sábado, 1 de febrero de 2014

YO, ESE SUJETO DE CARNE Y HUESO QUE SOY: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Lo que no me es extraño, por rutina en esta vida, es ese de sujeto de carne y hueso que soy; que una vez nació, que sufre, que tarde o temprano morirá —sobre todo que un día cualquiera morirá—, ese que come, que bebe, juega, duerme, piensa y quiere; ese sujeto que veo y que oigo. Ese yo, ese sujeto es el verdadero humano, no otro.

Ese sujeto de carne y hueso; yo, tú, ella, aquel u aquella otra de más allá. Somos este hombre, esta mujer concreta de carne y hueso; somos el sujeto, y a la vez, el objeto de toda filosofía de los asuntos humanos, se quiera o no.

La filosofía de los asuntos humanos responde a la necesidad de formarnos una concepción del mundo y de la vida; como consecuencia de esta concepción, se engendra en  nosotros un sentimiento, una actitud, una acción. No obstante, aquel sentimiento, antes de ser consecuencia de esa concepción, es causa de ella.

Nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma. Y ésta como todo lo que es afectivo tiene múltiples raíces conscientes, subconscientes, inconscientes, sociales, a saber. De allí, que no son nuestras ideas las que nos hacen optimistas o pesimistas; es nuestro optimismo o nuestro pesimismo, de origen filosófico o patológico, el que hace nuestras ideas.

El hombre se decía es un animal racional; ahora que es un animal del habla, del logos. Pero el hombre, sí ese yo que soy, es un animal afectivo y sentimental. Además, de todo lo anterior. Y lo que nos une y nos diferencia de los otros es ese sentimiento, esa razón, ese hablar. Por eso, el problema vital que más profundo nos atañe a nosotros mismos siga siendo el problema del alma. Y en particular su inmortalidad; no nos resignamos a morir del todo, ni a quienes queremos.

Si somos ese conjunto de cosas que antes he señalado, entonces esa nuestra realidad es irracional, y es mi razón la que se construye sobre mis irracionalidades. Mi esencia, y la de cada otro hombre y mujer, es el conato, el esfuerzo que me pone en seguir siendo hombre o mujer; y este nuestro anhelo de vivir es nuestra esencia actual.

Lo que me determina como sujeto, lo que me hace un hombre particular y no otro, es un principio de unidad y un principio de continuidad. Un principio de unidad en el espacio-tiempo en el cual mi cuerpo se da, luego en la acción y en el propósito. Cuando camino mis pies van hacia adelante. En cada momento de mi vida tengo un propósito, y a éste contribuye la sinergia de mis acciones. Aunque pueda, en un momento dado, cambiar de propósito.

Y en cierto sentido, soy más yo, más sujeto de mí mismo, cuanta más unitaria sea mi propia acción. Aunque en mi vida sólo persiga un solo propósito. El que hoy soy proviene, por ser un continuo estado de conciencia, del que era en mi cuerpo hace veinte años o más, depende cuan larga sea mi vida.

Cada cual defiende su personalidad, la haya construido o no; y sólo acepta un cambio en su modo de pensar o de sentir en cuanto este cambio puede entrar y encajar en la unidad y la continuidad que él es. En cuanto este cambio puede armonizarse e integrarse con todo el resto de mi modo de ser, de pensar y sentir es aceptado como admisible. Por el contrario, todo lo que en mí conspira a romper mi unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme y a destruirme. Así el mundo lo hago para mi conciencia, para cada conciencia.

Al afirmar la mujer o el hombre su yo, su conciencia personal afirma al sujeto concreto y real que es. Al afirmarse se afirma la conciencia. Porque la única conciencia de que tenemos conciencia de ser un sujeto. No estoy hablando de una conciencia desventurado, ese es otro asunto.

En esta mezcla que somos sólo vivimos de y en contradicciones, y por éstas la vida es tragedia, y la tragedia es perpetúa lucha sin victoria ni esperanza; sencillamente es contradicción. Se trata de un valor afectivo, y contra los valores afectivos no valen razones. Porque las razones no son nada más que razones, esto es, ni siquiera son verdades.

Lo más santo de la vida es que ésta es el lugar común en el cual se llora. Y como hemos llorado en común, algo nos une irremediablemente. Diría Unamuno, nos une el sentimiento trágico de la vida.


En nuestra vida llevamos toda una concepción de la vida misma y del universo, toda una filosofía más o menos formulada, más o menos consciente. Este sentimiento, esta concepción la tienen los sujetos individuales y los pueblos enteros. Y este sentimiento la determinan las ideas y las ideas son determinadas por este sentimiento.

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