martes, 4 de noviembre de 2014

NUESTRAS RELACIONES Y LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En toda relación, sea ésta laboral, familiar, interpersonal, siempre está la posibilidad de la ofensa. La ofensa tiene varias vertientes, puede venir desde el exterior o ser endógena. Tomo el caso de la ofensa exógena. Si alguien, por alguna razón, lo ofende a uno sin querer y sigue haciéndolo es necesario tomar la iniciativa para aclarar esta cuestión. Uno no se puede quedar de brazos cruzados ante esta situación, como se dice: hay que toma el toro por los cachos.

Porque que si no tomamos la iniciativa, hay que tener presente dos consecuencias que se van a ir generando poco a poco. Primero, al ser ofendidos a menudo cavilamos y cavilamos sobre la ofensa, hasta que la situación escapa a todo sentido y proporción. Construimos un universo sobre la ofensa que hemos recibido, pero no hacemos nada. Y llega un momento que tal universo explota, y siempre es de mala manera. Segundo, al ser ofendidos actuamos de forma defensiva para evitar males posteriores. Nos retraemos en nosotros mismos, nos victimizamos, pero no hacemos nada al respecto.

Por el contrario, cuando tomamos la iniciativa, en el momento adecuado, de afrontar la ofensa recibida debemos hacerlo con buena disposición de ánimo y utilizando ciertas herramientas básicas de resolución de conflictos, no con un espíritu vengativo y colérico. Al hacer uso de las primeras preservamos nuestra dignidad y la de la otra persona; además preservamos nuestro respeto hacia nosotros y la persona en cuestión. De esta forma aprendemos a responder a diversas circunstancias en la vida cotidiana sin sentirnos amenazados.

Otro aspecto a tener en cuenta en la solución de conflictos, es admitir nuestros errores cuando éstos son nuestros, aprender a disculparnos y pedir el perdón que el caso amerita. Cuando hemos sido parte activa de una relación que ha sufrido lesiones de diferentes magnitudes, tenemos que admitir, por principio de honradez y de virtud, que tenemos la culpa de ello. Pues, cuando una persona ha sido lastimada ésta retrocede, se encierra en sí  misma, y nos coloca en el ámbito más desagradable de su mente.

A menudo el único camino para salir de esta  situación consiste en admitir sinceramente nuestros errores, disculparnos y pedir perdón, sin excusas, explicaciones ni defensas. Para estas últimas ya habrá tiempo, cuando la otra persona esté en capacidad de poder escuchar tales explicaciones, y que serán necesarias exponerlas para no volver a caer en el mismo error y cometer nuevamente viejos errores. 

A veces permanecemos abiertos y atentos, en demasía, a discusiones estériles. Por eso hay momentos que hay que hacer el sordo a las discusiones. Recordemos que en la vida hay muchos chupa-emociones, eso que denominan «vampiros emocionales». En esos casos, lo más sensato es no responden a los argumentos contenciosos ni a las acusaciones irresponsables. Hay que hacer oídos sordos a todo ello, hasta que todo ese murmullo se reduzca a la nada.
           
Pues, recordemos que si uno trata de responder o de discutir con estos «vampiros emocionales» sólo consigue gratificar a su antagonista, engancharse en su juego perverso; y, además, encender una hostilidad y una furia hasta entonces contenidas. «Perlas a los puercos» dice el dicho bíblico. Por el contrario, mientras uno siga en silencio en los asuntos importantes que le conciernen, el otro lucha con las consecuencias de sus expresiones irresponsables.

No hay que dejarse arrastrar por esos «zombis emocionales» a un terreno peligroso y absurdo, en el cual ellos son expertos en manejar. Si uno se deja arrastrar a este estercolero uno terminará golpeado y afligido por no haber tomado una decisión sensata.

Nuestras relaciones deben ser de persona a persona, de manera directa y sin intermediarios. A veces lamentamos haber descuidado a la persona individual para atender a muchos otros; en este caso, tapamos el árbol con el bosque. Sabemos que debemos dedicar nuestro tiempo a brindar expresiones de estima y gratitud a personas particulares. Porque toda empresa, organización o comunidad está constituida por mujeres u hombres de carne y hueso. No por conceptos universales de humanidad.

En este sentido, es necesario renovar compromisos con los asuntos más comunes de la vida, esto es, con las personas que nos rodean. Como dice Covey con lo importante y no lo urgente. Renovar de forma continua nuestros compromisos básicos es lo que nos une a los amigos, a los familiares, a los compañeros de trabajo… En estos compromisos básicos profundizamos lealtades y fuertes lazos emocionales con esas personas asociadas a nuestras vidas. Ahondamos, de manera abierta y sincera, sobre las cuestiones sobre las que a menudo surgen diferencias. No ignoramos nuestras diferencias, sino que las subordinamos a un bien mayor.

En esta apertura hacia los otros, se hace imprescindible dejarse influenciar primero por los otros. Pues llegaremos a tener influencia sobre los demás en la medida que ellos la tienen sobre nosotros. En esto se fundamenta una relación recíproca. Una relación no es relación cuando la influencia solo se da en un solo sentido. Cuando una persona percibe que nosotros estamos auténticamente interesados en ella, en sus problemas y sentimientos, siente que también ella ha influido sobre nosotros. En ese momento, estará dispuesta a abrirse a nosotros.

Un último aspecto, es aceptar a la otra persona y su situación. El primer paso para entablar una relación honesta con otra persona consiste en aceptar a ésta tal como es. El prejuicio que emitimos sobre alguien refuerza el comportamiento defensivo de la otra persona, y es natural, pues se siente atacada. La comparación o el rechazo son fatales si se intenta llegar a establecer una relación, por ejemplo laborar. De antemano está perdida la posibilidad, y costará mucho esfuerzo llegar a limar asperezas.
 
Una sensación de aceptación y valor, por el contrario, libera inmediatamente a las personas de la necesidad de defenderse, y ayuda a liberar la tendencia natural de asumir un comportamiento defensivo. La aceptación no es la solidaridad automática de una debilidad ni el acuerdo automático con una opinión. Es la afirmación del valor que la otra persona tiene en tanto persona. De que ella siente y piensa de determinada manera. Y que no debe concordar con mi forma de sentir y pensar. Sencillamente es otra persona, así como yo lo soy también.


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