martes, 18 de febrero de 2020

QUÉ PODEMOS CONOCER



¿Cuáles valores guían nuestras acciones? ¿Tenemos una actitud crítica hacia nuestro saber? ¿Somos responsables al emitir opiniones y juicios? ¿Somos capaces de reconocer los límites de nuestros conocimientos? ¿De reconocer nuestros errores? Estas interrogantes las vamos a abordar desde la perspectiva de Kant, para ver en qué nos puede ayudar este filósofo en nuestra vida cotidiana.

Nuestra época está convulsionada por una multitud de información que circula a través de internet, convivimos con un universo virtual que determina cambios de paradigmas e influye en nuestros juicios y valores. Por otra parte, esta época tiene desconfianza de que la razón pueda servir para el desarrollo de la humanidad. En este contexto debemos reflexionar sobre cómo determinar el alcance de nuestro pensar-hacer.

Kant nos dice que nuestra relación con las cosas y con el mundo está mediada por nuestros sentidos; esto quiere decir, que sentimos lo que nuestros sentidos nos dejan percibir. Además, lo que sentimos se da en un espacio-tiempo determinado, por ejemplo, el árbol que está en el jardín se le caen las hojas por causa de la sequia. Solo conocemos los fenómenos que suceden en nuestro espacio-tiempo, por nuestra sensibilidad y así se da nuestro entendimiento.

Por lo cual, tenemos un conocimiento mediado por el espacio-tiempo, los sentidos y nuestro propio saber: si solo poseemos métodos cuantitativos nuestra realidad será únicamente de números, o si medimos nuestro hacer por calidad de servicio todo lo que percibiremos será la satisfacción de las demás personas. Conocemos nuestro entorno por nuestra forma de acceder a él, con esto el resto de la realidad tiende a desaparecer de nuestro universo de interés.

La manera como tanteamos nuestras circunstancias determina lo que vemos como realidad, y a partir de allí tomamos las decisiones que tomamos. Además de observar los modos disponibles con los que estructuramos nuestro hacer, Kant nos pedirá poner atención a nuestros procesos de análisis y de toma de decisiones; pues éstos determinan el valor, la calidad y la orientación de nuestro saber y de nuestras acciones.

Si nuestro análisis es pobre, nuestros resultados serán espurios, las decisiones malas y las acciones confusas; si nuestro análisis se desliga de los datos y solo sigue teorías abstractas nuestras decisiones serán desajustadas al entorno; o si nuestro análisis es solo intuitivo las conclusiones serán débiles. En nuestro hacer debemos asegurar que los mecanismos de acción respondan a la manera en que queremos acercarnos a la realidad, que nuestro análisis y toma de decisiones sean efectivos y se mantengan apegados a la información adquirida. Es necesario mantener contacto con la realidad para sacar conclusiones con base en pruebas empíricas, es lo que nos recomendaría Kant.

Ahora bien, al reconocer que el saber se adecua a las formas y categorías de cada sujeto en particular, tenemos que aceptar que hay distintos puntos de vista con el cual las personas se relacionan con su realidad; hay múltiples inteligencias que permiten ver unas cosas y otras no. Esta perspectiva establece el valor de la diversidad con que cada persona adquiere y expresa su saber. Por lo cual, debemos aceptar, combinar y aprovechar las distintas miradas que los sujetos poseen con respecto al entorno en que se desenvuelven. De esta manera, podemos combinar miradas cuantitativas y cualitativas, información racional y emocional, entre otras más, para que los procesos productivos sean más favorables.

Esta diversidad implica que tenemos diferentes formas de recoger información, organizarnos para interactuar con la realidad, acercarnos a la toma de decisiones y asumir nuestra voluntad para encarar la cotidianidad; estas diferencias determinan nuestras fortalezas y nuestras áreas de desarrollo. Esto implica que el conocimiento productivo se alcanza al combinar múltiples perspectivas de conocimiento.

Con todo lo anterior, es importante el cuidado, la responsabilidad y la manera en que emitimos nuestros juicios, ya que éstos determinan la solidez de nuestro conocimiento y de nuestra acción. Si concluimos, tomemos el ejemplo, que una persona es irresponsable porque llegó tarde a un compromiso, cometemos el error de generalizar a partir de un solo hecho. Por lo mismo, no podemos confundir nuestra intuición emocional con nuestra certeza racional, pues convertimos solo nuestro sentir en el principio que regula nuestra realidad; o si actuamos creyendo que poseemos la realidad y la verdad absoluta configuramos un mundo rígido y autoritario, el cual queremos imponer a los demás.
Al  reconocer cuál es el origen de nuestras opiniones, cuál es el grado de certeza que éstas ofrecen y cuáles son sus límites nos hace personas responsables para con nosotros y los demás.

Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín



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