jueves, 20 de febrero de 2014

MI VIDA Y MI CUERPO ESOS DESCONOCIDOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La vida, esa desconocida en que existo, para comunicarse conmigo utiliza las experiencias que tienen sentido para mí. Así cuando quiero saber algo la vida me lo dice, aunque muchas veces no comprenda su mensaje. En esto radica la gracia de la vida, que siempre me está diciendo algo. Me habla a través de las experiencias que he vivido; utiliza, en particular, la metáfora de alguna experiencia anterior para indicarme algo de esto que ahora vivo.

Mis experiencias son el lenguaje establecido que permite enterarme de asuntos nuevos; si deseo mirar con atención dentro de mí o el entorno que hábito debo ver y comprender ese lenguaje que está allí diciendo algo. De este modo, la vida me habla en términos que yo puedo entender. Todas mis vivencias, mis ideas, mis símbolos, todo lo que para mí tiene sentido constituye parte de ese lenguaje que se da entre los dos. A través de éste voy recibiendo cierta información que en la mayoría de los casos es acertada. Lo que ocurre es que no siempre sé cómo leer ese lenguaje, no siempre sé lo que eso significa, ni qué sentido tiene.

Si quiero entender los mensajes de la vida me va dando debo tener tiempo para poder llevar a cabo las lecturas que van apareciendo, es decir, he de prestar atención a mí vida, debo dejar de ser descuidado con ésta. Pues la vida, como señala Rolf, comienza hablándome en voz baja y cariñosa, sino atiendo en el escuchar o no entiendo, o no quiero escuchar, entonces ella me habla más alto hasta llegar a gritarme. Esta experiencia del grito, que he provocado por no prestar atención o no ser receptivo a sus mensajes, es la dolencia.

El propósito fundamental de la vida es dar, lo más importante que puedo tener ante este propósito es mi atención y actitud reflexiva y creativa. El desafío es doble, por una parte, consiste en utilizar mi imaginación creativa de forma consciente y generosa. Por otra, es organizar la calidad y cantidad de mi tiempo y de mi vida, esto significa que siempre tengo algo que aportar a mí y a los otros, y tal aportación la debo hacer con placer y entusiasmo.

Si dejo pasar inadvertidos los mensajes que mi vida me da a cada momento no estaré al tanto de aquel compromiso con la vida, ni del desafío que tengo en ella. De todos esos mensajes, hay un reducido grupo a los que les prestamos más atención, por lo general son los que corresponden a mi cuerpo; aunque la mayoría de las veces no es una atención consciente.

Cada parte de mi cuerpo, porque soy cuerpo, representa un área de mi vida. Dentro de este contexto simbólico, cada parte de este cuerpo que soy intenta dirigir mi atención hacia alguna área de mi vida. Mi sistema de asentimientos es el resultado de las opiniones que he generado a partir de mis experiencias, algunos de estos asentimientos me han sido impuestos, otros los tengo por mera costumbre. No obstante, es necesario que conforme mis propios asentimientos a través de mi percepción sobre la sucesión de acontecimientos que vivo.

Mis asentimientos son mis construcciones, de allí que vea el mundo a partir de éstos, y veo lo que espero ver, pues no puedo escapar de éstos. Llevo puestos sin asentimientos, con ellos y a través de ellos constituyo mi realidad, mi vida. Esta mirada con la cual leo mi vida la construyo a través de mis adhesiones, estoy constituido por redes de consentimientos, de verdades.

Ahora bien, estos asentimientos, que me conforman, los puedo cambiar por opción o por compromiso; puedo cambiarlos por mi voluntad, por mi capacidad reflexiva y emotiva. La forma más rápida y efectiva de cambiar un asentimiento es cuando me doy cuenta que estoy equivocado, me doy cuenta que ese asentimiento, esa verdad no es tal o no funciona como yo creía. Examinar y producir cambios de mis asentimientos es también parte de mi naturaleza como sujeto.

En algunos casos, puedo tardar años en cambiar mismas adhesiones, mis creencias u opiniones o, tal vez, no cambiarlas nunca. Pero está la posibilidad que sí. Lo cierto es que soy yo quien le da forma a mi propia realidad física y emotiva, según el poder con que asuma mi propia vida.

Cuando observo las distintas áreas que constituyen mi vida, mis experiencias y mis verdades con el uso de mi intuición, de mi reflexión, de mi emotividad me doy cuenta, por ejemplo, que un acontecimiento que se presenta o presentaba como agradable o desagradable está realmente conformado por el sentido que le doy o le he dado a mi vida. En estos sentidos que doy a las cosas radica la cuestión en la cual me apoyo o no para conducir mi vida.

Lo que llamo cargas en mi vida, son aquellas cosas que me han pasado y que considero desagradables, hechos que me han dejado marcas porque creo que lo hice mal, que me equivoque, que todavía no llego a comprender por qué ocurrió tal cosa. Estas cargas, muchas veces, me hacen sentir triste y decaído, me impiden vivir el aquí y el ahora, pues me ancla en el pasado haciéndome infeliz y me nubla el futuro. Todo lo contrario son los triunfos; pero muchas veces prefiero vivir a través de las cargas de mi vida, en una autocomplacencia de la tristeza que me aleja día a día de la felicidad.


Para darle sentido a mi vida, debo ir descubriendo reflexiva y emotivamente cómo una a una de todas estas cosas que me ocurren en el aquí y el ahora se relacionan con el propósito de mi vida; cuáles tienen sentido y cuáles no, cuáles encajan y de qué modo en el contexto en que me he planteado para vivir y ser. Y ahora me pregunto: ¿Cuál es el propósito de mi vida? 

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