La filosofía
se ha referido a las pasiones, a los sentimientos, a los afecto y en todos estos casos, el
término ha evocado algo que el individuo padece, que le sobreviene, que le
afecta y que no depende de él. Esta ha sido la tradición filosófica al
respecto. En esta tradición, el interés de la
filosofía por las emociones, los sentimientos o las pasiones se ha dado desde
el punto de vista de la relación que éstas puedan tener con la razón.
La tradición
filosófica ha contrapuesto la racionalidad al sentimiento, por lo que ha da
preeminencia a la facultad racional sobre la facultad desiderativa de la que
nacen mis pasiones, mis afectos o mis emociones.
La tradición
ha cambiado y en el presente se atribuye a las emociones una función normativa
proactiva, la cual le era atribuida a la razón. Ahora, las emociones son
concebidas no como algo que me ocurre, que padezco, sino como algo que yo hago.
El énfasis
actualmente en las emociones pretende revertir o cuando menos minimizar la
tendencia racionalista que es simplista y falsa. Sin embargo, esta tendencia encarna un peligro,
por una parte el de despreciar la función de la razón, por otra quedarse en el nivel más superficial de lo emotivo.
La ética no
puede prescindir de la parte emotiva, porque entre sus tareas está el poner
orden y dotar de sentido a los afectos y emociones. La ética, como filosofía práctica, no
ignora la sensibilidad ni pretende reprimirla, lo que
procura es encauzarla en la dirección adecuada. Y aparece la interrogante ¿adecuada a qué? Adecuada a aprender
a vivir, respondemos. Que es al mismo tiempo aprender a convivir de la mejor
manera posible.
La organización, el orden de las emociones
es importante para la facultad racional, no para
eliminar los afectos, sino para darle a las emociones y la razón el sentido que
conviene más a la vida, tanto individual como colectiva. Se trata de conseguir
que el bien y los deseos, que la razón y la emoción coincidan, que no haya
diferencia entre ambos.
Este enlace de
razonamientos y emociones busca un equilibrio emocional, que no es la imposición o
represión de la razón sobre la emoción. No se
pretende imponer la razón a los sentimientos, se utiliza a la razón para
cambiar las emociones y la conducta que de ella se deriva.
Pues a través
del razonamiento se generan nuevas emociones, que sustituyen a aquellas que producen sentimientos perturbadores e
inconvenientes para el bienestar de la persona. El
Estagirita indica, por una parte, que las emociones nos cambian hasta el punto
de afectar nuestros juicios; y por otra, que nuestras cogniciones afectan a
nuestras emociones y son las causas de que éstas
tengan lugar.
Es la teoría
cognitivista la que determina la asociación entre nuestro sentimiento e
intelecto, entre nuestro cuerpo y mente, que ahora se intenta recuperar. Según
la teoría cognitivista, la estructura de las emociones está constituida por
creencias, juicios o cogniciones, además de por los deseos. Como lo señala Davidson, para quien nuestras
acciones, por una parte, se explican a partir de unos deseos o pro-actitudes y,
por otra, a partir de unas creencias.
En este
sentido, las emociones son un complejo de afectos, cogniciones y deseos. De
esta manera, al sentir que estamos ante algo que es una amenaza o ante algo que
genera nuestra identificación afectiva, de la emoción que sentimos derivamos
una acción, una tendencia a actuar; que según el caso, será o el deseo de
evitar la amenaza o mantener la empatía que se ha formado.
Los
sentimientos, las emociones, en este aspecto, se explican por conocimientos o
creencias que la sustentan. Aunque, las emociones pueden proceder de creencias
o cogniciones equivocadas, lo que ocurre muchas veces. En uno u otro caso, la causa que
genera la emoción es siempre un conocimiento o creencia, cierta o errada, sobre
lo que genera rechazo o deseo de afectividad.
Tanto lo
cognitivo como lo desiderativo de las emociones son de interés para la perspectiva
moral de éstas. Pues estas disposiciones mentales generan actitudes ante la
vida, y su vínculo con el deseo las convierte en disposiciones a obrar.
Nuestras
emociones nos proporcionan
una orientación, un sentido; el cual viene dado por nuestras cogniciones,
nuestras creencias de la realidad; sentido que proyectamos hacia un objetivo el
cual favorecemos por nuestro deseo. A través de nuestras cogniciones nos proveemos de una imagen del mundo que habitamos, a través de
nuestras emociones y deseos le proporcionamos objetivos a las cuales aspiramos.
Lo que
establece el vínculo entre nuestras cogniciones y nuestros deseos es nuestro
estado emotivo. Por medio de mis cogniciones construyo un mapa del mundo, mis deseos me apuntan a
recorrerlo o a evitarlo. De allí la necesidad que razón y emoción convivan
juntas.
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