Muchos de los
errores de nuestro pensamiento provienen de lo que se denomina la «trampa de la
inteligencia», ésta consiste en que cada uno de nosotros podemos justificar prácticamente
cualquier punto de vista. Cuanto mejor elaborado tengamos
nuestro argumento o razonamiento, menos necesidad tenemos de explorar la
situación y contrastarla con otras opiniones o datos. En este sentido, podemos quedar prisioneros de
nuestro propio punto de vista. Hay que estar muy atento a esta situación.
Todos sentimos la necesidad de tener la
razón, debe ser por un mecanismo natural de defensa. Hay que agregar aspectos
sociales, como la imagen y el estatus; los cuales
dependen del entorno social y de las diversas inteligencias en juego. A veces, es difícil profundizar en la
búsqueda de la cierta certeza, aceptar errores o encontrar soluciones que
pueden ser incómodas.
El uso de la
crítica produce una satisfacción más inmediata que el uso constructivo. De
allí, que se diga que es «más fácil criticar que hacer». O incluso, en muchos
casos, al
mostrar que estoy de acuerdo con alguien, mi rol puede parecer superfluo y
subordinado, «no soy original», algo tan manoseado actualmente como la
originalidad. Por otra parte, al proponer
una idea «me pongo en manos» de aquellos que la tienen que juzgar, ahora soy yo
quien será criticado.
Por el contrario, al ser yo quien crítica parece que soy quien controla la situación. De allí que, muchas veces
preferimos la seguridad del pensamiento reactivo a la del pensamiento creativo.
Ya que en el pensamiento reactivo se reacciona ante los datos que a uno le
entregan, uno es el crítico de tales datos. Recordemos esos horrendos programas
de concurso en televisión, el participante está sometido, esclavizado a la
opinión del «jurado», sí son jueces, el participante una «cosa» a complacerlos.
Por el contrario, en el pensamiento creativo hay que crear el contexto, los
conceptos, los objetivos. Somos sujetos de acción activa.
Otro aspecto es la rapidez de pensamiento,
el apresuramiento de formular opiniones y juicios, muy útil para muchas cosas
en la vida; pero supone un riesgo saltar a conclusiones a partir de muy pocos datos. Un proceso más lento, más acucioso puede llegar a conclusiones más
apropiadas.
Por contraposición al pensamiento lógico
está el pensamiento arbitrario, éste es el reverso del pensamiento lógico. Si
el pensamiento lógico es: preciso, exacto, se basa en datos probables, en
hechos; es analítico, sigue reglas; es racional, sensato y secuencial (paso a
paso). El pensamiento arbitrario es: impreciso, no comprueba la veracidad de lo
que afirma, no analiza; crea sus propias reglas, no razona, discurre a saltos.
Cuando un argumento lógico tiene aspecto
de ser válido pero no lo es, lo denominamos falacia. Sabemos que las falacias
son razonamientos erróneos que parecen válidos, de eso oímos muchos por la
televisión, particularmente, en los discursos políticos; que son unos de los
que más pesan en el hacer colectivo. Las falacias pueden ser formales o
informales. Las primeras, son aquellas que son inválidas porque no están bien
construidas formalmente. Las informales, son aquéllas cuya invalidez se debe a
una incorrección en el contenido de las premisas y no a una incorrección
formal. En ambos casos, las premisas aportan una base incorrecta para llegar a
hacer la conclusión.
Por otra
parte, cuando elaboramos una argumentación aparentemente válida con la
intención de inducir a error, a ésta la denominamos sofisma. Éstos son argumentaciones
aparentemente válidas que pretenden inducir a error. Muchos ejemplos, hay en
los discursos y los podemos apreciar poniendo un poco de atención. El
pensamiento arbitrario se puede disfrazar de pensamiento lógico, a esto hay que
estar atentos.
Las
principales dificultades en el uso del pensamiento creativo provienen de contraponer
a éste un pensamiento encarrilado, como se dice sobre carriles. El primero es:
flexible, espontáneo, fluido, original, suspende el juicio, asume riesgos; es
libre, heterodoxo, acepta la ambigüedad. Por su parte, el pensamiento
encarrilado es: rígido, premeditado, mimético, rutinario, descalificador,
inmovilista, normativo, ortodoxo y no soporta la ambigüedad.
Entre los
obstáculos que tiene el pensamiento creativo tenemos: Primero, los «auto-supuestos
restrictivos», que son las limitaciones y restricciones que nosotros mismos nos
imponemos al resolver un problema. Segundo, «el síndrome de Herodes», que
es la costumbre de criticar destructivamente las ideas en el momento en que se
producen, matar la idea al nacer. Tercero, «la resistencia al cambio»,
esto se da porque todo cambio, aunque sea para mejor, implica momentos de
desorganización y de cierto desconcierto e
indefinición.
Cuarto, «la sumisión sin crítica», esto
consiste en la obediencia ciega a las ideas dominantes y a las opiniones de los
expertos, como seres infalibles. Quinto, «el miedo a cometer errores», muy
común en todos nosotros, como si con otros tipos de pensamientos, por ejemplo, el
lógico no los cometiéramos. Esto debe ser algo inculcado en las escuelas, lo
cual se interrelaciona con la vergüenza. Sexto, «la desconfianza en las
capacidades creativas», es parte de lo anterior, el hecho de no poseer una
estima sólida; tales capacidades, muchas veces, están latentes pero no salen a
la luz por el miedo y la desconfianza en nosotros mismos.
Séptimo, «la excesiva presión del tiempo»,
eso de que «lo quiero para ayer», nos obliga a tomar decisiones apresuradas, y acudimos a las decisiones habituales, las de siempre. Octavo, «el miedo a
quebrantar las normas del grupo»; el apego social traza normas de conducta que nos
permite una aparente pertenencia a un grupo social,
si rompemos las normas ya no perteneceremos a ese grupo. Noveno, «la dicotomía
juego–trabajo»; el prejuicio de que lo creativo es juego y no trabajo; de allí
que concebimos el trabajo como algo siempre rutinario y aburrido. Nunca como un
acto creativo.
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