Al hablar de nuestros
haceres en comunidades pluriculturales tenemos que plantearnos espacios de
derechos y deberes mutuamente compartidos. Ya que en condiciones de justicia e
igualdad podemos llegar a plantearnos la integración entre nuestras diversas
posiciones o puntos de vistas; donde cada persona tiene la posibilidad de oponerse
a la asimilación que, muchas veces, encierra la propia integración. En este
sentido, el discurso de la integración es insuficiente.
Será más conveniente,
entonces, plantearse la posibilidad de construir comunidades integradas e
integradoras; y no la construcción de comunidades de integración que involucran
personas o grupo social o cultural que no se integran. Esto implica re-definir nuestra
visión personal e interpersonal, sea ésta social, laboral, económica…; consiste
en re-definirnos los tipos de comunidades en la que actuamos y en la que
queremos actuar. Cuando me refiero a comunidades, me refiero a los ámbitos en
que nos desenvolvemos diariamente.
Para una re-definición
adecuada debemos adquirir una plena idea de nuestras comunidades; ya que así
tendremos la posibilidad de acceder a su contexto cultural e incidir culturalmente
en ese contexto que habitamos. Esto es lo que Armengol denomina «democracia
cultural»; donde se asegura a cada uno de nosotros seamos sujetos activos de
producción cultural, y podamos ejercer esa producción con libertad, responsabilidad
y autonomía. Esto es, donde cada uno de nosotros podamos conducir nuestra
cultura y nuestra vida con respeto a nuestra propia identidad cultural; y por
supuesto, con respeto por la identidad cultural de los otros.
Lo opuesto, es
cuando asumimos bienes culturales que son elaborados y proporcionados por
otros, y que consideramos que son nuestros. Los cuales, muchas veces, son
elaborados por otras relaciones de poder, que son comercializan y que nosotros demandamos
por la constante acción publicitaria.
Cuando las
relaciones pluriculturales son producto de nuestros haceres tendemos a considerar
las comunidades como lugares de encuentro, de intercambio. Desde este punto de
vista, vislumbramos nuestras comunidades como espacios de reflexión; donde la comunidad
no es solo un lugar de adquisición, de clasificación, de contemplación. Ahora
es un lugar de hacer e intercambio ciudadano, es decir, de producción personal
y social.
Nuestras
identidades y pluriculturalidades pasan a convertirse en elementos de
aprendizajes, en el marco de un aprender permanente y pluricultural de primer
orden; de este modo nuestras relaciones social se convierten en espacios de
recreación estética. Nuestros patrimonios culturales son, a la vez, nuestros y
de los otros; a todos nos pertenece, por lo cual participamos en su producción,
promoción y gestión. Esto es importante tenerlo en consideración, ya que hay
momentos en que nuestras identidades se pueden volver difusas, y asumir
características diferenciadoras y excluyentes.
En este
sentido, la participación socio-cultural fluye abiertamente al hacer uso del
asociacionismo, lo que nos permite desarrollar labores de atención, de asesoramiento,
de orientación, de acompañamiento mutuo. Debemos reconocer, que en la práctica,
muchas veces esta asociación entre las personas carece de medios para alcanzar
resultados a adecuados a sus propósitos generales; lo que no le permite resolver
inicialmente sus asuntos cotidianos. Esto, por supuesto, requiere un
aprendizaje cooperativo.
Plantearnos la
cuestión de la participación social como formadora de nuestras identidades no
es nada extraño, pues ya estamos ella. Nos desenvolvemos en diversos ámbitos
durante nuestra vida, y éstos son
nuestras comunidades, las cuales van modelando nuestras identidades y éstas son
pluriculturales. En estas comunidades formamos vínculos sociales, vínculos
afectivos que presiden nuestras las relaciones mutuas y articulan nuestro de
ser de afuera y de adentro.
Consideramos
que nuestras identidades son formadas al compás de las comunidades a las que
pertenecemos, y éstas son un espacio que propician nuestra participación
cultural, son un elemento multiplicador de nuestro pensar-hacer. Creemos que esa
pluriculturalidad reflexiva contribuye a generar la tolerancia, fomenta el
respeto y la atención a la diversidad. Por lo cual, los diversos ámbitos en que
nos desenvolvemos deben ser apreciados como espacios de aprendizaje
multidisciplinario e intercultural.
El interés por
nuestros ámbitos de vida debe estar en función de nuestras necesidades
culturales, necesidades que debemos satisfacer y ser el resultado de una visión
del mundo. De esta manera, conseguiremos que nuestra vida personal y social sea
un importante factor de dinamización cultural en las comunidades en las cuales
intercambiamos con el otro. En esos ámbitos debemos buscar nuestras identidades,
nuestras raíces y la comprehensión del mundo que nos rodea. Esto es importante
porque, en última instancia, nos acerca a nosotros mismos.
Somos una
construcción intercultural susceptible de ser modificados. Es necesario
producir comunidades con enfoques pluriculturales. Debemos comprender que tenemos
referentes culturales, visiones del mundo, expectativas, creencias y significados
diversos; en muchos casos, encontrados. Los cuales influyen en nuestro
aprendizaje, en los procesos y en los resultados de nuestra vida.
PD. En
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