miércoles, 23 de abril de 2014

LAS EMOCIONES COMO PRÁCTICAS DE RELACIONES FUNCIONALES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La búsqueda a través del discurso de las emociones pone de manifiesto las relaciones entre las formaciones discursivas y los dominios no discursivos, esto es, instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y procesos económicos. Estas formaciones y dominios no tienen la finalidad sacar a la luz las continuidades culturales o aislar mecanismos de causalidad, de donde ha surgido ese discurso emotivo.

Ante el conjunto de hechos y enunciados, la búsqueda por el discurso emotivista no se pregunta qué lo ha podido motivar, como es el caso de los contextos de formulación. Tampoco trata de descubrir lo que se expresa en ellos, como es la tarea de una hermenéutica. Intenta, por el contrario, determinar cómo las reglas de formación, de las cuales depende, están ligadas a sistemas no discursivos, trata de definir unas formas específicas de articulación, que caracterizan la positividad a que pertenece este discurso. Por ejemplo, como señala Foucault de la medicina clínica, cuya instauración a fines del siglo XVIII es paralela a ciertos acontecimientos políticos, fenómenos económicos y cambios institucionales.

Entre los hechos y la organización de un discurso emotivo hay, de un modo intuitivo, que sospechar de la existencia de unas relaciones. Un análisis simbólico, tal vez, vería en la organización del discurso emocional, y en los procesos históricos que le son afines, dos expresiones que se reflejan y se simbolizan la una en la otra, las cuales se sirven recíprocamente de espejo, y cuyas significaciones se hallan encarceladas en un juego indefinido de perdones, esto es, dos expresiones que no expresan lo que le es común.

Así, las ideas emotivistas de solidaridad orgánica, de cohesión funcional, de comunicación entretejida hacia la felicidad corresponderían —para reflejarse y mirarse en ellas— a una práctica política, social, económica que descubre, bajo estratificaciones primarias, relaciones funcionales, solidaridades económicas, en una sociedad cuyas dependencias y reciprocidades deben asegurar en la forma de una colectividad, esto es, de una analogía de la vida. Se da, de este modo, el abandono de las participaciones humanas en provecho de las interacciones emocionales, como constitutivas de pactos sociales particulares.

Un análisis causal, por el contrario, consiste en buscar en qué medida los cambios políticos, sociales y los procesos económicos pueden determinar la conciencia de los horizontes de sentidos y la dirección de sus intereses. Así mismo busca el sistema de valores, la manera de percibir aquí y ahora las cosas, el estilo de la emocionalidad y la racionalidad.

En una época de alta tecnología y de altos contrastes sociales se comienza a hacer el recuento de las necesidades emocionales. De allí que las emociones adquieran una dimensión social, política y económica: el mantenimiento de la salud emocional, la curación, la asistencia a la dimensión espiritual, la investigación de las causas y de los focos patógenos de la emocionalidad se convierten en una obligación colectiva, tanto de lo privado como del Estado.

 Tal obligación y preocupación asume, por una parte, este asunto como un proceso de producción, por otra, de vigilar. De ahí surge, la valorización de las emociones como instrumento de trabajo, el designio de institucionalizar las emociones según el modelo de otras prácticas productivas; los esfuerzos por mantener el nivel de salud emocional de la población, el cuidado concedido a la terapéutica emotiva, el mantenimiento de los afectos, el registro de estos fenómenos como un proceso de larga consecución.

El campo de relaciones emotivas se caracteriza por una formación discursiva, lugar en el cual se simbolizan los efectos que pueden ser percibidos, situados y determinados. En este sentido, la búsqueda confronta el discurso emocional con ciertas prácticas, para descubrir unas relaciones menos inmediatas que la expresión denotativa y connotativa; no obstante, mucho más directas que las causalidad reveladas por la conciencia de los sujetos parlantes. Se busca mostrar cómo y con qué título forma la práctica social, política y económica la parte de las condiciones de emergencia, de inserción y de funcionamiento del discurso emotivo.

Estas relaciones pueden ser asignadas en varios niveles. En primer lugar, al del recorte y al de la delimitación del objeto emocional; esto quiere decir, que las prácticas funcionales  han abierto nuevos campos de localización de los objetos emocionales —campos que están constituidos por la población administrativamente enmarcada y vigilada, estimada de acuerdo con ciertas normas de vida y de salud, analizada de acuerdo con formas de registro documental y estadístico— en función de las necesidades de la época que vivimos y de la situación recíproca de las aglomeraciones sociales. 

Las relaciones de las prácticas funcionales con el discurso emotivista se la ve aparecer en el estatuto dado al curador, quien se convierte en la forma de relación institucional que el sanador tiene en el paciente emocional colectivo y con su clientela privada; esto en las modalidades de enseñanza y de difusión que están prescritas o autorizadas para el saber emocional.


Es posible percibir esta relación en la función que se concede al discurso emocional o en el papel que se requiere de él: cuando se trata de deliberar con los individuos, de tomar decisiones, de establecer las normas en una sociedad; de traducir, para resolverlos o para enmascararlos, conflictos de otro orden, de dar modelos de tipo natural a los análisis de la sociedad y a las prácticas que en ésta le conciernen a los individuos.

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