El lenguaje,
en todas sus manifestaciones, es imprescindible para saber cuáles son las emociones
de los otros y para comprender éstas. Ya que el vocabulario de los afectos es
parte incita de los sentimientos, que en cualquier momento nos embargan. Por
otra parte, nuestras experiencias afectivas, muchas veces, son confusas por la
complejidad que ellas poseen; razón por la cual nos sentimos desorientados al no
saber cómo nombrar esa pasión que, por momento, nos inquieta. No hemos podido
aún entender sus manifestaciones.
Tal vez, no estamos
seguros si atribuyéndole un nombre a ese sentimiento comprendamos lo que sentimos. Puede ser que sí
y puede que no. Sin embargo, al darle nombre a algo lo poseemos; ya que lo relacionamos
con nuestra experiencia, con nuestra vida, lo relacionamos con nuestro saber y
por ello le damos un nombre. Por ejemplo, si lo que siento por una persona lo
determino y denomino como aversión, en ese momento estoy introduciendo mi
sentir en campo semiótico, el cual me permite elaborar supuestos, anticipar acciones,
situaciones y dar respuestas adecuada o no a ese sentimiento que he nombrado.
Cuando nos
sentimos mal por alguna razón, se hace evidente ese malestar, podemos llorar o
quejarnos. De este modo enviamos mensajes, discursos a otras personas o a una
persona específica; esta persona capta que algo no funciona bien y que debe
atender esta situación; por lo general, que debe buscar el modo modificarla. Por
el contrario, si sonreímos mostramos una actitud tranquilizadora, nuestro
entorno se hace amistoso y todos deseamos que la situación permanezca de esta
manera porque hay sentimientos de felicidad. Son nuestros discursos
sentimentales.
La semántica
de nuestro lenguaje emocional puede ser aceptada o rechazada, sea que nos
reímos o que reñimos. En este sentido, enviamos una llamada que es recibida y,
a la vez, devuelta, principio de la teoría de la comunicación. Como apreciamos
hay una semiótica establecida en el idioma sentimental. Pues, sin racionalizarlo,
contamos con que alguien nos va a entender. Así cuando nos sentimos náufragos
en medio de nuestra realidad emocional, lanzamos un mensaje apremiante en un
mar donde cualquiera puede entenderlo, porque todos comprendemos la llamada de
los afectos. Y no podemos ser indiferentes a esta semiótica.
Nuestra
experiencia cotidiana nos llena de signos, mensajes, información, nos constituye
en un lenguaje permanentemente. Nos vamos conformando adquiriendo muchas cosas
y aprendiendo a hacer otras tantas. Esto hace que no seamos neutrales, que
tomemos partido por ciertas cosas y por otras no. Ya que nos constituimos en
medio de un mundo de acciones prácticas, de necesidades y aprendemos a distinguir
entre lo que nos es conveniente y lo que nos es perjudicial. Ya que nos vamos
conformando con un conjunto valores, por medio de los cuales dirigimos nuestras
vidas. Por ejemplo, el dolor y el placer refuerzan en un sentido o en otro
nuestro pensar-hacer; a través de éstos advertimos los senderos que queremos
andar y los que nos proponemos evitar, aunque a veces no se cumplan nuestros
deseos.
Nuestro trato con
la realidad, en primera instancia, es emotivo. Luego vendrá la razón a dar
cuenta de nuestras circunstancias. Ese primer trato es afectivo porque vivimos en
un mundo de necesidades, afectos y acciones prácticas, como hemos señalado
antes. De allí, que entendamos el conjunto de ese lenguaje emocional, estamos
en disposición de atender esa semiótica sentimental que constantemente nos
aturde.
Sin darnos
cuenta vamos re-creando formatos de interacción con los demás, lenguajes
privados y sociales que constituyen nuestra cultura como sujetos. No captamos
lo complejo que es nuestra vida y ésta nos parece que es muy sencilla. No comprendemos,
en primera instancia, el diluvio de novedades que constantemente asimilamos en
el día a día. No percibimos que vivimos negociando permanentemente con nuestro
entorno. Por ello, muchas veces, nuestra vida es un hastío. Porque somos
incapaces de ver la riqueza de cosas con las que interactuamos a diario.
Para aprender
apreciar esta riqueza de nuestro mundo debemos desarrollar la aparición de una «afectividad
inteligente», como bien dice José Antonio Marina. Para ello debemos integrar
nuestra vida asimilándola al cuerpo. Debemos abandonar esa estructura escindida
que nos constituye, para ser una totalidad. Comenzar a ser un verdadero sujeto,
el cual ha de sustituir ese simulacro automático de ser que actualmente somos.
Por ejemplo, donde la vida laboral no tiene nada que ver con la vida personal,
y así hablamos, ni con lo que hacemos y sentimos.
Este
aprendizaje re-construye nuestro ser en el mundo, el cual se convierte en un
híbrido de razón y emoción. En este sentido, comenzamos a asistir al re-construcción
de un sujeto que adquiere los sentidos de su vida a partir de esa unidad
múltiple que es la pasión-razón. Y con esta unidad vamos, entonces, a
interpretar el mundo, nuestras circunstancias, nuestras relaciones de vida. A
partir de este nuevo repertorio afectivo, perceptivo y racional re-edificamos nuestra
propia inteligencia y el mundo. En este sentido, nos convertimos en artesanos
de nuestra vida, re-elaboramos una nueva semiótica que sustituye a la anterior.
PD. En
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“PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM y
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