El hecho de
acentuar nuestras relaciones a partir de los objetos tiene repercusiones en
todos los contextos de nuestra vida. Pues, los objetos no los concebimos por sí
mismos, sino que les damos connotaciones que muestran lo que pensamos y somos.
Es una vida del mero tener. Tener objetos tiene mucho valor, nos hace la vida
práctica más fácil y placentera. Pero, es diferente llevar una vida a partir de
los objetos es otra cosa, porque ellos se anteponen a nosotros. Estamos, en
este caso, en un segundo o tercer plano.
Si nos
planteamos llevar nuestra desde los objetos, es nuestra decisión. Puede ser
objetable o no, pero es la decisión de alguien. Pero, debemos entender que las
correlaciones de nuestro pensar-hacer se medirán a partir de los objetos, pero
no como objetos. Sino como valores que definen quienes somos. El objeto deja de
ser objeto y pasa a ser sujeto de representación; incluso más importante que el
sujeto que lo posee.
Desde este
punto de vista, el objeto no se puede definir como el objeto que es, sino por
la relación que el sujeto guardaba con él. Por ejemplo, el teléfono ya no es un
teléfono, es la connotación que le da al sujeto que lo posee; o, tal vez, el
objeto que posee al sujeto. ¿Quién es dueño de quién? Esto es lo que se
plantea.
No podemos
separar al sujeto del objeto. Pues, el primero fallece, depende del segundo. El
sujeto se hace indivisible del objeto. Si éste es apartado de aquel su mundo
anárquico, pierde todo sentido. Ambos son un fenómeno correlacionado, un
proceso de medición del sujeto en su relación con el objeto; al final de esta
cadena se halla la conciencia desventurada del sujeto.
El aspecto
crucial es que el objeto es fundamentalmente necesario para observar las cualidades
del sujeto, y para provocar la aparición de éstas. Por ejemplo, mi afecto consciente
sobre la manera de apreciar un objeto determina mis cualidades relacionales con
los demás. Si abordo al objeto como un valor supremo éste lo será, y mi
relación con él responderá a esa condición mediando, además, mi relación con
las personas que tenga un objeto igual o semejante. Soy sujeto de valor
mientras poseo el objeto de valor, o mientras éste tiene valor.
En nuestras
relaciones humanas, el objeto tiene propiedades subjetivas que dependen de mi
interpretación. Mantenemos una relación sujeto-objeto, entre yo avaluador y el
objeto apreciado, valorado por mí subjetividad. Por ello, cuando hablamos del
objeto hablamos, al mismo tiempo, sobre nosotros mismos. Nuestra relación con
el objeto está signada por un conjunto de valores que nosotros le damos.
De este modo,
los objetos están íntimamente vinculados a los procesos de nuestra mente, a
nuestros conceptos, pensamientos y valores. Estamos condicionados por nuestras
disposiciones de ánimo cuando nos paramos delante de los objetos. Los paradigmas
dentro de los cuales nos movemos están determinados por nuestros conjunto valores.
Por esto, ante nuestras relaciones tenemos responsabilidad intelectual y moral.
Este aspecto es
importante en la conformación de nuestro trato con las demás personas, más aún
en la constitución del trato con nosotros mismos. Ya que a cada uno de nosotros
nos compete decidir los caminos que vamos a tomar. La interacción de los
aspectos racionales-emotivos son aspectos esenciales de la naturaleza de
nuestras relaciones, tanto con los objetos como con los sujetos.
Para adoptar
una interpretación ecológica en nuestras relaciones, tanto en la práctica como
en la teoría, es necesario cambiar nuestras interpretaciones actuales con los
objetos y reeducar nuestro pensar-hacer con nosotros mismos y las otras
personas. Muchas veces, nos aferramos testarudamente a los modelos que hemos
heredados y a los cuales nos hemos asimilado, porque tenemos miedo de examinar
nuestros modos de vida; miedo a develar pseudo-verdades.
Debemos
atender nuestros comportamientos poco sanos. En vez de confrontar una situación
que a menudo nos resulta embarazosa y dolorosa, insistimos en delegar la
responsabilidad de ésta en, por ejemplos, fármacos, alcohol o buscar excusas.
Recordemos el título del libro de Marinoff «Más Platón y menos Prozac», el cual
es una invitación a reflexionar sobre nuestra vida. Por otra parte, tenemos la tendencia a
utilizar esos elementos exógenos para encubrir tanto nuestros malestares personales
como sociales.
Hablamos de
aburrimiento en vez de examinar los fallos en nuestras vidas y en la de
aquellos que nos rodean; preferimos que nos digan que somos excluidos a cambiar
nuestro perspectiva ante la vida; mundo
de los negocios, tan competitivo; aceptamos las situaciones que nos pasan en
vez de indagar por qué se están produciendo de esa manera. E incluso colocamos
nuestros asuntos más allá de nuestros intereses. No obstante, éstos apenas son
alterados se convierten en el centro de nuestro malestar, debemos superar
nuestros modelos ineficientes, para ello debemos estar dispuestos a mejorar
nuestras relaciones con el entorno, lo que implica modificar nuestra
perspectiva cultural y social.
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