sábado, 1 de abril de 2017

EL PRINCIPIO DEL HOLGAZÁN: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Al plantearnos algún tipo de reto, inmediatamente salimos de la situación de indolencia en que nos encontramos. El reto puede ser cambiar nuestra manera de vestir, jugar futbol; no tiene que ser un reto trascendente. Es sencillamente, asumir hacer alguna actividad para abandonar la molicie que muchas veces nos ahoga. 

La dificultad para salir de la molicie radica en el principio del menor esfuerzo. Este principio nos susurra al oído: «déjalo estar», «no te muevas»,  «has lo que todos hacen, nada», «no te metas en líos». Es un principio interesante, porque es el uso del menor esfuerzo posible. Su contraparte, es que nos convertimos en nada o tal vez en menos que nada. 

Bajo este principio, vivimos signados por la necesidad. Si alguien decide vivir de esta manera tiene pleno derecho a hacerlo, sin que los moleste nadie. Pero, no esperes que otro se haga cargo de ti. Porque nadie está en la obligación de mantener tu principio del menor esfuerzo. Vive como quieres, sin fastidiar a otros.

Cuanto más nos replegamos sobre nosotros menos persona somos. Porque la personalidad necesita el encuentro directo con otras personas para realizar su propio ser. Nadie se hizo persona en la soledad. Somos sujetos sociales y así es como se construye la personalidad individual y social. El principio del menor esfuerzo va en contra de la construcción adecuada de la personalidad.

Otro aspecto a considerar son nuestras afirmaciones, a partir de las cuales construimos nuestros puntos de vista. Estas afirmaciones pueden limitarnos o no, debemos estar pendientes de ellas. Si nuestras afirmaciones se sustentan en el principio antes indicado; éstas muros de contención que nos limitan. Los que nos limita nos mantiene dentro de un aquí y ahora, con resultados presentes y ordinarios. Hay que romper las afirmaciones fundadas en aquel principio. Porque mayor es la desinversión que hacemos en nuestra vida.

Si queremos el éxito tenemos que invertir en nosotros. Nosotros somos nuestro mayor activo. Por el contrario, si fundamos nuestro pensar-hacer el principio del menor esfuerzo nos convertimos en un pasivo, solo generamos gastos y desinversión. Vamos rumbo a la bancarrota. 

Muchos autores hablan de que para ser exitosos o sujetos prósperos debemos pagar un precio. Esto suena desalentador, ominoso. Al contrario, no tenemos que pagar ningún precio, ni hacer ningún sacrificio. Lo que tenemos es que invertir en nosotros. Y si invertimos en nosotros los beneficios que obtendremos serán múltiples. Esos autores desalientan a la gente, aunque deseen motivarlos.

O nos dicen «si las cosas valiosas fueran fáciles de obtener, cualquiera las tendría». ¿A qué se debe este amedrentamiento? Claro que cualquiera puede tener las cosas que desee, siempre y cuando estén en el nivel que él desee alcanzarlas. Las cosas no son fáciles, pero tampoco son imposibles. Acaso la gente que hace esas afirmaciones le pregunta al otro ¿qué cosas son valiosas para ti? Él asume de antemano que para ambos es lo mismo el valor de las cosas.

Para romper las afirmaciones limitantes tenemos que invertir en nosotros mismos. ¿Qué es invertir en nosotros? Tener disciplina, hacer bien las cosas que hacemos, estar abierto a recibir nuevos saberes, ser mejor persona, si queremos dedicarnos a un oficio o profesión debemos estudiar con esmero; estar aseado es una inversión en la salud propia… Por lo tanto, son cosas que están a nuestra mano.

Debemos olvidarnos de ese absurdo de pagar un precio. Tenemos que pensar que somos nuestro máximo inversionista, y que vamos a obtener el máximo beneficio por tal inversión. En este sentido, hacemos uso de nuestra energía más productiva, para llegar al lugar que más deseamos alcanzar en esta vida. Tener un buen matrimonio, ser un excelente técnico electricista, si es eso lo que queremos lograr.  

Para eso debemos perfilar un plan y tener la determinación de seguirlo. Sea en las  circunstancias favorables o cuando aparezcan los obstáculos, que es cosa de todos los días. Tenemos que tener firmeza en nuestra decisión, no desistir. Mantenernos firme en el timón de nuestra vida. Debemos perseverar para que nada nos haga torcer el rumbo que nos hemos trazado; tenemos que realizar el propósito que nos hemos propuesto. Para esto, por supuesto, hemos tenido que romper con el principio del holgazán.

Todos estamos en la libertad de decidir si queremos o no invertir para obtener el éxito que deseamos. Para triunfar en lo que nos proponemos tenemos que hacer lo que es necesario para conseguir nuestras metas. Si no hacemos lo que tenemos que hacer, vamos desencaminados. Si quiero ser un profesional y no estudio, no estoy haciendo lo que tengo que hacer.  El logro de nuestras metas requiere trabajo, optimismo y dejar a un lado los pretextos o excusas.  

Bajo el principio del menor esfuerzo hacemos lo que sea para boicotear nuestro éxito. Afirmamos, cómo yo siendo un tonto puedo tener esto o cómo puedo merecer esto si soy un estúpido. Deseamos algo pero el ancla que nos ponemos al cuello nos hunde. Boicoteamos nuestras metas, nuestro propósito por tener tales afirmaciones limitantes.   

Debemos mirar nuevos horizontes, y éstos requieren que desechemos esas afirmaciones inadecuadas a nuestros fines. Siempre existen posibilidades de tener éxito en cada una de nuestras decisiones. Si actuamos de manera adecuada y eficiente los resultados serán los que deseamos. Al realizar acciones con vista a fin tenemos la oportunidad de tener resultados felices. Con el principio del holgazán a la larga seremos unos seres menesterosos y desdichados.

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