sábado, 15 de abril de 2017

NUESTRA EXISTENCIA EN LA DESMESURA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nuestra existencia histórica es siempre la respuesta a un llamado que se concreta en lo que nuestro pasado nos transmite. La palabra que respondemos es la palabra del pasado. Este diálogo es posible porque funda nuestra historia, de lo que somos nosotros. Tal es el darnos, a la vez, un llamado y una respuesta.

Tal diálogo es nuestro lenguaje reflexionado. No por estar fuera sino por ser parte constitutiva de nosotros, que nos hace accesibles a la presencia temporal-espacial. En la cual tememos a la monotonía y la limitación. Porque planteamos que nuestra medida es la desmesura. Estructurada en una crónica de la grandeza; pero, al mismo tiempo, de la estupidez y la crueldad.

Somos realidades abiertas; ya que necesitamos interactuar constantemente con nuestro entorno. En este sentido, somos entorno. Y en estos ámbitos pasamos del impulso del deseo al de proyecto. Por lo que experimentamos la necesidad de buscar explicaciones a lo que nos sucede. No nos quedamos con un mundo servido, lo queremos conocer; saber qué es.

En esta pulsión del deseo al proyecto de vida, nuestro proceso intelectual-emocional se conforma como un mecanismo de equilibrio, desequilibrio y reequilibrio. Porque en los asuntos de nuestro hacer diario rompemos con una situación estable, que exige cambios para resolverlo y recuperar el sosiego. La vida la vamos conformando a través de estos momentos. El cambio de trabajo o una nueva asignación laboral nos lleva a funcionar en este mecanismo.

Para percibir lo nuevo o para ponernos alerta realizamos un proceso de comparación —esto y aquello—, esto exige tener un modelo del mundo en que nos desenvolvemos. El cual sirve de referencia para comparar. El mundo familiar con el escolar; el escolar con el laboral; el soltero con el casado. Tales referencias nos sirven para orientarnos. 

Aristóteles señala que hay dos excesos en los deseos. Uno es abandonarse a ellos —akolasia—, el otro es no sentirlos —anaisthésia—. Acá vienen las interrogantes ¿Cuándo un sentimiento es normal? ¿Cuándo patológico? Un criterio a seguir puede ser el que apela a los efectos que esa preocupación produce. Quiero decir con esto, si tal preocupación nos ayuda a vivir o nos imposibilita la vida. De ser el último, no podemos considerar tal sentimiento o deseo normal.

El deseo, como sabemos, es una modalidad de la experiencia afectiva caracterizado por la implicación total de nuestro yo; por cuanto afecta a nuestro yo entero. El amor lo vivimos en su totalidad y en él implicamos todo nuestro ser. Por otra parte, implicamos la valoración positiva o negativa de la situación, de la praxis que realizamos.  

El dinamismo de nuestra conciencia es deseante. Deseamos esto, deseamos aquello. En este aspecto, nuestra conciencia es conciencia de y hacia algo. Deseamos algo y nos movemos hacia ese algo. Deseamos un trabajo y nos movemos para conseguir ese puesto de trabajo. Permanentemente deseamos cosas, personas, situaciones… 

Porque nuestro deseo está acompañado de la experiencia de la activación. Deseamos algo y nos movemos para conseguirlo. Deseamos un café y nos movemos para tomarnos ese café. Por el contrario, la falta de impulso nos desanima. El deseo nos vivifica y activa. Del primero viene la apatía, la indolencia, la desgana… Del segundo, aparece el envión a conseguir lo deseado, a poner nuestra mira en eso que es el objeto de nuestro deseo.

Ahora bien, los deseos poseen en sí dos tipos necesidad. Uno, la necesidad de conseguir algo; acá nos movemos hacia lo que deseamos; acercarnos a la muchacha que nos atrae, por ejemplo. Dos, la necesidad de evitar algo; acá nos alejamos de ese algo. El deseo es alejarse. Deseamos alejarnos de la persona que nos agrede. Son dos necesidades antagónicas del deseo.
  
En ambos casos, el deseo y su necesidad tienen su origen en la experiencia de una falta. Es decir, lo comparamos con algo que precisamos; que se hemos imaginado o que hemos perdido. Incluye como apreciamos un apremio, una tensión, que se traduce, en ambos acasos, en una inquietud. Sea por acercarnos o alejarnos. Es lo que en el PNL se denomina un metaprograma: movernos hacia lo deseado o alejarnos de.

Todo objeto de nuestro deseo se presenta siempre como un principio de satisfacción. Deseo y placer. Otro aspecto a considerar es la anticipación, la cual es una característica del deseo. Cuando deseamos algo  ya conocemos más o menos nuestra meta. En este sentido, tenemos la ambigüedad de adelantar el objeto deseado; previamente lo sentimos, lo anticipamos en un goce sosegado o en una tensión de la necesidad. No obstante, la satisfacción del deseo es su propia aniquilación. De allí nuestra desmesura.

Nuestros deseos y placeres están relacionados con una experiencia agradable, con grados mayores o menores de intensidad y con resonancias que satisfacen una necesidad o incitan a repetir una acción de nuestra parte. El placer es el proceso de consumar un deseo. Por lo que, Aristóteles señala que el placer es una actividad; la acción de conseguir una meta; lo que forma parte de nuestro repertorio de necesidades en busca de una satisfacción. 

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