz de ocuparse de los otros; ya que se da una relación entre ocuparme de mi mismo y ocuparme de los otros. Me ocupo de mi mismo para poder ocuparme de los otros. Existe indudablemente una relación de reciprocidad.

En esta reciprocidad se constituye el bienestar de la ciudad, su recompensa y su garantía. Me salvo en la medida en que la ciudad se salva; en esta reciprocidad se despliega toda la posibilidad con el otro, que es una implicación esencial.

En este ocuparme de mí mismo descubro lo que soy, lo que sé, lo que pretendo; esto es, descubro, a la vez, mi ser y mi saber. Develo lo que soy y lo que he contemplado a través de la reflexión, práctico la catarsis.

No obstante, la separación entre el cuidado de mi mismo y el cuidado de los otros ya se ha dado holgadamente. El yo mismo se ha convertido en el objetivo definitivo y único de la preocupación de mi mismo. Que ha llevado a una absolutización del yo mismo en tanto que objeto de toda preocupación. También nos encontramos ante la auto-finalidad del yo para-consigo-mismo, en una práctica que es la mera preocupación por mí mismo.

Esta práctica no puede ser considerada como una apertura a la preocupación por los otros. Pues es una actividad que sólo está centrada en mi yo, es una actividad que sólo encuentra su realización y su satisfacción en el yo mismo, en la auto-actividad que ejerzo sobre mí.

Sólo me preocupo de-mí-para-mí-mismo, y en esta preocupación por mi mismo es donde encuentro mi propia recompensa. En el cuidado de mi mismo soy mi propio objeto de cuidado, soy mi propio fin. Estamos en la absolutización del uno mismo como objeto de preocupación y también una auto-finalidad. Primero yo, segundo yo, tercero yo… uno mismo con uno mismo, en la absoluta pureza.

Entre el hacer de mi existencia y el hacer de mi mismo se produce una auto-identificación; yo=yo. ¿Cómo sabe el yo cómo se debe de vivir?  ¿Cómo hace el yo en lo que debe ser? ¿Cómo soy yo sin los otros?  Se ha producido entonces una cultura jerarquizada del yo-mismo, del yo universal, del yo inaccesible. Yo soy yo, dijo el dios.


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