jueves, 20 de agosto de 2015

ACTITUDES Y COMPORTAMIENTOS NO COMPROMETIDOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Se dice que padecemos el «síndrome de Solomon» cuando nuestras decisiones o comportamientos las asumimos con el objeto de no sobresalir en algunos de los grupos social a los cuales pertenecemos. Asimismo, cuando plegamos nuestras decisiones a una mayoría con el fin de permanecer en el mismo rol que ésta, ya que es la gente con que compartimos a diario.

Estas cosas, muchas veces, las hacemos de forma inconsciente. Otras veces, tenemos miedo de llamar la atención o de triunfar, ya que pensamos que tales logros pueden molestar a los otros. O que tales logros nos distancien de esas personas con las cuales tenemos relaciones. Ya que nos exponemos, abiertamente, a ser excluidos de un grupo particular de amigos; esto  nos hace vulnerables y nos hace sentir desvalidos. De allí que nos apeguemos en esa solidaridad grupal.

En este sentido, hay que estar atento con el «síndrome de Solomon», ya que revela una parte de nuestra condición humana que es importante. Por una parte, nos revela que podemos tener unos niveles bajos de estima y confianza en nosotros mismos; al creer que nuestro valor, como persona, depende de cuánto nos valoren los otros; de allí nuestro empeño por mantenernos y mimetizarnos con nuestro grupo. Dependemos, en primera instancia, de la opinión del grupo y no de nuestra propia opinión. Nos importa más la opinión de los otros que la nuestra.   

Por otra, el «síndrome de Solomon» nos hace ver que formamos parte indisoluble de unas comunidades, las cuales pueden ser egoístas y no toleran el talento y el éxito de quienes a ella pertenecen. En este caso, es necesario revisar la relación que se mantiene con esa comunidad o grupo, ya que éste puede ser un grupo o una comunidad castradora, e incluso «tóxica». Se fundan en un egoísmo perverso, y como todo grupo o comunidad está constituida por personas; tales personas tienen, como diría Bachelard, un «simplejo» que les impide alcanzar metas favorables, por lo cual impiden que cualquier otro las alcancen. Son estas personas a las cuales les molesta que a cualquier otro le «vaya bien en su vida».

Una conducta de este tipo está signada por la envidia. Que provoca, en quien la padece, un sentimiento de desdicha al ver que a los otros le va bien. En la envidia se anida ese deseo de algo que no poseemos; entonces nos planteamos que esa otra persona tiene ese algo que nosotros anhelamos y no tenemos. Es una pasión intensa. Y aunque ésta nos revela nuestra carencia, no la vemos. Si no que anhelamos lo que el otro tiene, pero no podemos obtener lo que ese otro posee debido a nuestra carencia. Nos convertimos en un depredador. Con la consecuencia que, sin darnos cuenta, nos vamos sintiendo menos porque, aparentemente, los otros tienen más que nosotros. De acá nuestro «simplejo» de inferioridad.

La envidia nos impide ver que es lo que tenemos, cuáles son nuestras fortalezas y cuáles son nuestras virtudes en nuestro pensar-hacer. Por la pasión de la envidia no vemos ni nuestra alegría ni la ajena; este sentimiento se convierte en un bucle, en el cual solo convivimos en nuestra frustración. Reconocerse como envidioso es muy difícil, requiere mucha valentía y ésta es una fortaleza que la envidia misma impide ver. Además, la envidia es prolífica en imaginar motivos para criticar y anhelar lo que el otro posee. Indudablemente, la envidia es una pasión tóxica.   

Para superar ese estado de baja estima y poca confianza en nosotros se hace necesario la reflexión sobre nosotros mismos, esto es, atender a lo que somos. Es lo que en otros artículos he denominado atender al «cuidado de nosotros mismos», que conlleva en sí el conocernos a nosotros. Se dice fácil, pero no lo es; porque todo pensar sobre nosotros requiere dedicación, y si tenemos poca estima, ¿cómo podemos dedicarnos cuidado a nosotros mismos? En este caso, tenemos la alternativa de buscar ayuda.  

No obstante, la reflexión personal es necesaria, para comprender que la opinión de los demás no puede estar sobre nuestra opinión de nosotros mismos. Debemos entender que aun cuando de la opinión de los otros nos perturbe, nuestra opinión es más importante. Porque somos nosotros quienes nos pertenecemos como personas. Esto debe ser un imperativo, tal como Kant indicaba los imperativos categóricos.     

Cuando nuestra opinión se hace más importante que la de los demás, terminamos por reconocer que somos una fortaleza. Que tenemos valores que nos constituyen y conforman nuestro pensar-hacer cotidiano. Comenzamos a gustar del bien ajeno, lo admiramos y aprendemos de las virtudes que hicieron posible ese éxito. Ahora codiciamos nuestras metas, nuestros objetivos. Admiramos eso que nos conforma, cultivamos nuestra persona como un bien propio.

Convertimos una pasión, que puede no ser favorable a nuestros fines o que los perturba, en un instrumento de análisis que nos ayuda a ver nuestros talentos que tenemos por desarrollar. En vez de tener actitudes y comportamientos no comprometidos, nos asumimos como sujetos de nuestro hacer; asumimos actitudes y compromisos que nos permiten construir adecuadamente nuestras relaciones interpersonales, y nuestras relaciones con nosotros mismos. De este modo, podemos participar en nuestro hacer personal y comunitario de manera más comprometida con nosotros.


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Escucha: “PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM y WWW.RADDIOS.COM/2218-ARTE  (todos los martes desde las 2:00 pm, hora de Caracas)

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