martes, 25 de agosto de 2015

LA SEMÁNTICA DE NUESTRO DISCURSO EMOTIVO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El lenguaje, en todas sus manifestaciones, es imprescindible para saber cuáles son las emociones de los otros y para comprender éstas. Ya que el vocabulario de los afectos es parte incita de los sentimientos, que en cualquier momento nos embargan. Por otra parte, nuestras experiencias afectivas, muchas veces, son confusas por la complejidad que ellas poseen; razón por la cual nos sentimos desorientados al no saber cómo nombrar esa pasión que, por momento, nos inquieta. No hemos podido aún entender sus manifestaciones.

Tal vez, no estamos seguros si atribuyéndole un nombre a ese sentimiento  comprendamos lo que sentimos. Puede ser que sí y puede que no. Sin embargo, al darle nombre a algo lo poseemos; ya que lo relacionamos con nuestra experiencia, con nuestra vida, lo relacionamos con nuestro saber y por ello le damos un nombre. Por ejemplo, si lo que siento por una persona lo determino y denomino como aversión, en ese momento estoy introduciendo mi sentir en campo semiótico, el cual me permite elaborar supuestos, anticipar acciones, situaciones y dar respuestas adecuada o no a ese sentimiento que he nombrado.

Cuando nos sentimos mal por alguna razón, se hace evidente ese malestar, podemos llorar o quejarnos. De este modo enviamos mensajes, discursos a otras personas o a una persona específica; esta persona capta que algo no funciona bien y que debe atender esta situación; por lo general, que debe buscar el modo modificarla. Por el contrario, si sonreímos mostramos una actitud tranquilizadora, nuestro entorno se hace amistoso y todos deseamos que la situación permanezca de esta manera porque hay sentimientos de felicidad. Son nuestros discursos sentimentales.

La semántica de nuestro lenguaje emocional puede ser aceptada o rechazada, sea que nos reímos o que reñimos. En este sentido, enviamos una llamada que es recibida y, a la vez, devuelta, principio de la teoría de la comunicación. Como apreciamos hay una semiótica establecida en el idioma sentimental. Pues, sin racionalizarlo, contamos con que alguien nos va a entender. Así cuando nos sentimos náufragos en medio de nuestra realidad emocional, lanzamos un mensaje apremiante en un mar donde cualquiera puede entenderlo, porque todos comprendemos la llamada de los afectos. Y no podemos ser indiferentes a esta semiótica.

Nuestra experiencia cotidiana nos llena de signos, mensajes, información, nos constituye en un lenguaje permanentemente. Nos vamos conformando adquiriendo muchas cosas y aprendiendo a hacer otras tantas. Esto hace que no seamos neutrales, que tomemos partido por ciertas cosas y por otras no. Ya que nos constituimos en medio de un mundo de acciones prácticas, de necesidades y aprendemos a distinguir entre lo que nos es conveniente y lo que nos es perjudicial. Ya que nos vamos conformando con un conjunto valores, por medio de los cuales dirigimos nuestras vidas. Por ejemplo, el dolor y el placer refuerzan en un sentido o en otro nuestro pensar-hacer; a través de éstos advertimos los senderos que queremos andar y los que nos proponemos evitar, aunque a veces no se cumplan nuestros deseos.

Nuestro trato con la realidad, en primera instancia, es emotivo. Luego vendrá la razón a dar cuenta de nuestras circunstancias. Ese primer trato es afectivo porque vivimos en un mundo de necesidades, afectos y acciones prácticas, como hemos señalado antes. De allí, que entendamos el conjunto de ese lenguaje emocional, estamos en disposición de atender esa semiótica sentimental que constantemente nos aturde.

Sin darnos cuenta vamos re-creando formatos de interacción con los demás, lenguajes privados y sociales que constituyen nuestra cultura como sujetos. No captamos lo complejo que es nuestra vida y ésta nos parece que es muy sencilla. No comprendemos, en primera instancia, el diluvio de novedades que constantemente asimilamos en el día a día. No percibimos que vivimos negociando permanentemente con nuestro entorno. Por ello, muchas veces, nuestra vida es un hastío. Porque somos incapaces de ver la riqueza de cosas con las que interactuamos a diario.

Para aprender apreciar esta riqueza de nuestro mundo debemos desarrollar la aparición de una «afectividad inteligente», como bien dice José Antonio Marina. Para ello debemos integrar nuestra vida asimilándola al cuerpo. Debemos abandonar esa estructura escindida que nos constituye, para ser una totalidad. Comenzar a ser un verdadero sujeto, el cual ha de sustituir ese simulacro automático de ser que actualmente somos. Por ejemplo, donde la vida laboral no tiene nada que ver con la vida personal, y así hablamos, ni con lo que hacemos y sentimos.
 
Este aprendizaje re-construye nuestro ser en el mundo, el cual se convierte en un híbrido de razón y emoción. En este sentido, comenzamos a asistir al re-construcción de un sujeto que adquiere los sentidos de su vida a partir de esa unidad múltiple que es la pasión-razón. Y con esta unidad vamos, entonces, a interpretar el mundo, nuestras circunstancias, nuestras relaciones de vida. A partir de este nuevo repertorio afectivo, perceptivo y racional re-edificamos nuestra propia inteligencia y el mundo. En este sentido, nos convertimos en artesanos de nuestra vida, re-elaboramos una nueva semiótica que sustituye a la anterior.


PD. En facebook: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA OBED DELFÍN

Escucha: “PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM y WWW.RADDIOS.COM/2218-ARTE  (todos los martes desde las 2:00 pm, hora de Caracas)

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