Establecer relación entre nuestro
pensar-hacer y la teoría de las ventanas rotas es importante, porque nos lleva
a considerar permanentemente la responsabilidad que tenemos de este ser que
somos. Como es bien sabido, la «teoría de las ventana rotas» apunta al hecho
que cuando no se atienden las cosas cotidianas éstas se deterioran y este
deterioro produce, a su vez, un efecto de cascada sobre el entorno.
Cuando
en nuestro pensar-hacer cotidiano comenzamos a descuidar o no atender las cosas
de cada día, iniciamos un alud de acontecimientos en nuestro entorno que
terminaremos por estar en las consecuencias acotadas por la teoría de la
ventana rota. Esto lo podemos hacer por descuido, hastío o por cualquier otra
razón, pero los efectos serán los mismos; es decir, nuestro pensar-hacer y
nuestro entorno se convertirán en algo deteriorado.
Nuestra
«ventana rota» o «ventanas rotas» tienen muchas maneras de manifestarse,
algunas comienzan por causas exógenas a nuestro pensar-hacer, éstas nos cuesta
percibirlas. Ya que, somos empujados por diversos sujetos o factores a actuar
en un estado de abandono y caótico. Son de consecuencias catastróficas, por
decir lo menos. Por ejemplo, los entornos familiares que atropellan a los
sujetos que en ella hacen vida, y causan todas esas ventanas rotas; los ámbitos
gerenciales y corporativos mezquinos y altamente tóxicos que producen sujetos
devastados.
Otras
«ventanas rotas» las producimos nosotros por causas endógenas. Éstas dependen
de nuestra responsabilidad y no podemos andar achacándoselas a otros. A este
tipo de «ventanas rotas» abocaré este artículo, porque competen a nuestras
decisiones y actitudes ante la vida. En muchos casos, en nuestra adolescencia
comenzamos un proceso de «ventanas rotas», la cual considero muy propias de
esta etapa existencial e incluso necesaria. Pero que no pueden convertirse o
arraigarse en actitudes permanentes. En la adolescencia descuidamos nuestros
haceres, nos importan poco es verdad. Pero ya más entrados en la vida, esta
actitud no puede continuar, porque generamos diversas relaciones externas; sean
éstas sentimentales, laborales, familiares…
Y
en este conjunto de relaciones que vamos tejiendo nuestro pensar-hacer está
plenamente implícito. Relaciones para con nosotros mismos y con los otros. A veces permanecemos en actitudes de
«ventanas rotas». Ya que no mostramos interés, por ejemplo, en los estudios y
descuidamos ese hacer dando diversas razones para no asumir nuestra
responsabilidad; o en el ámbito de trabajo achacamos nuestra irresponsabilidad
aduciendo que nos pagan muy poco y por esa paga para que vamos hacer bien el
trabajo que nos corresponde.
Estas
«ventanas rotas» se van ampliando a nuestra vida intelectual, emocional, de
relaciones interpersonales; y en éstas últimas las consecuencias son
cooperativas, pues arrastramos a otros en el derrumbe y deterioro de nuestro
entorno. En esa intrínseca relación entre lo individual y lo social, las
«ventanas rotas» van deteriorando nuestra vida y la de los otros. Porque somos
muchas gentes, como bien dice Rodolfo Páez.
La
desatención de nuestra vida y de nuestro entorno existencial es la causa de la
proliferación de nuestras «ventanas rotas». Nos parece tan normal ese descuido
que, muchas veces, hacemos alarde de tal. En otros casos, lo aupamos como una
actitud favorable en función de nuestro pensar-hacer; luego no sabemos por qué
las relaciones no funcionaron y fueron desastrosas, o por qué nuestra vida va
en una constante caída.
Nuestra
vida se va «vandalizando» en la medida que incrementamos esa nuestra actitud
destructiva de ventanas. En la medida que asumimos nuestro pensar-hacer con
vista a un fin desfavorable a la vida personal y social, convertimos éstas en
un vertedero de desastres. En el peor de los casos, cuando esta etapa
destructora se incrementa llegamos a la violencia interpersonal con aquellos
que hacemos vida; o tal vez sea mejor decir con aquellos con quienes estamos
arrojados al des-vivir.
En
esta actitud hacemos de nuestro habitar una pesadilla. Pues ya no habitamos;
solo somos un algo, un desinterés, una despreocupación. En este pensar-hacer
reafirmamos y multiplicamos este tipo de anti-vida, que más que vida es
ausencia de tal. Y la profecía auto-cumplida se hace realidad, nuestra
existencia como lo habíamos pensados se materializa irremediablemente. Nos
hemos atrapado en esas roturas y, aparentemente, cuando ya hemos roto la
primera ventana seguimos sin darnos cuenta.
Es
necesario que nos demos cuenta que no podemos acumular ventanas rotas, ya que
estoy genera deterioro en nuestras vidas. Así mismo, debemos ser conscientes
que siempre las romperemos, ya que no somos perfectos. Debemos tratar de
minimizar los daños y aprender, permanente, a reconstruir los efectos de tales
roturas. Ya que siempre vamos a estar en esta dinámica del caos, porque debemos
recordar que éste se realiza más rápidamente que el orden, es la entropía en la
cual nos desenvolvemos. No obstante, es nuestra responsabilidad cuál actitud y
acciones elegimos llevar a cabo.
PD. En
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