martes, 11 de agosto de 2015

EL SÍNDROME DE SOLOMON Y LA ESTRUCTURA DE NUESTRAS RELACIONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Conocido es el estudio realizado por Solomon Asch, en el cual muestra la solidaridad automática que, en muchos casos, desarrollamos ante la opinión del grupo al que pertenecemos, o con el cual estamos involucrados en algún ámbito de nuestra vida. Lo solidaridad, en tal caso, se da por diversos aspectos; en todo caso nos integra y nos hace participar de lo social. Es una forma natural de ser social, lo que hasta un cierto límite es aceptable.

En este proceso de solidaridad puede estar presente nuestra identidad social, a la cual no queremos renunciar; e incluso puede estar, de por medio, nuestro temor al aislamiento social. En uno u otro caso, dejamos por fuera otros muchos, cambiamos nuestras decisiones, pensamientos y comportamientos para permanecer o formar parte de un determinado grupo social; éste puede ser de cualquier índole, por ejemplo, laboral, escolar, de afición a un deporte… Con ello, formamos parte y somos parte de ese grupo en el que queremos estar.
 
Indudablemente, aquí tenemos en mente casos donde nuestra opinión se ajusta por conveniencia a un determinado grupo social, y en eso consiste a grandes rasgos el «síndrome de Solomon». Casos donde nuestras identidades corren riesgo de no amoldarse a un tal grupo, o donde modificamos nuestra opinión para no ir a contra corriente de la opinión de los demás; para no ser un salmón recordando a Calamaro. 

          La situación parece muy sencilla, y podemos decir «no tengo nada que perder, para que voy a llevarle la contraria a los demás», «esto es parta salir del paso». Y es cierto, muchas veces preferimos darle la opinión o coincidir con el otro para no entrar en un conflicto banal. Algo así como cuando en una reunión nos toca un borracho o alguien impertinente, allí preferimos salir del paso dándoles la razón; en este caso tenemos una actitud prudente, que muchas veces es recomendable. 
                       
         No obstante, en otros casos la situación no es la descrita en el párrafo anterior, es decir, no asumimos una actitud para salir del paso. Sino que nos mimetizamos en las opiniones o comportamientos de los otros; porque queremos ser parte de ese grupo o no queremos ser rechazados por tal grupo o persona. Acá nos es una cuestión de actitud prudente, sino de abandono de nosotros mismos.  

           Este abandono de nosotros mismos, no es una acción pensada o deliberadamente elegida. Nos vemos forzados a ella. Causas externas e internas nos conducen a esta situación; que no elegimos sino, que cuando nos damos cuenta, nos encontramos en ella. Y muchas veces tampoco nos damos cuenta que estamos en ella, porque nuestros sentidos, nuestro pensar ya no nos pertenecen. Nos hemos enajenados en el otro.      

           Esto comienza cuando nos dejamos influir y arrastrar, permanentemente, por el ser y hacer de los demás. No oponemos resistencia a lo externo, porque no hemos desarrollo fuerzas para ello. Así nos vamos entregando, cada día, al abandono de nuestro pensar-hacer. Muchas veces esto es algo tan natural en nosotros que logramos percibir esta situación, hasta que algo en ella se hace insoportable a nuestra condición humana y entramos en un vértigo existencial.   

En otras situaciones, llegamos a saber claramente que estamos entregando nuestro pensar-hacer; y lo hacemos por miedo a equivocarnos ante los demás, a hacer el ridículo o ser el elemento discordante del grupo. Somos, en estos casos, blandengues con nosotros mismos, cobardes a la hora de tomar una posición personal y nos dejamos  arrastrar la opinión del grupo. No sabemos distinguir entre asumir una posición personal y el miedo a quedarnos aislados. A la larga, mantener una posición vertical sobre nuestras convicciones nos genera el respeto de los demás; esto no quiere decir que debemos ser unos tozudos.   
  
El hecho de defender nuestras convicciones, nuestros juicios entendiendo que éstos son nuestras interpretaciones del mundo; y estar abiertos a aceptar las interpretaciones de los demás, nos permite entender que somos seres interpretados.  Que estamos condicionados por y en nuestras relaciones con los otros. Que no somos seres únicos y originales. Que, por el contrario, somos compendios, palimpsestos de otros y de nosotros mismos. Que somos, a la vez, seres individuales y seres sociales. Que nuestra libertad se da en medio de circunstancias y entre condiciones prácticas de la vida cotidiana. Esto nos lleva a decidir nuestro propio camino en medio de acciones prácticas que configuran nuestra vida.

Lo que no podemos permitir es que otro tome las decisiones que nos corresponde a nosotros tomar. O que otro determine nuestro comportamiento, o que adoptemos comportamientos que no son nuestros arrastrados por miedos y temores a lo social. Porque terminaremos siendo «otro ladrillo en la pared» como decía la canción de Pink Floyd.


PD. En facebook: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA OBED DELFÍN

Escucha: “PASIÓN Y RAZÓN” por WWW.ARTE958FM.COM y WWW.RADDIOS.COM/2218-ARTE  (todos los martes desde las 2:00 pm, hora de Caracas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario