Una expresión,
ya común, en el ámbito organizacional y gerencial es que «la gente no se
resiste al cambio, sino que se resiste a ser cambiada». De allí que cuando se
desea realizar un cambio personal, organizacional o empresarial siempre
existirá una resistencia al cambio. Tal resistencia es normal, y es esperada
por quienes deben
equilibrar las relaciones entre generar cambios y asimilar los cambios surgidos
desde los mandos gerenciales. Pues deben contribuir a que los grupos o equipos de trabajo asimilen las nuevas ideas.
La
resistencia, en términos generales, es cualquier fuerza que retarda, detiene o
deforma una acción que tiende a variar o paralizar la forma de un sistema. La resistencia no es,
necesariamente, una fuerza excluyente ni negadora.
La resistencia es
una tendencia que busca equilibrar fuerzas emotivas y racionales en un nuevo
sistema social dado, sea éste el resultado de un
proceso planificado o espontáneo.
Las personas
se resisten por un propósito, pues tienen una voluntad. Si alguien acepta todo
lo que viene del exterior sin oponer resistencia se estaría comportando como un
ser sin voluntad, como algo que puede ser moldeable libremente. La resistencia,
entonces, es parte de la personalidad. En este sentido es una actitud
generadora. Lo que no se espera es que siempre quiera permanecer como sí misma,
como negación de todo lo otro, esto es, del cambio que por naturaleza también
le pertenece.
La persona que quiere
impulsar un cambio y aquella que plantea que no es apropiado están ligadas bajo
un mismo denominador común: el instinto de
conservación. Por
una parte, muchas personas consideran que el sacrificio personal y social en el
proceso de cambio es superior a los resultados que se pudieren obtener de él; de
ser cierto esto sería un sacrificio, sin embargo si los resultados son
superiores sería una inversión beneficiosa, no hay tal sacrificio. Por otra
parte, muchas personas piensan que el nuevo orden quebrantará algún principio
de privilegio que hayan obtenido; esta será una
postura egoísta de conservación de lo que se ha alcanzado condicionada por la
conservación.
La resistencia
es parte inevitable y natural ante todo cambio que no proviene de mi mismo. Tal
resistencia está
enraizada en mi parte afectiva, en la estructura de mi carácter, que ha sido
moldeada por todas las circunstancias sociales y culturales; de modo tal a las
primeras de cambio siento la necesidad de hacer lo
que tengo que hacer a partir de aquellas condicionantes que me constituyen.
Como toda
sociedad y todo individuo son mutables es necesario determinar que fuerzas son
requeridas para encontrar un equilibrio, que sea lo suficientemente elástico
para construir, dentro del proceso de cambio, un estado productivo de tensión.
Tales fuerzas de
cambios pueden provenir, por una parte, desde el ámbito externo o cambios en el
modelo social; por la otra, desde el ámbito interno de la organización, de la
persona, de la empresa. Si en una organización o empresa, las ideas de cambios
son sólo generadas desde el contexto exterior el
compromiso de las personas involucradas será relativo, y el aprendizaje
carecerá de desarrollo e imaginación.
La resistencia
es una fuerza imperativa, ya hemos percibido. Así cuando una organización o una persona enfrenta
un proceso de cambio con el sólo propósito de utilizar recursos y procesos, pero
no define ni obtiene resultados relevantes, los estímulos para el cambio
pierden efectividad y la credibilidad disminuye. En este caso, la resistencia se da como una fuerza restrictiva. Por el
contrario, cuando en un proceso de cambio se plantean propósitos, se definen
resultados y se obtienen, entonces se adquiere efectividad y credibilidad, la
resistencia, en este caso, actúa como una fuerza propulsora.
Cada
organización, cada empresa y cada individuo convierten sus ideas y pensamientos
en modos perennes, no susceptibles a cuestionamientos, es lo natural. Toda vida
está constituida por asentimientos básicos, que se terminan constituyendo en
creencias; y asentadas sobre tales creencias esta el mundo que aparece como una
interpretación dada, una idea que se tiene sobre el mundo y sobre mis mismas
ideas.
Cuando esta interpretación del mundo es inamovible, cuando está cosificada la posibilidad de generar o
adoptar cambios se hace difícil, lo que provoca un antagonismo irreversible. Para
que los procesos de cambio tengan sentido y la resistencia sea una fuerza
propulsora, es necesario pensar en el tipo de interpretación que tengo del
mundo y de mi mismo, para que los cambios puedan llevarse adelante debo
concebir éstos como criterio de hacer general, y no de excepción. Es decir, el cambio debe concebirse
como algo incito en la naturaleza de la persona, de la empresa u organización.
El cambio debe operar en forma permanente
en las organizaciones, en forma discreta sería recomendable, con interrupciones
en los cambios, de forma intencional, para permitir a
las personas en estos espacios de aparente interrupción reflexionar para
aprender. Si el
proceso de cambio es metódico y analítico, sin detrimento de las intuiciones,
éste será continuo y esperado y, en algunos casos, será tal cambio será demandado
por las mismas personas que ya se han habituado a tales cambios.
Si el cambio,
por el contrario, se plantea como un hecho aislado, no planificados sólo
servirá para condicionar un ambiente de hipocresía colectiva, de actitudes
negadoras, la resistencia actuará como una fuerza restrictiva. Fomentará actitudes que mostrarán que el tiempo y los esfuerzos dirigidos hacia los resultados
fracasarán. Lo
peor de tal situación no es el fracaso, sino su justificación. Allí radicará el
triunfo de la resistencia restrictiva.
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