En la Ética a Nicómaco[1] dirá Aristóteles
que la amistad “es lo más necesario para la vida”. Y que ésta es una virtud o
está acompañada de virtud. En ambos
casos, la amistad es un pensar-hacer fundamental para y en la conformación del
sujeto. No es concebible el sujeto solo, aquel que fatuamente dice primero yo,
segundo yo y tercero yo. Este será, en todo caso, un imbécil.
Y continúa el
filósofo, “En efecto, sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los
otros bienes; incluso los que poseen riquezas, autoridad o poder parece que
necesitan sobre todo amigos”. ¿Quién se concibe a sí mismo solo? Privado de
cualquier contacto con otra persona, con la cual poder conversar, de poder
enviarle un mensaje de texto o escribirse mutuamente a través de facebook. Así uno de los mayores
castigos que ha podido concebir el hombre es el aislamiento, el exilio, el
destierro, la prisión, esto es, apartar al sujeto de los suyos. Quitar la
tierra en que ha morado el individuo.
En todas
nuestras circunstancias convivimos con nuestros semejantes. Ahora bien, “en la
pobreza y en las demás desgracias, consideramos a los amigos como el único
refugio”, nos dice el Estagirita. Pues son ellos a quienes buscamos. Incluso
aquellas personas soberbias y engreídas terminan claudicando sino ante la amistad,
por lo menos ante la necesidad del otro; que en última instancia es lo que nos
conduce a establecer nuestros lazos de amistad. Por ejemplo, la necesidad de
jugar, en nuestra infancia, con otros niños; o de contar algo interesante que
nos sucedió da lugar a la conversación que puede abrir las compuertas de la
amistad.
Pues todos
necesitamos de la ayuda del otro para guardarnos de nuestros errores en esta
vida, o para contar y festejar nuestras alegrías. Necesitamos del otro a causa
de nuestra debilidad; de la asistencia que podemos prestar y podemos dar; de la
ayuda que necesitamos para realizar nuestras acciones. Y como dice Aristóteles
“los que están en la flor de la vida les prestan su apoyo para las nobles
acciones” a aquellos que necesitan de la ayuda necesaria.
Ya
que “con amigos los hombres están más capacitados para pensar y actuar”.
Nuestro pensar-hacer se conforma en la amistad, y no como bestias solitarias.
Pensar en soledad es un buen hacer, pero si este pensar no se manifiesta en la
conversación termina por convertirse en algo estéril. Y no sólo el pensar, sino
el sujeto mismo. Pues como interpretó Heidegger a Aristóteles el hombre es un
ser del habla, del hablar, de dialogar. Porque en hablar le va gran parte de la
vida al sujeto.
El sujeto
necesita conversar, decir sus cosas o las cosas que a él le interesan. Luego va
aprendiendo que el otro también quiere decir cosas, y en este oírse mutuamente
se va tejiendo la amistad. Por ello, cuando alguien siente que reiteradamente
el otro no lo escucha, aquel termina por alejarse de esa persona que no lo
atiende. Ya que considera que esa persona no está abierta a la atención
recíproca, no está abierta a la amistad. Pues la amistad consiste en un abrirse
al otro, a ese «tender la mano», que significa estoy dispuesto a.
Nuestro
pensar-hacer no es algo individual, aun cuando nuestra historia personal lo sea
y nos pertenezca. Nuestro pensar-hacer se conforma con los otros. Es un algo
social y colectivo. Un algo en que estamos inmersos con los otros y con los
otros lo construimos. Y eso es la amistad.
Pues en este viaje que es la vida “puede uno observar cuan familiar y
amigo es todo hombre para todo hombre”. Aun cuando la enemistad también tenga
su existencia en esta vida. Porque como
dice Calamaro, «igual somos amigos, porque para enemigos hay un montón de gente
corriente»
Nos desarmamos
ante los otros porque la amistad así lo exige. El otro es nuestro y uno es del
otro. De Edimburgo a Caracas, la amistad no es sólo un aliento sino una
realidad, con toda la convicción que la emoción nos depara. Por ello, “la
amistad es no sólo necesaria, sino también hermosa” dijo Aristóteles. La
amistad sigue, por todas partes, dando a cada uno de nosotros muchos de sus
instantes.
En
la amistad nos hacemos semejantes unos a otros en medio de nuestras
diferencias. En la amistad nos amamos, y aunque parezca contradictorio también,
muchas veces, terminamos odiándonos. Porque como decía el oscuro de Efeso, «la
armonía más hermosa procede de tonos diferentes». La amistad nos permite airear
nuestro ser, sin medias tintas; y que el tiempo que muchas veces nos separa en
la distancia sea sólo un soplo pasajero. Pues, “tener muchos amigos se
considera como una de las cosas mejores” decía el Estagirita.
Cicerón, por
su parte, nos dijo que “la amistad es más hija de la naturaleza que de la
necesidad, y más de la aplicación del ánimo con cierto sentido de amar, que del
pensamiento de las utilidades que podrá traer”. Pues necesitamos
irremediablemente del otro, tenemos necesidad de él, está en nuestra
naturaleza. Así Ovidio, en Las Heroidas, dará
apertura al conjunto de cartas haciendo solicitar de “Penélope, tu esposa desdichada, ¡Oh tardo y
perezoso Ulises mío! Esta te escribe; pero no respondas. En lugar de respuesta
ven tu mismo”.
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de Caracas)
[1] Tengo presente para las citas: Ética Nicomáquea, Libro VIII,
“Sobre la amistad”, Madrid, Editorial Gredós, 1993.
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